cuatro hombres

cuatro hombres
Sentados cuatro hombres, pisando el horizonte.
Con hormigueros haciendo erupción a nuestra vista
con la tristeza de nuestros ojos diáfanos
y rostros de metal que ocultan nuestras almas.

Al rebasar las cinco cervezas
develamos las formas de las nubes.
Nos concentramos en un banco roto por el surco de un avión
– Parece un cocodrilo que ataca. Dice uno.
– No, más bien es una mujer orinando. Dice otro.

Ha estado lloviendo y el verde se aproxima
a nuestros zapatos.
Los perros corren libres alrededor nuestro.
Ahora alguien habla acerca de
Walt Whitman, otro de la selección mexicana de 1994,
del error de Zaghe contra Noruega y
de Hugo Sánchez calentando la banca,
de los discos de Seru Girán,
del indio Fernandez, de Tarantino.

De fondo Johnny Cash canta dentro de una prisión
y las parvadas de pájaros comienzan a buscar asilo,
bailan en estructura contoneándose siguiendo
su endémico ritmo
sorteando los huizaches cercanos a nosotros.

A unos metros está la zona de tolerancia.
Ramos de puntangas floreciendo en el concreto
vitrina donde habitan las vírgenes de marfil
las novias extáticas de los maniquíes que pagan.

Roídos de alcohol nos mesemos en las sillas a dos patas
maquillamos con risas nuestras sórdidas heridas abiertas,
tatuajes mal cicatrizados que palpitan y borbotean.

Cancún México, Julio 2001

Cancún México, Julio 2001
La noche niega con su cuerpo las horas
timon de nave poseída por la niebla.
La madrugada es un cascabel de una serpiente interminable
que descansa junto a su propio rostro,
sastre de smokings de sombras que nos visten
dulces gotas de negrura infinita
y nosotros adheridos a ella.

Entre las núbiles piedras de una ciudad que gatea
acomodados obsesivamente como dientes de piano
un millar de hoteles lindera las avenidas.

El faro con su cuerpo de jirafa alarga su único ojo.
Algunos barcos dan la vuelta como aspiraciones derrotadas
y caen más allá del horizonte.

Las turistas de los bares que se vuelven
un montón de seda si las tocas
sonríen a los descocidos sin rostro.
Una de ellas –quizá europea-
avanza ordenada como un aliento de pájaros
ocultando la borrachera en el escote
como todo lo que ocultan las mujeres.
Se balancea hacia mí, me toma de los brazos
me pide disculpas
hubiera querido besarla.

Ninguna de ellas es lo que esperas
pero de solo echarles un ojo te enamoras
de todo ese mar de cerveza que es su cabello
de las formas perfectas de sus cuerpos de cerámica
de sus ojos poliglotas que parecen haberlo visto todo.

No tienes nada que obsequiarle al mar
ni una gota de sangre, ni un lingote de oro
todo lo escupe pues ya ostenta todo
si acaso tu cadáver aunque no es suficiente.

Alumbrado por las calles avanzo por callejones
plazas y callejas.
Me detengo donde tres estrellas alineadas
me hacen sombrero.
La ciudad habla en voz baja.

A donde mires
beodos cuerpos blancos
balbucean inglés en diferentes acentos.
Te acechan a cada paso con sus sonrisas perfectas
sus muestrarios de cicatrices en tinta
sus ojos grises como el cielo de Londres
sus manojos de efectivo que les escurre
sus enormes pechos postizos.

Regresé a dormitar a la central camionera
exhausto me derrumbo en una comodísima banca de acero
nada vivo queda en una ciudad como esta.
Mañana pisa un huracán la costa según las noticias
tal vez no vivamos para ver el sol de mañana
y se rompa en ínfimos pedazos de cerámica la piel blanca
y me vista de ella en las cenizas.

amor propio

amor propio
La matemática y geometría
en el corazón de los ocupantes de esta nave.
Las mujeres salen a buscar marido
con calculadoras en la mano.
Los hombres con cintas de medir.
Al punto del flirteo se miran
empinados al vacío de sus celulares
como para no encontrarse nunca
o hallarse tan vacíos que al hablar consigo mismos
escuchen solo el eco de su amor propio.

¡Ay! Juanita

¡Ay! Juanita
Hace diez años había una casa
en medio de un erizo de oscuridad
expansiva

dentro el olor a vino y a mujer
y a gritos de decenas de hombres
desconcertados

los sábados me esperabas ahí Juanita
apoyada en el barandal de metal
con un bote de tecate meneando
el culo de banda y riendo

después de las fiestas los hombres
borrachos farfullan en braille
algunos pelean a golpes en la puerta
otros en la sala solo beben

la mujer de Tepic huele a trago de sal
Libera las olas de su vestido
para que la espuma de la cerveza
se mezcle a la sabia de su cuerpo

las demás mujeres desaparecen
periódicamente como
palomas del atardecer
en la plaza

pero la hembra de Nayarit
tiene un pacto
con el eco, la música
y la noche

tu bailabas de aquí para allá a metros de mi
sonriendo a diestra y siniestra
finalizando siempre el hábil baile
con un clavo de ojos en mi mirada
de borrachín pensativo

luego la carne en las labios contrarios
En el cuarto de arriba
mis dientes te traspasaban como garras de metal
y tu gemías con una sonrisa perfecta

mujer de la costa cuando se quemó
el sarape de tu amiga telefoneamos
a los bomberos y cuando llegan
habíamos parido ya quince niños

a aquel fulano que lavaba dinero
con los coches me presentaste
como escritor y sus ojos
casi se incineran de lo relucientes
¡Ay¡ Juanita preséntame como
aprendiz de poetastro
si como eso

la chapa

la chapa
Salí de casa con boiler mi cachorro en los brazos
al escuchar el crujir de la chapa resolví que no traía llaves
busqué en las bolsas existentes con la desesperación de un gato
boiler y yo nos vimos a los ojos como dos turistas extraviados.

Intenté abrir con los viejos trucos;
el palo con nariz de ganzúa,
las tarjetas violando el canto de la puerta,
hasta llegar a estrategias más rudas sin éxito
patadas, golpes, manotazos, mi perro feliz brincaba por todo el pasillo.

Mi vecino y su novio, intentaron con vertiginoso entusiasmo
igualmente sin éxito para después con cachorro en mano
ir yo a buscar a algún cerrajero,
discutieron un poco al final del proceso fallido.

Llegué en punto de las nueve y tres maestros del cerrojo
miraban el resumen futbolero
el mas joven, levantó la mano
y nos subimos con boiler a la moto,
este último agrandaba sus ojos negros
para meter todo el aire posible en su corazón de cría.

Al llegar, el joven entusiasta inició con lo rutinario,
aflojador de carne metálica en spray,
llaves exóticas con puntas de pico de tucán
y micas de polietileno para romper el sello del seguro.

Sin éxito, telefoneo al segundo cerrajero
este último rebasaba los sesenta,
al llegar, hizo lo mismo pero con una dosis extra de ímpetu.

Veinticinco minutos después, por vencido llamó al tercer experto
este, precavido llego con un centenar de posibles llaves maestras,
al verlo le llamé San Pedro y me miró con una mirada aburrida.

Con mejores técnicas de iluminación ejerció nuevos movimientos
usó la misma herramienta y al fallar volvió a los trucos iniciales,
–hay que romperla está trabada-
entendí que ese artefacto tenía una persistencia especial.
Me gustaba la cerradura.

Los tres vencidos, regresaron con un paquete sumamente pesado
y al dejarlo en el piso la voz del metal espeso murmuró sus palabras de piedra,
introdujeron el taladro sin éxito
luego, cambiaron a una broca de mayor diámetro
hasta llegar a casi un florete montado en la maquina
y traspasar el cerrojo como a la núbil quinceañera de novio primerizo,
al hacerlo, la chapa con un fuerte apego a sus principios
se ablandaba en el agotamiento
tosió miles de chispas por todos lados
y finalmente, un mazo y un cincel empezaron a destrozarle las mejillas
hasta escuchar un fuerte tronido y con un suave giro
la puerta abrió como margarina resbalando en el baguete.

Al casi desmontarla dijo el cerrajero más joven,
-es una chapa alemana-
y pensé en los últimos alemanes
resistiendo en los helados campos rusos del frente estalinista
y pensé me gusta mi chapa.

Petrof 1948

petrof 1948
Ciega
como un catalejo solitario en la repisa
a latigazos del tradicional cabello
velcro adherido a la lobreguez,
te sientas desnuda
en el banco
del petrof de pared trigueño
a balbucear algunas teclas en el piano
entre el largo inventario familiar de animales
que se traspasan unos a otros
algunos vivos y otros cadáveres de felpa
presionabas los pedales
y afuera
un invierno lunar
nos enfriaba los pies desiertos
que no tocan los otros pies desiertos
hoy a quince años de cruzarnos
entre las torres de unicel de tu hermanita
entre la catarata de libros de derecho
hiriendo nuestras cabezas
cayendo ocasionalmente como rocas del cielo
luego
regresaste del diminuto piano y te esperaba
recitando el código civil de Tabasco
parodiando a Neruda
y tu reías haciendo toser tus pechos
y con la hilera de luz de los faros de la calle
se alcanzaba a ver entre un bosque de cabello manchado de cerámica
una mujer que me amó profundamente

la cruz de Dimas

la cruz de Dimas
Miro

al desierto desesperadamente

tabiques de polvillo fracturados
ciudad horizontal de ceniza
espuma de la lontananza

las lágrimas

persiguen el horizonte
liberan los espejismos hincados;
y la broma de agua me huye

desesperado

bebo un vaso del muñón de la montaña,
saboreo el talco infinito
mezclado
con espadas del ejercito Saladino
y la cruz de Dimas

pronto

un sindicato de fantasmas
me viola por los umbrales
amaneciendo en el viento luego
golpeando a las rocas en el rostro

El silencio amarillo

CUAUHTEMOC-BLANCO-INICIOS-AMERICA
Como dijo Manuel Maples Arce;
-El silencio amarillo suena sobre mis ojos.
¡Prismal, diáfana mía, para sentirlo todo!-

Escribió desde Estridentópolis Veracruz
Hace cien años, los años del club América

La primera vez que te vi jugar fue en 1993
Corrías por la acera derecha del estadio
Soltabas preciosos servicios a africanos hambrientos
Eras un pájaro de vuelo mediano con tres cambios en el banquillo

Después un fuego súbito inundó tus ojos
Tomabas el balón con las manos de los pies
Y dando la sensación de filos de azoteas
Te arrojabas a nuestro acrofóbico vientre
Con lentas verónicas a autobuses sin frenos

Y en el árbol de la noche triste
Ángel Fernández susurró: “Cuauhtémoc”

Cuauhtémoc…
Quiero filtrarte un último balón desde la televisión de la barra
Si me dejaras verte un día más…
Sostenido en aquellos ojos que flotan sobre la pelota
Ignorándola a medias como la quinceañera a los chambelanes
Esquivando las sombras rivales de los aeroplanos
Haciendo de la arcilla redonda una venus de Tlatilco

Con la trova solera cantándote en la monumental
Tocando la orquesta de viento de fayuqueros con bocinas
El coro pirata de una rola de un “Tijuana No” modificada
“Yo no sigo a chivas, ni a los cementeros,
yo soy azulcrema, porque tengo huevos”.
La canción cara o cruz de una burla pintada de crema
Y resbala tu cuerpo de perro de mercado en la cancha
Y de repente enredas tus hilos en un nudo saltimbanqui
Te inventas un balón con nueva geometría
Y lo pones en el corazón de un pájaro nueve
Te levantas y sonríes con el niño de la esperanza
Y vuelve el silencio amarillo

Canción a mi barco

Canción a mi barco
Vine al barco navegando
salí un día dando largas zancadas de espuma
abriendo los ojos como un pescado
para acumular sensaciones en mí pecho

en Europa me amó una mujer
no tanto como a la que aquí amo en silencio

vine al barco a exorcizarme de cristo
a hablarle de tú a mis borradores
a amarrar mis caballos al viento
vine también a sentarme a los alrededores
y a darme un baño de cimientos

barco alérgico a la sal y al agua
barco con deriva a dos metros
barco que inventaste las palabras
barco
que pongo en los labios de tu pavimento

en Blackhall green una mujer me amó
con besos sabor a naufragio reíamos al exilio
en medio de la noche como dos gatos en el frío

barco con zapatos de cien pies
una dama fantasmal te conduce con sus ojos en blanco
otro fantasma de mujer se me arroja como un tigre
en tu pretil cien gárgolas con forma de zarco
miran desde arriba las ninfulas sin carnet

la vida es un hermoso perro cancerígeno

la vida es un hermoso perro cancerígeno
Oh labios de arrecife
catarro de violines que se untan
tuétano de hímenes de playa
tu sal insomnia la marea de las sabanas
empeñando un corazón sin boleta
o como adoptando un hermoso perro cancerígeno.

Oh seda que circulas
rodeando un pezón que se eleva
en un himno a las glorietas que arrancan
en un viaje a la locura mujeril cromosómica
oh corpiño de fuerza
que traes contigo una niña de accesorio.

Parada en la regadera en un charco rojo
el bemol del agua calla tus lagrimas
ha muerto uno de tus cientos de hijos
en la tumba de la cloaca fuimos vecinos
la vida es un hermoso perro cancerígeno

Tengo un esqueleto enterrado en mi cuerpo

vintage illustration of a human skeleton in the nineteenth century engraving

vintage illustration of a human skeleton in the nineteenth century engraving


Tengo un esqueleto enterrado en mi cuerpo,
un puñal de mármol dentro de mis entrañas
raíces crecientes de metal abrazándose bajo la piel

una cruz de yeso que cargo desde mi interior
por una ciudad donde sea pero llamémosla Jerusalén siempre
encorvado la escondo como el sexo de un vestido de novia

Llevo dentro un barco de guerra,
asomo los dientes para mirar al enemigo
como el cocodrilo que imita la piedra
con mis extensiones blancas del subsuelo
y disparo una silaba que deje en su viaje
un surco de flores gangrenadas en la marcha.

Hay un hombre afuera de mí
pegado a mi alma con resina de arrecife
ligado a mis poros habla con otros hombres
les estrecha la mano, sonríe a chistes que no me dan risa

un ramaje de jade en este ataúd de piel,
en esta tumba de tierra roja y pelo
un muro de carne con venas prominentes,
un país de ríos que desembocan en un corazón que se hincha.

7:05am

amanecer
Abro los ojos poco a poco y el techo está que se viene abajo, las costras de pintura se desgajan como Resistol seco en la piel de un niño, inevitablemente un baño de pintura no le vendría nada mal, y en medio de la habitación, la rosca de unas vías de yeso rodean el foco en un viaje circular de un tren imaginario, en un acabado de cal como parecido al canto de un pastel hediondo de merengue, imagino con esto el pastel de una fiesta, rodeada en una foto de barrio norteño por un cúmulo de chambelanes gritones, y una quinceañera gorda y virgen sudando detrás de un envoltorio de pollo dorado y relleno escote falso, ese tren del insomnio que me acompaña en tridentinas charlas ateas tiene toda mi atención los primeros segundos o minutos de la mañana, por las noches, invalido con el negro de la madrugada como una pecera naufragando en la arena, abrasando con sus maternales brazos de vidrio los peces de sobreviviente roca desértica, hasta temprano escuchando los súbitos gritos del amanecer, alumbrado por un hilo de luz que deja escapar la rugosa cortina color vino tinto como las de los vampiros de Anne Rice, habiendo dormido un carajo. Duermo boca arriba para no apretar tanto los dientes, porque según asegura mi dentista cierro con fuerza la boca cuando duermo, y en momentos de arranque noctambulo presiono como una ratonera lista para atrapar osos, y rechino como engranes desengrasados que se tocan lentamente, casi levitando entre yemas de acero como violenta pornografía poseída en braille y sus mecanismos de martillos articulados. Me despertó un chillido que se liberó a plazos, Marcela. Marcela deja desprender su perfume de oficina por toda la recamara, hircismo genérico de pedos de lavanda que aromatizan ascensores encerrados, camina de un sitio a otro con esos tacones casi ortopédicos y su orquesta de golpes desapacibles, con el asimétrico aullido femenil que parte de un bemol cancerígeno hasta posarse en la punta de la lengua de un gato hambriento que mata por diversión conservando la dieta, ella grita y repentinamente cuando todo mejora, sueltan un verraco soplido trompetero al estilo Miles Davis, y las venas de los costados del cuello se le inflan como globos alargados de fiesta infantil, está increíblemente molesta. Y en cuanto a su vestimenta, siempre me aburrió su ropa de trabajo, su uniforme me hacía recordar las mujeres de la Gestapo, falda justo abajo de las rodillas de una tela que también viste camareros, cajeros de bancos, gerentes de supermercados, azafatas, cadeneros, proxenetas de medio pelo, pareciera que ese tipo de tela viste hasta el más cicatero de los empleados de medio gas, y los asesinos profesionales que se suben al tren subterráneo, a difuminarse con la flema urbana justo después de cumplir su trabajo, su función a destajo factoríl de matones. Y su cabello, en lugar de un peinado acumulado su pelo era suelto, gastaba demasiado tiempo en coger toda esa maraña de azabache para componer un peinado burocrático todas los días, y a esas horas de la mañana siempre húmedo, eso anteriormente me excitaba muchísimo, mientras lo mantenía húmedo trataba de tocarlo el mayor tiempo posible, colocaba mis dedos como un montón de roedores sobre su cabeza, simulando un ataque de ratones indomesticados, con la jauría de las caricias que lastima un poco, de vez en cuando bajaba una o ambas manos para amasar sus pechos con un poco de fuerza desmedida. Siempre se quejaba de llegar tarde al trabajo pues no podía parar de tocarla, caminaba para un lado y la jalaba con mis libidinosas manos desde la cintura a la cama para morderla, en ocasiones también la penetraba levantándole de a poco la falda gris rata y haciendo a un ladito la ronda más delgada de sus pantaletas de trabajo, partiéndola en dos como a una sandía caliente y húmeda, luego se paraba de golpe sonriendo y se acercaba a los muebles jugando a que se quejaba, me llamaba degenerado con un enojo plástico de mascara de vitral, sonriendo semi encorvada, con los olores naturales de la mujer subrayados, como la plastilina impresionista en movimiento las gotas aún vivas de agua la deformaban, trastabillando alrededor de la habitación dejando por todos lados cepillos, pinzas, maquillaje, y esos utensilios femeniles que parece que volarán de algún momento a otro, dejando escapar sus tímidas alitas de plástico chino, sus articulaciones de sabanas de seda, y rodear a la hembra como colibríes durante el día, levitando alrededor de sus cabezas, hasta que el incienso de rosas se acabe y cualquier espécimen se desvanezca con el viento, y la mujer también en un instante de aullidos de perros se desvanezca para reincorporarse de nuevo a la muerte pero el olor a mujer permanece hasta en la muerte. Otras mañanas menos salvajes, la perseguía levantándole la falda, desfajándole la blusa o botando el broche del sostén como liberando el redil del ganado, sus pechos daban un brinco de sobresalto con rebote, y yo la asaltaba por la espalda rodeando con mis manos ambos cerros como en un serio operativo policiaco, o como tomándola por rehén, y luego de luchar un poco contra ella, el encaje debilitado era engullido adelante por dos duraznos revelándose en la parcial oscuridad de madrugada, en un febril salto de cuñas erizadas rodeadas de carne, dos globos de cerveza emancipados, listos para revotar el baile del magnetismo ecuménico, las manzanas de Newton que levitan sobre la cabeza de el mismo, flotando a su completa estatura como sombreros de agua detenidos en percheros invisibles, fuera de toda lógica científica, llena de una física llevada al tercer dominio de la práctica, a la sexta dimensión, a un territorio donde el choque de dos planetas genera también viajar junto a ellos en el tiempo, en medio de quedarse inmóvil de una paciencia olímpica y en una paz nirvánica capaz de liberar un sistema que nos haga plantar maíz en la luna o sembrar un cactus en la Atlántida, en ese momento el hombre se pierde ante la redondez del universo, mirando en curva la mirada de un yo no sé un comino de cómo no morder el polvo.

uno y otro

uno y otro

El gato de tu boca
y de todo tu hueco equivalente
me escupe balas disentéricas
en el esguince de la caricia

perdóname he dormido un pestañeo
me perdí el aborto de un mundo que gotea
de nuestros ojos de metal artesanales

el polvillo de sangre en nuestras uñas
celebra con risotadas de gorila
el hijo que nunca facturamos
y que ya es más viejo que uno y otro

el infierno tiene sucursales

el infierno tiene sucursales 2
Marcha el conserje eternamente acongojado,
detrás de unos ojos de tezontle ardiendo,
escondido en el cuello
como una tortuga vertical alargada,
arrastrando su pierna de trapo,
escurriente por el piso de mortero rojizo.
Dicen los niños que perdió la pierna en un choque de aeroplanos,
en la neblina a pierna cambiada según la mitología escolar.

Con el cepillo recolectaba las basurillas de los niños,
niños hoscos que estudiaban con las entrañas vacías de pan y leche,
para que los santigüen antes de jugar a la pelota en las cuaresmas,
luego todos sueñan ser Antonio Carlos Santos.

Cuando el desorden trastornaba al cura del colegio,
el conserje tomaba por el jubón a uno o dos niños,
nadie sabía a donde iban los críos castigados.

Yo recostado solo en la gran banca de metal del corredor,
miro uno a uno los niños caer en las manos del ordenanza,
escudero con beneplácito soberano del vaticano,
regresar a casa con un muñón asomando un rojo palpitante
alrededor de los huesos.

De repente un silbido de fábrica y todos al comedor,
al arribar derrapábamos y se nos negaba el agua,
a caballos que han cruzado el desierto de Sonora,
dejaban a los niños secos como cartón en la arena,
con la pulsión de ahorrar litros de sudor en el gaznate,
y así debíamos engullir un pollo rancio con mole fecundo,
en menos de quince minutos para poder ganarse un sorbo de agua,
éramos un montón de puercos bailando
alrededor de trozos de menudencias que caían del cielo.

Una vez jugando por accidente tiré un puchero de sopa al suelo,
en un súbito movimiento de muñeca vi volar un montón de arroz,
como fuegos artificiales se suspendieron en el aire,
dio la sensación de ver morir una década,
para aterrizar desflorando un piso de inmaculado hormigón verde.

Del otro lado del salón miro al conserje acercarse
dando largos pasos furiosos con su pierna de trapo
y por un segundo imagino el posible lugar donde desaparecen los niños,
una catacumba con dedos de salitre que lamen los rostros como agua de vulva,
un cementerio de criminales donde fueron enterrados,
con sus propias cabezas entre los dedos,
beodos viajeros de juerga en la Afganistán del nueve once,
con algo ahorrado en sus bolsillos,
un trozo de cable para suministrarse el suicidio
que nunca llega,
pues los terroristas no voltean a estornudar la coca
nunca bostezan ni quitan el dedo de las mirillas.

El conserje se acerca con sus botas industriales,
y me toma del brazo y una monja coloca un viejo trapeador en mi pecho,
bajo la cabeza saboreando el nudo en la garganta y limpio,
parece que la pena de muerte no llegó en los juicios de ese día,
parece que el buitre también tiene una especie de luto e indulta,
no me llevarán a la silla que se enciende como un gato con el gemido eléctrico
que incinera nuestros pequeños cuerpos con la ira de los cristianos,
esos muros de carne de Berlín con faldas,
eunucos armazones coloniales,

limpio como puedo mientras la hedionda monja,
apunta aquí y allá con su dedo inmaculado,
y sus ojos hundidos como los de una cucaracha muerta boca arriba,

suena el timbre y más o menos quedó limpio,
ese día por lo menos sobreviví,
pensaba mientras el cura me cogía
por la oreja con fuerza jalándome hasta el patio,
y ahí iba yo viajando, mirando el campanear de unas piernas de hombre
en medio de esa falda de murciélago capado,
que habla del amor y la paz en la misa de los viernes,
mientras deseo para mis adentros agua, pollo rancio y mole fecundo

desde entonces intuí que el infierno tiene sucursales.

Nosotros

nosotros

Nosotros, solo nosotros,

quienes usamos el corazón

para hacer coincidir dientes de engranes,

quienes vertebramos los oleos

para que se agarren de nuestras paredes con las uñas

y hagan juego con estúpidos sillones de señoras moradas

meneándose el clítoris con billetes de mil

¡nosotros!

en mar abierto nadamos en vasos de agua

nosotros que le pusimos guantes a las caricias

nosotros que rociamos con néctar de asfalto al suicida

y le vendemos la cuerda que le acaricie el cuello

o el cianuro que le apague los ojos,

nosotros que creemos que el silencio

es el pulso de un muerto extraído para el unísono

de la música en coma y los bemoles amputados

y por eso vamos en manada al cagadero

para cerciorar nuestros olores y murmullos fecales

contra el que esté de espaldas y no sentirnos

solos nunca

¡nosotros!

quienes tenemos al mundo contra las lajas,

de un ring multitugonal

y lo dirigimos con cuerdas de guitarra

en un teatro de guiñol serendipiti

nosotros,

quienes traicionamos al verde

para cerciorar a la yugular una liana infinita

como en la que finaliza la playa y los barcos caen

al patio trasero de nuestras casas,

nosotros que jubilamos a las tribus milenarias

y las enviamos a geriátricos controlados con ensambles

de cuadripléjico viento de smog

nosotros de un tajo servimos el café

para que despierte a puñetazos

el sonámbulo trovador con el versículo girando,

para callar la lagrima filosofal que nos vomita

o el recuerdo de un amor que se efervesce

en nuestra alma

nosotros

limpiamos retretes de otros hombres,

nublamos cielos de otros países,

declaramos la guerra a seres

que creen en dioses esquimales,

nosotros, un rugido de naipes callando

la mesa de juergas con un puñado de facturas

como si la mano tahúr occidental

fuera una excepción divina

niñeras pederastas

niñeras pederastas

Supe la leyenda de un hombre chino

que duró cien años en meditación,

lo alimentaban a base

de frutos machacados

y más adelante

liquido intravenoso de vez en cuando,

se creía en coma,

un día al despertar

imagino lo que vio:

Héroes cobardes,

niñeras pederastas,

sargentos castrados,

niños ancianos,

diamantes de cartón,

biblias en blanco,

cifras que riman,

sauces insensibles,

lobos vegetarianos,

camaleones sin guardarropa,

poetas analfabetas,

rosas sin espinas,

chimpancés gobernadores,

sabios ladrones,

rodillas blandas,

carne de cañón

en sillas presidenciales,

canceres benignos,

alfombras rojas

en los patíbulos

de la pena de muerte,

putas caballeras,

bautizados desvirgados,

balas de peluche,

sables de menta,

zapatos tenis,

gordos bulímicos,

aviones sin plumas,

ratones gigantes,

árboles enfermos,

sindicatos

de asesinos a sueldo,

rameras con seguridad social,

reyes ornamentales,

papas en el g-20,

amores tributarios,

abortos industriales,

seguros de vida para faquires,

playas para zurdos.

muchacha sencilla que visita a un poeta

muchacha sencilla que visita a un poeta

Se va la muchacha de la casa del poeta,

dos días después escucho su perorata

de monaguilla desautorizada

y docencia de vida candorosa

en un café del centro.

Está totalmente loca por este sujeto,

y creo que yo también,

un tipo bajito según cuenta

con enormes gafas circulares

y una crecida barba fuliginosa

que le llega hasta los hombros.

Llegó un miércoles de ceniza a su casa

y el la recibe con una cruz de betún en la frente,

pide que se quite los tacones

y se desnude por completo

pero se deje la bisutería encima.

Ella, caminó en medio

de un interminable deshuesadero de libros,

cogió uno de un tal Albrecht von Haller

y al abrirlo una cola de ratón

separaba un capítulo del otro,

habían gráficas, rayones inconfesables,

dibujos fálicos, pisadas de mastodontes

con tinta china en algunas páginas.

 

Platica que miró

artefactos completamente extraños,

por ejemplo un vidrio estrellado sujeto

por un mechón de cabellos larguísimos

y el poeta dijo que en realidad

era un monóculo de unicornio,

o una botella de vino rellena con ojos de sapos

y el aseguró que en realidad era

un antiguo satélite ruso con vistas apuntando

a todo Estados Unidos.

Miró algunas pinturas

y una de ellas se llamaba

“el aullido sordomudo

bebiendo de un esfínter

nuclear”

y la imagen

era la de una chimenea

de Chernoville alzada

por una colmena de abejas

con cabezas de labios entre abiertos,

 

anduvo desnuda,

paseando por la casa

sorteando las curvas femeninas

por los peligrosos salientes libros

y trozos de antigüedades oxidadas,

con ese escurrir fino de puntillas

que la mujer instala

a cortos tintineos fecundantes

que van de un paso a otro

poniendo sus agarraderas

en las manos centinelas de la lujuria

haciendo con las nalgas hermosos buches diagonales

buscando los senos observar cualquier detalle

con su pupila de mirada horizontal

que todo lo alimenta en ese amamantar

de universos que de la mujer cuelga

mientras el preparaba

un germen brebaje

con olor a azucenas

y tierra de lluvia,

 

el dijo; es saliva de tecolotes

con relleno de rosas,

ella quedó detenida

en el marco de una puerta desmontada,

escuchando y obedeciendo

y los gatos se pegaban

a sus rodillas desnudas,

y el poeta caminó hasta ella

con el fuerte zumbido de la infusión

hirviendo en la parrilla,

le tomo con ambas manos

los senos

y con un fuerte beso la apartó

de su camino como empujándola

para despejar luego de papeles una mesa conjunta

y cargarla hasta posarla

tendida en la tabla de mezquite

y tres gatos fugaron despavoridos,

derramó intencionalmente el cabello

de la hembra en toda el área

y entonces besó cada uno de los pliegues,

los nodos, las piezas que se sueldan

unas a otras con engrudo de arco iris

y espasmos de auroras boreales,

luego,

a los lunares les apodaba

con nombres de metales raros

sin separar el beso de la carne

y la volteó y mordió la espalda

duramente hasta llegar el centro

de todo e introducir su lengua

por el agujero negro que todo lo succiona

y un gemido de mujer desdobló

los pasillos del viejo edificio funcionalista

como un golpe de tambor inaplazable

como un rodillo de alfombra arrojado

al desesperado desdobles férreo

como un cohetón de feria disparado a destiempo

como un rugido de volcán en la jungla

como un suspiro esquizofrénico

que se transforma gradualmente en alarido.

Y así, la iba girando con sus manos

en un trompo de traslación

y en cada giro la penetraba por donde podía

ella, en los cortos pero repetidos espasmos

de placer y dolor giraba como una bailarina croata

simulando una danza de taladro que busca pisar

el centro de la tierra de golpe

totalmente dócil, deshonrada de sudor

saliva, sangre, semen, uñas, dientes

sucia, descabellada, fragmentada

hecha barro y hierva y lagrimas,

feliz

 

al vestirse ella para marchar

el poeta le susurró de costado:

llévate un océano de subvenir

para repartir con tu gente

cantando la pelota su redondo

nudo de pezón flotante,

 

y le obsequió un globo

relleno de agua

 

Nicolás Grigori Rasputín Tercero

Nicolás Grigori Rasputín Tercero

El vidente de ojos camaleónicos

para atarse la tangente del mundo

a la cintura,

el papa Nicolás tercero

y el hijo adoptivo del zarismo agonizante,

son plumas de la misma ala.

Cuando intentaron asesinar

a Grigori Rasputín

se necesitaron

altas dosis de cianuro

en el vino

y en la comida,

cinco balas

de una potente browning

y severos golpes en la cabeza.

Un suceso seguiría al otro

sin éxito hasta que el monje

desquiciado de Siberia

Cayó finalmente al piso

y tirado al río Nevá,

luego, la revolución rusa

profanó sus restos

para incinerarlos en el bosque,

el médium logró ver

entre su pensamiento que se venía

la primera guerra mundial,

la revolución rusa

y la muerte de todos los Románov,

y le advirtió al zar

la inminente tragedia

que se vaticinaba.

Mi amigo

el confesor de los astros

logró ver el regreso de Quetzalcóatl

caminando

por los desiertos de California

con una guitarra atada al cuello

dirigiéndose

a una floresta austral

suspendido en un bosque capricornio,

para extender su arpa

de bardo y alimentar

de serenidad las vulvas

en la punta de los volcanes

enfadados.

 

El papa Nicolás tercero

vivía en la bifurcación alterna

del demonio angelical,

se le vio en el vaticano

así como también Dante

en el infierno

junto a los simoniacos.

 

Entre los tres hay setecientos

años de diferencia

pero un tercer ojo

atado a una estrella en el vientre

El boxeador

el boxeador

Campeonato nacional 1987 peso pluma

en un despintado auditorio de Tijuana

aguantó 14 rounds de guijarrazos en medio de trescientas gentes

frente a un peleador Huasteco con rasgos totonacas

en un polígono amarilleado de sudor y sangre

para por desilusión unánime recibir

un desencajado cinturón con baño

de plástico bruñido y diamantes de resina.

Barriga orgullosa, parcial calvicie y bigote desteñido,

caminan por el viejo andén del gimnasio

con las zapatillas que vieron caer

tembleques mandíbulas al elástico ladrillo

repasando la vieja historia cientos de veces

diariamente.

 

Suelta un par de golpes al aire

con la mueca del placar rudo del que acaricia,

ejerce un potente látigo con la derecha

al finalizar con la izquierda

desde los hombros

y continua a pie

recorriendo el gimnasio

soltando súbitos gritos

con nudillos de testosterona conflagrante

observando a los boxeadores trabajar,

uno a uno golpea enormes colchonetas.

Se detiene en un muro iluminado

y sin dejar de gritar le encaja

una serie doble de jabs a su espejismo

y flexiona las rodillas

finaliza con un oppercut

que despega como un cohete

y se desintegra en las estrellas,

sonríe, le mira las nalgas a una chica

que salta la cuerda

agita el bigote,

regaña

el mal movimiento de un chico

que trabaja con la pera elevadiza.

 

Discutíamos seguido acerca de todo

en su vieja oficina parcialmente adornada

con trofeos y libros cristianos

y para hablar también boxeaba,

una vez me dijo

que el boxeador mira

a la altura del pecho

del contrincante

para tener un punto muerto

que indique

el cascabeleo de hombros,

y el súbito arrancar

de un golpe.

Yo le dije que en realidad

se mira al corazón del contrario

para colocarse en la matriz del alma rival,

para danzar la semilla del camaleón giratorio,

para extender las alas del amor

en la cancha de la guerra

para mirar al corazón como se debe mirar

como a la novia desnudarse, a la altura de en medio de los pechos,

como la etiqueta de coñac que se desprende

y se miran los senos de licor sobrante

en un horizonte que baila al son de los pasos drogadictos

se miran las pupilas blandas del colibrí

detenido en las arterias-raíces del ahuehuete

sembrado en un agujero negro escarbado

en el patio de Saturno

la rafia que envuelve dócilmente el big bang momentos antes

del repentino estornudo final que todo lo devasta

para esparcir la manzana de Adán

en los jardines contrarios,

porqué el golpe también es una caricia,

una caricia enferma que pide a gritos ser abrazada,

ser almacenada en los cubículos de las concavidades humanas.

 

Y el me regalaba una de esas sonrisas enclenques

que acarician la ingenuidad de un niño,

y yo también sonreía, todos sonreíamos,

luego me alejaba para seguir trotando

soltando un par de jabs erróneos al viento

con un parado poco resistente y una fuerza deleznable

y el entrenador me seguía viendo

como al aparecido medio sabio que no boxea

pero que ahí pertenece

Los pasantes de la vida

Los pasantes de la vida

Se ven marchar por ahí con sus largas vergas

atadas a los cuellos gordinflones

soltando su tarabilla de invocaciones que nadie conoce

son los lobos con plumaje de gorriones desdentados,

si pueden firmar en el agua es suyo el rio

¡pasantes de la vida!

siempre en defensa por ejemplo de las mareas rojas

y los hijos de sus esqueletos siendo la biblia un diccionario

para delincuentes fundamentales donde juran ante dios

ser buitres vegetarianos, díganme pasantes;

supongo que hubo alguno que pensó en defender a Hitler

y veinte millones de muertos testigos

con ojos de madera asfixiados en sangre a declarar en el pulpito

perpetuamente

 

Abogados; piedras tributarias

con el horizonte al final del encuadernado

de sus estúpidos libros constitucionales

almas con jerga de plomo,

toros con capote y camillas y entre sus pesuñas:

dulces floreros de coronas mortuorias,

reclusos detrás de una tonelada de papel

y signos estupidizantes,

con sus silbatos de mimbre

graznan como puercas al menor embarazo.

 

esta fiebre de alquimistas del cartón sanitario,

enjambre de moscas

con aguijones adheridos con velcro,

siendo sus leyes espejismos

con zapatos de horizonte y escarcela.

 

Y sus barcos anclados en el fondo del océano

respirando el viento del agua

argumentando alguna estupidez

que a nadie le importa,

tan lejos de la poesía estos matarifes

que al mirar al cielo en la noche

no distinguen más que engranes grises

polarizando del vacío de sus ojos

para distinguir mejor la nada

Brasier de fuerza

brasier de fuerza

Descubrí la locura

y esa bipolaridad genuina de la mujer

hecha un corro de antagonismos apilados

una tarde esperando el camión

junto Karina,

la niña pasaba de la risa

al llanto

en un pequeño brinco asustadizo,

después me abofeteaba

tiraba de su cabello con ambas manos

se dejaba morder enfurecida

y al final se acercaba para besarme

con sus pequeños labios ocre,

con sus uñas en mis nalgas y en su mente

los barcos petroleros que se desangran en el golfo,

un claro ejemplo del trasfondo hembra

arrojadizo que detrás

de un cortinón de flores

hay un cumulo de oligofrénicos

cortándolas

y llevándolas a sus ojos hasta introducirlas por la nariz

tercera llamada; luego un grito

extendido de marea roja,

sigue un silencio prolongado

como resaca de barbudo ambulante

y finalmente murmullos

de argumentaciones despóticas

como un discurso de Antonin Artaud

hay lamentos de crueldad en los oídos contrarios

y en la pausa la hembra descansa en paz

eternamente un minuto,

después renacimiento después beatitud

después traición después nuevamente muerte

después una deidad vagabunda y vuelve

después pasa un pájaro se posa en su pelo

la distrae y saca un polvo mágico

y se retoca el rostro mientras el mundo se desmigaja,

la locura detrás del brasier de fuerza ,

una máscara de ataúd en la calle,

un rifle con la mirilla en contra

y nos seduce esa incongruencia inverosímil

y se soluciona el álgebra con saliva y semen

y nace un niño con nombre

de aerolito con dirección a nuestros rostros.,

y la esquizofrenia triunfa aplastando un ábaco

con sus garras de metal

luego en la bipolaridad retorna lacónicamente a la razón

y en los juzgados la mujer y sus bala de diamantes

para desfogar el cálculo de alcohol en la risa,

una idea de campos de concentración de mariposas

porque el cuchillo también tiene lado tierno

y caricia de madera en el mango

la dama, un muro de pecera tapizado

con lunares de breas que nunca bailando

perdonan las proporciones de su estatura ni su especie

según sea el caso contra las leyes de la física,

así la mujer es hermana de todo lo quimérico

lo cual resulta ser lo mejor

de esta jodienda de mundo

la poesía, el amor y los velorios de los buitres

El reconocimiento de la muerte

el reconocimiento de la muerte

Pintura; René Magritte, «las vacaciones de Hegel», 1958

Cuando dejamos la ciudad de México y nos fuimos a vivir a Aguascalientes, yo no tenía un punto de comparación entre una y otra ciudad, por un lado la ciudad de México que en esas fechas me extraviaba en una especie de misticismo pancista me aterraba, meses antes corriendo detrás de una niña del colegio, siguiendo el surco del pelo en el aire, cogiendo con los dedos de la nariz la esencia de shampoo de aceite de sésamo que emergía, y las secuelas de los golpes frenéticos de las ondas de pelo largo al correr, crucé la calle y sin darme cuenta un coche blanco me embistió como un toro en la feria en San Fermines, un ratón gigante en picada me levanta como a un trapeador en desuso, di dos vueltas por los aires hasta caer sobre mi cabeza a la orilla de la calle, un giro elevadizo en las azoteas que duró minutos pues allá arriba logré contemplar la cúpula nivelada de dos iglesias en dos puntos distintos, pude armar un castillo de dominó estando levitando en las alturas. Sentí lo que se debe sentir en la piel momentos antes de morir, un estremecimiento inopinado que sube milimétricamente con la velocidad de un perdigón decidido, con esa sensación de que algo dentro sabe cómo reaccionar una vez que ve a la muerte a los ojos, tal y como si en los impulsos más cercanos al instinto de vida existiera un reconocimiento de muerte como parte de la misma en un reencuentro de amigos lejanos, imagino que es el mismo compadecer del capitán del barco al momento de un naufragio, como ver a un familiar que no se ha visto hace años y se reconoce familia, porque la tormenta es parte del navío y el naufragio es posible en todo momento y por qué la muerte es parte de la vida, así mi alma cercioraba los instantes desde su ventana pálida detrás de los ojos succionándolo todo, con las cámaras bien despiertas anotando en la bitácora del viaje la sensación del viento en mi rostro al rosar el cableado telefónico en mi absoluto reconocimiento permisible, sin decirle al cuerpo que se ha recibido una llamada anónima de alguien tributario a la muerte y que la llamada es por cobrar, pero afortunadamente nunca levante el auricular. Caí como un pájaro invalido que no le responden las plumas, el reencuentro con el hormigón no fue nada amistoso, yo mismo pude escuchar un golpe seco como el de las cajas de madera que porta fruta apilarse de golpe en la central de abastos por un fornido mestizo que silva una cumbia, no cavilé en ese momento la simple idea de que unas milésimas de segundo más temprano y el coche me pudo haber cogido por completo y adherido al hormigón pisando mi piel con los neumáticos hasta mezclarme con el alma del espejismo que se nota a kilómetros por las autopistas, con la presencia de una charco de agua fantasmal, esa fue mi primera visión frente a frente con la muerte, un intercambio de miradas de ex novios. A pesar del golpe no quedé inconsciente, traté de levantarme pero mi pierna estaba rota en dos partes, logre ver a una pequeña multitud observándome detrás de una jaula de dolor en un zoológico urbano, había sido atropellado. Se me transportó al hospital en la camioneta del colegio y la propia subdirectora fue conmigo, una monja cariñosa joven que en todo momento tocaba mi rostro con sus manos, la mano del religioso que en realidad vive para la diócesis sin ningún pretexto séptico, es decir las personas que nacieron para encarnar la beatitud con todo y cualquier tipo de yerro por más mínimo que tengan tienen las manos tibias y frescas. Al llegar al hospital entré por la puerta de urgencias, un camión había chocado esa mañana con un tractor en alguna carretera aledaña y los pasillos estaban repletos de heridos, el contraste del blanco de los hospitales con el rojo violento de la sangre es un golpe frenético de realidad pura, un trastorno de los gemidos de la vida, un eterno reconocimiento animal. Había sangre por todos lados, y los gritos de la gente rebotaban en los muros como piedras, los rostros de dolor se contorsionaban como en una puesta de placas amorfas que en su terco anidar buscan alguna grafía sin tener ni idea de cuál, en aquél tiempo todos los días asistíamos al teatro donde mi papá trabajaba en la dulcería y veía a los actores hacer todo tipo de muecas, me parece que por eso dejé de llorar, inmediatamente lo relacioné con algún rito de carácter histriónico, una escena infantil muy extraña. A pesar del dolor los heridos me sonreían, sabían que en medio de su propio apocalipsis había un pequeño niño que posiblemente había viajado con ellos en ese autobús de pasajeros, más tarde me enteré de que había habido cinco muertos y veintitantos heridos. Me colocaron en una habitación con dos camas de concreto y colchonetas, recuerdo los colores verde miseria de los hospitales del seguro social de la ciudad de México, en la otra cama había un sujeto joven que de inmediato me sonrió, era rubio recuerdo, yo sabía que estaba sufriendo pero trató en lo más profundo de su ser aguantar el dolor lo mayormente posible para no asustarme, aunque reconozco que ya era demasiado tarde, mi carácter amarillista estaba despierto y quería seguir sabiéndolo todo, por algún momento incluso olvidé que había sido arrollado una hora antes, La segunda visión que tuve de la muerte vendría más tarde andando con unos amigos perdidos en la jugosa selva de San Luis Potosí, repletos de hierva salimos volando por un acantilado de esos que te guían a otra selva aún más profunda, un océano de agua hojas que nos hubiera tragado de no ser por un cumulo de ramas misericordiosas que sujetó la camioneta por pies y manos dejándola suspendida como en escena de Jurassic Park, arrebatándonos de la lengua de la muerte, yo sí podría describir la proximidad de la muerta a través de los ojos de un marihuano, de fondo llevábamos una de esas miserables canciones de ska que todo lo que tocan los hacen embutido de estornudos onanistas, así entonces salimos volando por entre los árboles, y aún recuerdo la justicia del viento colándose por nuestros oídos y salvándonos de una muerte más que segura.

trozos de mujer desperdigados

trozos de mujer desperdigados

Se para desnuda

se viste

extiende

toda la piel

por el cuarto;

busca su ropa

se dobla y se desdobla

me alejo nadando

de los horizontes redondos,

del mueble constelar

que define los pliegues

de la dama,

yo trato

de regresarla

a las sabanas

pero el reloj

insiste

con su tono

en la voz

de oficial de trenes,

coloca el despojo

en las líneas rectas

cubriendo la ternura

de las concavidades

de los senos,

y yo siento

esa melancolía

antojadiza

que se siente

cuando se añubla

el bosque de neblina

se va;

y en la mañana

con la luz natural

del día

se ven

preciosos trozos

de mujer desperdigados;

pinzas para el pelo,

listones con encaje,

ligas de pastelillos rosas,

colibríes apoyados en la mesa,

cartílagos de constelaciones encendidas,

pájaros enarbolados rondando

desprendiendo hojas de las alas,

migajas rojas del diablo inmaculado,

kilómetros de hilo de cabello

para reparar bombines de astrólogos,

gritos de un sauce llorón,

latidos de carmín

grabados en el arrecife

de los mosaicos,

cuernos de unicornios

girando en el techo,

biblias abiertas,

liebres fluorescentes,

libélulas blancas

que enredan el aire

con el canto de sus poros

perfumados

y uno cuenta

los barcos en las horas

hasta volver al naufragio,

recolectar los trozos

y armarme un ancla

para ir lo más

lejanamente posible

Los borrachos

 

los borrachos

Fragmento de El triunfo de Baco (Diego Velázquez 1639)

una muchacha de sangre cebada

detrás de un nombre coloreado

cruza la pierna y tiembla con la ansiedad

de una lavadora en espantada,

vestido blanco, suelto y hombros desnudos

carbonizanda como un montón de fuego en los barriles

me espera en un banco de la plaza alado del mar,

la ristra de alcohol diverso que corre por su piel

haciendo juego con sus pechos

graciosamente asomándose y el calor

de un cabello hecho un desastre

me retornan a las estampidas dóciles

de corpiños verdes escurridizos

en los patios de mi secundaria

 

me gusta su sonrisa horizontal y fácil

y la ternura del niño que no ha jugado y espera

 

llego y su cabello se desploma entre mis brazos

con sus gollerías envinadas me encierra

entre el beso de borrachos hay un bóveda florecida

que guarda pedazos de primavera en los bolsillos

que se enriquecen de golpe como un arrecife que abre su blusa,

así me perdí entre esas mejillas marrón

hasta no ver más que unas pestañas mordiéndome

los costados del rostro y saliva por toda mi cara.,

me dijo: -bebamos algo-

y en la rockola de la cantina nos esperaba

Antonio Aguilar y su condensado grito

de charro moribundo y

un cumulo de hombres amarillos

cantando sin sus sombreros de mimbre

muy borrachos

 

conozco borrachos que se inflan hasta

rodar por los parques en su frenético

dolor alegre de baile en los patíbulos de la orca,

pero a esa chica realmente le apasionaba beber

tanto así que yo la llamaba borracha de oficio

 

luego comprábamos una anforita

y nos instalábamos en la playa

a ver como el mar se bebía al mundo de golpe

y todos bebíamos no para escapar

sino para quedarnos,

esos son

los mejores borrachos

El suicida

el suicida

Exhalando el smog en los costados del viento

en un piso capaz de rascar el vientre a los aviones

un ejecutivo contrae el pubis en la caída de sus ojos al espacio

en el clavado a la alberca de agua de acero,

en el paso de un edificio al otro supuesto,

en entregarle a los dedos del aire el traje de resina y nalgas

 

en el viaje del aura

una película infinita roda en la pantalla detrás de sus anteojos

y su corbata es la punta del rollo suelto;

celuloide de 35 milímetros de desesperanza a medio filmar

 

el hombre trajeado persigue al mundo

luego un versículo de bruces adhiere

con los artejos del cuerpo al hermético portón

que lleva al centro de la tierra

la carne contra carne

y trozos de casco en el mar

y naufragio y muerte

 

se apagaron las bombillas

pero queda un trozo de carne amorfa

dispuesta aun a mirar a la vida a los ojos

por unos días por lo menos de forma comestible

réquiem de apocalipsis uno y dos

réquiem de apocalipsis uno y dos

y la piel desnuda;

con la terrible pijama de navajas absorbida

y la carne abierta que oscila en el siglo desmallado

y la sangre haciendo gemidos de burbujas

en las fosas de los lobos recostados en la hierva

y la pluma de ave religiosa de los aviones

guarda su pudor en cimas donde atesora

su vergüenza de burócrata el tecolote canonizado

con sus alas persiguiendo a la tierra cayendo al piso

nombrándolo todo con el apellido del muerto

con sus ataúdes colgando de los hombros

y sus utensilios de restaurante custodiándolos,

material para velorios y agua plañideral

de la universidad autónoma de la rapiña

donde entre otras cosas estudian

horadandar el agua con una bofetada de huesos

contra huesos y réquiem de apocalipsis uno y dos,

para abrir todas las puertas con la llave de la naturaleza

que se les fue otorgada.

Bajan para arrancar la memoria de las uñas humanas

y se llevan la caries de suvenir los picos de sus dientes

despegan al otro lado de la cama constelar,

trabajan la materia como dicen los marxistas

pero algún día ellos también serán trabajados

 

Dosis de mutis

Dosis de mutis

Un terrible hálito de nieve;

bajo cero una voz de lluvia

y la tierra que es una hamaca mezquina

invalida se encierra tras los colchones

para que el pedrisco se alimente de sus resortes

y no de la cuadripléjica palabra de dioses disecados,

ultimo grano de azúcar en el gran lago salado

en la noche alumbrada por la sombra

y en el cuello las coronas de espina; centro de agujero negro

vulva que todo lo mastica en la ingesta

parpadeo infinito, adiós de novios, ¡hasta luego!

Ema Popova

Ema Popova

Estabas parada del otro lado del salón;

con aire de Nina Dobrev en My daughter’s secret

alumbrándolo todo con tus enormes

faros de metal entre las pestañas de encaje,

que como la procesión geográfica de los Balcanes

se separan para dividir las cuencas del Danubio

dos mares de ojos dorados que encierran lobos siberianos hambrientos

 

el vistazo desaguado del Rumano no es lo mismo,

la mirada búlgara se asoma entre el Mármara y mar negro

con un cuello largo de jirafa desdoblado que sobre pasa el Yumkusal

para respirar la incinerada plata roja que cuelga de la intemperie;

polvo de la sangre hecho trabazón de arcilla libre en la Europa occidental

de la memoria de la guerra Otomana y las guerras mundiales,

que estiran sus alas al viento; pájaros carmín que evidencian la muerte viva;

y en las autopistas de cristal de encino miran hacia abajo

y desde la epidermis de los Edificios de Sofia, y una vez respirada vuelve

y así eternamente…

 

y sus mujeres, que parecen haber sobrevivido

a todas las calamidades y emerger de cualquier incendio en licor de mastika.,

Las sórdidas miras turcas o rusas

y sus martillos amarillos colgando de la entrepierna

que en su saqueo horadante de rapiña

tratan de repatriar hasta el celaje de los bosques,

la argamasa de los besos y el pan secreto bajo las uñas.

Y los Otomanos, que todo lo desarreglan

con sus manos piro maniacas, con su frenética bestia entre los dientes,

con su hambre de verterlo todo en sus rodillas contra el piso,

ese estúpido afán de pretender tener al único dios de tu lado

Hoy retornan los expresos de media noche,

cargados de hachís y soldados romanos desterrados,

hasta Costa Rica, hasta Buenos Aires, hasta Tokio;

las flores de occidente evolucionaron haciendo de un Napoleón un héroe,

sus bustos con textura aristotélica y carne de hormigón rebajado pero en el relleno aire;

se detienen de las plazas como cristos convirtiendo parques en cementerios,

y los camiones chatos de esos que saquearon rusos exiliados

de un Chernóbil que se desfiguraba recetado con cucharaditas de apocalipsis

ahora transitan por los callejones de Europa,

con los últimos fantasmas marxistas sentados con sus iPods

y su romántico peinado de mineros polacos jugando candy crush

alineando frutas y sonriendo por toda Stalinandia desde la ventanilla de sus moviles;

el comunismo es un piso de Dante que afortunadamente

ha menguado sus llamas al grado de aparecer en museos solamente.

 

 

Y los proyectiles nucleares, que han sido rodeados por los brazos de la hierba;

ese amamanto de la naturaleza con su sabiduría involuntaria,

y unos tracios y unos macedonios que se han difuminado en el mar negro,

y unos bizantinos con su arte de latón en movimiento

en la punta de un vidrio fosilizado que algún día pisó Fippopólilla;

hoy dejan el vitral por el espejo para perderse en sí mismos

después de zigzaguear las fronteras con sus labios

como un varón viajando por las reservas agrestes de su mujer

hoy comen en Mc Donalds y visten con DKNY Jeans

 

perdón Ema por mi revoloteo de tarabilla, volvamos al tema,

sabes que soy un hombre que pasa de un tema al otro

con la facilidad de un barbero de Brooklyn.

 

 

Te vi de lejos en el apartamento en tu cumpleaños veintitantos.

Para cruzar la fiesta tuve que sortear a miles de coreanos en el viaje

gritándome sus graznantes nombres al oído como ambulancias cilíndricas,

huyendo de una charla de Jacques Chirac

en medio de algunos franceses reaccionarios en el balcón

 

al llegar a ti abriste esos escarpelos de viento

alargando las pupilas a mis ojos, cerrando el callejón entre ambos

desnudándonos en la adolescencia de las palabras en la piel blanda.

 

Mastiqué algo en inglés y me respondiste en un español suave

un español entre una especie de fárfara cirílica

con bordes disimulados mexicanos que llevan el palpito azteca en el ritmo

y su lacónica bóveda de regionalismos en nuestros diafragmas.

Tu español tan puro e ingenuo pero con el color del pelo del mar negro.

 

Hablamos del clima en Sofía y del ambiente político en México.

Sabes cuánto detesto la política Ema; soy un ambidiestro de izquierda que reclama con la derecha.

Pero también hablamos de Hristo Stoichkov y el mundial del 94´

de la sierra tarahumara, de tus similitudes griegas, de la guerra de Croacia.

Momentos después un alemán se acercó

con aire de Tom Hiddleston y corbata inglesa

a tratar de seducirte y hacerme a un lado con su español desvencijado

entonces con mi pulida discrepada de eufemismos

le dije con un perro en la boca;

 

-esta es una charla de latinos-,

y me contestó; -pero ella no lo es.

Respondí; -ni tu tampoco cabrón.

Dije soltando mi mirada de minorista temerario de Tepito

entre un mar de discos piratas de Juan Gabriel y Rocío Durcal,

contra un embutido cuerpo de guapos granaderos con sotana y palos.

 

Al deshacernos de el brindamos con vino blanco en la cocina,

la deuda de los penales en el universitario de Monterrey del 86´estaba saldada.

Mientras tanto los coreanos se perdían en los tragaluces de sus teléfonos.

Al salir de la fiesta caminamos varias manzanas buscando bares irlandeses,

en un pub me negaron la entrada por ser latino

y venir con una cuadrilla de brasileños negros a nuestras espaldas,

no recuerdo mucho a esos negros de Curitiba

pero bebían tanto como yo y eso me gustaba.

Traté de enojarme en ingles pero no me salió una consonante;

es difícil concebir en otro idioma siendo un poeta y siendo enojado.

De ahí caminamos a un bar puertorriqueño,

pedí de inmediato un par de pintas de güines negra

y al llegar a ti te sorprendí bailando,

giraste tomaste la cerveza, bajamos a la zona dominicana en el sótano

y el merengue me llevó hasta tu boca como el transpiro de un agujero negro,

y no paramos de besarnos entre los latinos europeos

que se mueven como perros siendo alimentados por garroteros afuera de restaurantes.

 

Bailamos hasta entrada la madrugada

al salir tu amiga Cilvi se trastabillaba de borracha

mis amigos se habían ido, caminamos hasta tu casa y te dejé muy cerca

al besarte para despedirte un knaker me golpeó tímidamente con el hombro

volteé molesto y me pediste que me tranquilizara

el sujeto siguió su camino como un walker descerebrado;

México es peligroso y la gente bebe mucho, pero se cómo reaccionan los borrachos

mas no se la regla de tres de cuatro del europeo heroinómano

si su lagrima es de risa o de susto, o si se saca la verga para orinar o traspasar

 

en aquellos días yo amaba a una mujer mexicana,

pero no pude dejar de sentir la pulsión del quebranto

redondo del que desfigura labio a labio entre palabras saliva y besos,

y la caricia como ruda amenaza de un golpe difuminado

del otro lado del mundo

 

durábamos horas desde aquella pequeña ventana del D8,

barrio suburbial de trabajadores de la cerveza y los trenes;

-Yo vengo de un barrio de trenes-, te decía

bebiendo mucho vino y resguardándonos de un invierno degenerado,

yo hablaba de la boda de mi amigo Camacho en Culiacán Sinaloa donde asistí,

y tu me contabas del bar al final de la calle Vasil Levski propiedad de tu madre

y tu padre: aquel hombre duro y brillante que le faltaban palabras de amor

en la bocina del teléfono, porque el varón búlgaro es un tipo duro,

casi tanto como el de Culiacán Sinaloa

 

y así es como vuelan juntos el urogallo y el quetzal

dando un tumbo de aliento antagónico en la tierra

en el unísono del ala despegan y la distinta pluma del mismo pelaje se sumerge en la brisa

reconociendo el viento como uno mismo

y las fronteras son de aire

como la vida, como el odio, como la canción,

y Esperanza Spalding prolonga su susurro de trombones

y nuestra desnudez se junta y los continentes retornan a su sitio

en la noche inmersa de pisadas de piedra

abordo del barco Vikingo que algunos llaman Irlanda

 

Yo soy el tigre

Yo soy el tigre

felino de tal venido a tocar el violín con los mostachos,

con la cascara de piano modulando la mácula del naranja en la piel

y teclas negras de música en todo el cuerpo,

con notas venidas a mis garras para crear zumbidos

en el ritmo violento de la caricia carnívora

 

de ronroneo graznante

 

venido de la rúbrica verde de la biósfera

buscando manchas de cebo en el bosquejo del mundo

trepando las ramas de los edificios de feo papelón metálico;

no me gustan las manadas si no son para abrir mi boca

y sepultarles en las caries

 

no me gustan las rodajas de pan con rehiervas

de la mano artificial del que se encandila con el rojo de la sangre,

la clásica miopía de querer ver copular al león y a la liebre

la selva no se hizo para hombres de corazones cortos

 

la mano del hombre acaricia y sabe a ramaje de plomo

sin sazonar nadie lo masticó y ahora nos traga en restaurantes

con sus bocas neumáticas atestadas de fierros

capaces de enlatar la luna y devorarla a destajo

 

 

en la siembra de cúteres y en las calzadas de los tahúres mancos

que andan por la jungla,

me atraigo a los imanes atados a las nubes

y bajo mis pies flota el mundo,

como una roca única que alquila un surco

se amarra a mis patas con fiereza

el planeta es un tumor

que se le ha extirpado al sol para que este viva

 

 

tigre que mira con las balas lentas que esperan,

que exhala el interior flemático de las gordas olas saharianas,

jugando con un pulmón de vinagre y con un trilce entre los molares

por las tardes para después volver al empastado

a masticar alguna medula de leviatán

 

reaccionario de la carne y sus consumos

de barba inmemorial en la marcha

 

me murmullan los arboles,

te queremos tigre detrás de tu sombra

asoleándote en la noche eternamente,

pero aun me queda mucha sangre que tragar

 

no se a que se refieren

con el mundo de amor de los creyentes,

si yo no puedo mirar con afecto a un venado a los ojos

sin ponerle los caninos en el rostro

 

no he amado, hasta apartar de mi las tripas y ofrecerlas…

3csl

Me ha visto la muerte de mirada cáustica

con sus parpados salientes,

con sus ojos;

de perros que se fugan,

me ha visto saludarle desde las verdes hierbas

con un trozo de trigo en la boca

acariciando un tecolote con la ternura de niño en mis uñas,

o como a palomas de parque y viejos con semillas

o tortugas en la jaulas de vidrio balbuceando,

me ha visto calcularle el vientre

con mis dedos de anacoreta

como se malluga a la quinceañera en celo,

me ha dejado la cremallera expuesta

para que me distraiga,

mire y tropiece con un montículo

de viguetas de volcanes

cuando marcho la danza de los Carlitos

 

me han atropellado,

he caído por barrancos,

sobreviví a persecuciones en autos

de niños cristianos que quemaban sus coches rojos

para colorearlos negros

huyendo inútilmente de sí mismos

en las calles de una sucursal del limbo

 

me han tomado entre garras de latón

trozos de mi alma oligofrénicas mujeres

amarillas de célibes,

 

he peleado con hombres

que asoman caricias de navajas

y espolones kamikazes

 

he vivido en la membrana del culo

alquilando un piso con caimanes hambrientos

sosteniendo al atlas

 

en el fin del gran esfínter

me he conducido

de mala forma a hombres con falda

y crucifijos

 

he pisado la prisión preventiva,

me ha malgastado la noches

de combustible y refresco de cola

los oscos billaristas de mil bandas

 

he querido hasta asomar el alma que no vuelve,

he reído hasta doblarme como un volante

introducido en la bolsa del taparrabo

 

pero también; he usado corbatas, novias, y tarjetas de crédito

he pisado París con algunos panes de mas

 

pero nunca he desecho los nudos que dividen a los mares

en barcos camaroneros con alas de redes

ni he probado el manjar del fiambre

sumergido en la carencia africana en los dedos

no he zumbado un bramido en el monte

nadando en el polvo

no he amado, hasta apartar de mi las tripas

y ofrecerlas…

El halcón peregrino

El halcón peregrino

Cuando mi amigo Rick Hunter

vivía en los pies de la torre de Telmex,

me contaba una tarde que en la cima

había un halcón peregrino marrón

con la parte inferior blanquecina

y bigotera con navaja puntiaguda

en la extensión de los labios de acero

 

anidaba para espantar a las palomas

que estropeaban la enorme antena:

-El hombre más rico del mundo debió contratarlo-

Decía yo sonriendo pero Rick no reía

 

como casi siempre estábamos drogados

no puse mucha atención a lo que decía,

hasta que un día subimos a su azotea

en su edificio céntrico

y después de algunas cervezas

vimos el gran pájaro columpiarse

en el filo de concreto saliente,

una increíble sombra de ajenjo negrísimo

pararse como un perro de caza

a sesenta metros en la punta de la torre,

 

cuando un grupo de palomas se acercó

el gran pájaro estiró sus enormes remeras secundarias

para abrirse como cresta de espesa constelación

y titubeó como si amenazara caer por los aires

como un toro en estampida.

Después de unos minutos;

una paloma aislada se alojó en uno de los trastos diagonales

de las antenas parabólicas,

de inmediato el halcón cayó en picada

extendiendo sus enormes alas negras,

abriendo la cremallera del agujero negro

y como un meteorito encorvando los incisivos

para arrancar un trozo de amasijo de acero si era necesario

 

cuando apenas la paloma despegó,

el gran pájaro hundió sus uñas perfectas

en el vientre y la espalda del pobre pájaro

habiendo una explosión de plumas en el aire,

como detonando un fuego artificial una noche de pueblo

 

 

se la llevó moribunda y jadeante

hasta el filo de concreto saliente

en la cima de la ciudad,

 

sorprendidos nos miramos conmovidos a los ojos,

como si hubiéramos recibido un ramo

de amapolas a domicilio

 

y abrimos otra cerveza asumiendo

que el mundo se faja la piel

para poder caber en los calzones

de la naturaleza y no viceversa

Es difícil tomar café con el padre de una chica que acabas de cogerte

Es difícil tomar café con el padre de una chica que acabas de cogerte

Eran alrededor de las dos de la mañana

yo venía saliendo de alguna borrachera

cuando me llamaste al teléfono

 

en ese entonces no tenía coche

pero conseguí una camioneta

y fui hasta tu casa

 

me pediste que fuera hasta tu cuarto,

vivías en un segundo piso,

no querías que tus papás notaran mi presencia

 

trepé por un árbol poniendo la camioneta

lo mas cerca del edificio

para apalancarme al subir

 

subí por una tubería de agua,

luego pasé por una ventana lento

con miedo a ser descubierto;

me corté con un saliente de tubería inesperada

y al llegar a tu ventana me esperabas

con tu pijama de gatitos,

cerraste la ventana y de inmediato pregunte:

-¿y como chingaos voy a bajar todo esto?

 

Te encogiste en hombros y me besaste;

te quité la pijama, te lleve a la cama

y bajo las cobijas hicimos el amor

algunos minutos

 

tu madre tocó a la puerta preguntando

por unas voces y tu jadeante le dijiste

que era la tele, te volteé para hacértelo de espaldas

y poco después te colocaste arriba

y me besaste fuertemente,

 

se escucharon pisadas en la azotea

y saltos repentinos, alcancé a voltear

y vi la sombra de un hombre por la ventana

portando un rifle de alto poder,

estaba rodeado

 

tu mamá abrió con llave la puerta

y junto a tu padre y un hombre encapuchado

nos encontraron desnudos,

tuve que alzar las manos como un delincuente

 

 

 

trataron de encender la luz

pero inesperadamente el foco se había fundido,

pedí una disculpa a los papás

tapándome con un tigre de peluche.

Me la aceptaron pero no era suficiente,

aún debía explicarles al comandante

y al grupo especial anti asalto

de la policía federal que se encontraban en la calle

 

me puse el pantalón y no encontré mis zapatos,

me coloqué tus gordas pantuflas de osos afelpados

 

al salir le expliqué apenado a siete policías lo sucedido,

ellos aún estaban furiosos,

 

de repente te asomaste por la puerta

y vieron tus grandes ojos, y tu hermosa cabellera azabache,

fue una pausa incomoda,

pero comprendieron de inmediato

en ese instinto las tonterías que los hombres

cometemos cuando una mujer mira

con esos enormes ojos

y esa boca

 

uno de los policías sonriendo,

me toco el rostro como si fuera mi padre,

y se fueron

 

subimos y tu papá hizo café,

es difícil tomar café con el padre

de una chica que acabas de cogerte

con sus pantuflas de oso puestas

los ecologistas nos hubieran mirado mal

los ecologistas nos hubieran mirado mal

Encendíamos la regadera y esperábamos

el agua caliente

mientras el vapor nublaba

con su vaho nuestros ojos

ya de por si ciegos

 

la era de un cuajo de nudillos

golpeando los polos hasta ahogarnos

en esta jarra de agua y sal,

la guerra en Siberia, los palestinos amordazados.

 

El vapor acariciaba nuestras

aristas más privadas,

y lo que no alcanzaba

a ser cobijado con el aire caliente

usábamos nuestras manos

en el cuerpo del otro

 

empezabas por arrojar la blusa

y dentro de las puertas de vapor

se asomaban esos senos

con encaje de seda,

 

después tu pantalón

y aprovechaba el último tramo

atorado de la mezclilla en tus pantorrillas

para rodearte con mis manos

y morderte la nuca después

de llenarte el cuello de dientes,

 

en ese momento entrabas

suavemente a la tina,

sostenía con una mano tu cabello

y con la otra los senos,

y ya dentro de los hilos del agua

te besaba bajo la lluvia caliente

tomando fuertemente tus nalgas

con todos mis dedos

para evitar que escapasen

 

tirábamos el agua

después de una hora

quizá hora y media

 

los ecologistas nos hubieran mirado mal,

pero que saben los ecologistas

de amar con todos los recursos

del cuerpo y el planeta

Piso novecientos sesenta y nueve

Piso novecientos sesenta y nueve

Recuerdo justo ahora cuando íbamos a casa del tío Carlos, siempre saliendo de la escuela los viernes; en las avenidas del monstruo las estampidas de los paquidermos en patineta circulaban de norte a sur y de oriente a poniente, arrasando a su paso todo lo que se encontraran; ciclistas, agentes de tránsito, hombres con portafolios, equilibristas, monjas, titiriteros, soldados, carteristas., a veces y en esos casos las luces rojas de los semáforos eran de carácter decorativo y nadie las respetaba. Hay que cuidarse de todo y de todos, no es una ciudad cualquiera, la ciudad con su enorme tapiz de innumerables torres de piza que bailan de un costado al otro, nos mostraba todos sus perfiles, los edificios empinados como mujeres cachondas se levantaban los vestidos y se podían ver el páncreas y las tripas asomarse por toda esa piel abierta sensual de hormigón que esconde eternos ciudadanos sumergidos en trincheras altas. Los traga fuego parados en sillas ambulantes, con detonadores de napalm en la punta de la lengua, se suspendían en las marcas de cebra para soplar lumbre de forma sincronizada simulando el inicio de la película Apocalipsis Now, mientras un espasmo de autos arrancaba mezclando el estacazo con el fuego, y se podía presenciar una cremación en vivo, en medio de un inquisitorial muro de llamas, y el virtuoso traga fuego sobrevive intacto a la cremación en un enorme truco de magia. Esa es la ciudad de México, un enorme truco de magia, el truco de magia más grande del mundo, y quizá uno de los más briosos del planeta, pues la ciudad se esconde, y siempre esconde, debería de llamarse la ciudad que esconde. Detrás de si hay otra ciudad que emerge de las huellas, en medio del Xochimilco, un lago donde los fantasmas del agua aún mueven con sus dedos los cimientos, ahí donde las pirámides apuntan a la luna acostadas en un sarcófago eterno, donde fueron tapadas por bastidores de regurgitación española hechos iglesias o palacios, por garras de tridáctilos que dejaron caer enormes cruces rellenas de bronce con cuadripléjicos cristos que escupen a diario agua vendita a granel a los cuatro oscuros puntos cardinales. Los neumáticos de camiones enormes, esconden más con su enorme peso la ciudad fosilizada milímetro a milímetro y segundo a segundo la hunden más y más. La segunda ciudad reina bajo kilómetros de tepetate y toneladas de concreto, quizá la verdadera ciudad de México solo asome sus entrañas y respire por los alcantarillados, transpire a través de los bronquios de la gente en una especie de conexión sensorial, una extensión de un cuerpo catatónico donde la ciudad en una continuación humana a nivel celular se reembolsa a sí misma. Así es, los bronquios de la gente son una amplificación rítmica de la garganta de una Tenochtitlan sumergida, los corazones se sumergen en el ritmo del tambor guerrero, los algoritmos en los muros dicen algo contundente, desde las cicatrices de grafiti que abundan hasta los laboriosos grabados en cantera en los palacios virreinales, un código vertebrado también nos circula y la gente camina por Álvaro Obregón o por Carranza o por Reforma y la ciudad respira a través de ellos, Quetzalcóatl se desenvuelve atómicamente por los órganos de su gente, medula a medula en la espina zigzaguea en abrazos cortos donde alcanza a rozar el tuétano sin alterarlo.

Todo pertenece aquí, somos carne adherida a un cosmos que nos cobija y nos amamanta, mosaico de poros que respira, y cada que acariciamos el recuerdo de Huitzilopochtli, un esperma se diluye en las entrañas de argamasa y fornica el ovulo eterno del templo mayor, y nace la muerte de un ciudadano, pero ya tres mexicanos retornan en los hospitales del seguro social al mismo tiempo, tres caballeros jaguar o tres esclavos o tres sacerdotes o tres parteras, los símbolos se retornan como la gente, en un ocho de ida y vuelta sin límite de combustible los cenzontles cíclicos perpendiculares se miran al espejo, e imagen y carne se saludan de frente, cruzan la puerta e intercambian de papeles, como un cambio y retorno paulatino de la gran serpiente célula a célula, casi como un desmantelamiento de una maquina en un robo hormiga de una fábrica durante años, para construir paulatinamente un tractor hidráulico que trabaje millones de siembras y alimente ejércitos humanos. Si se sube uno al metro a medio día puede cerciorarse de que Tenochtitlan aún está viva, las narices puntiagudas de los inactivos caballeros águila viajan en los andenes, y suben a los trenes subterraneos pero ya sin su armadura de plumas y algodón, pero con la roja fiereza encasillada en las pupilas, con inconsciente listo para mutilar y hacer desangrar. Más ahora la danza de la guerra tiene intrínseca los colores, y aun así sin los trajes ni la ornamentación se pueden ver los cabellos negro ocre, y la piel tostada violentamente, y los dientes asomados con carácter de asesino cruento. Como cuando el escribano anónimo miembro del escuadrón de Diego de Ordás más o menos dijo; Es magnífico verlos pelear con sus armaduras de algodón multicolores, pero sugiero que lo que realmente quiso decir fue: es una parvada de arrecifes luces, en una danza de plumas constelares. Así es, Me imagino que era un circo de luces chillantes que fulguraban por todos lados, como restos de luciérnagas de cuetes que se diseminan en la cabeza de una iglesia en una fiesta de pueblo, llenando de vida el cielo, un jardín de flores multicolores moviéndose de forma impresionista, como la piel de un lago en la luz de media tarde o viendo detrás de la ventanilla de un Cadillac mirando las gotas de lluvia derramarse en el cristal por la noche, una danza magnánima, auroras boreales de apellidos cosmogónicos que sueltan cataclismos moleculares en cada estallido de espadas y escudos de tela y jade.

Esa danza ahora se puede ver pero en la lucha diaria, los rostros son los mismos, los ojos son los mismo, la textura del cabello es la misma, solo que en otra indumentaria, las sonrisas de obsidiana azul al ver chorrear de sangre los arroyos y los valles ahora miran detrás de sus hermosos ojos negros el palpitar de noche bajo tierra, en los túneles que todo lo conectan, la epidermis y viseras acuáticas que reinaban las placentas ancestrales, donde se sembró Tenochtitlan hace ocho cientos años.

Al llegar bajábamos de la camioneta y nos encontrábamos una fila desordenada de fichas de dominó anaranjadas, un edificio tras otro partidos en dos literalmente, una escenografía al estilo multifamiliar del Chernóbil actual con la hierba muy crecida y los vidrios rotos, donde grandes torres de piza (como ya nombré antes) apuntan a todas direcciones, como plantas puestas por el azar entre adoquines buscando el sol que les da el verde. Al llegar al edificio donde vivía mi tío suspirabas de temor, primero había que subir al asesor donde de ante mano daba la sensación de que posiblemente no llegarías a ningún sitio, yo me sentía dentro de la caja negra de un avión estructurado por naipes, sentía que un simple suspiro haría caer la gran pieza de domino inicial y todos sin excepción alguna veríamos nuestros huesos triturarse poco antes de desintegrarnos como polvo, afuera del edificio recuerdo, habían unos enormes murales con mosaicos simulando la unión india que triunfaba sobre la ralea hispánica, cuando Diego Rivera contaminaba de comunismo todo lo que tocaba, también habían trenes porfiristas echando vapor hasta el techo del multifamiliar dándole a las ventanas altas un sentido de red escamar. Cruzábamos la puerta del ascensor., esa entrada de aluminio y vidrio, y nos introducíamos en esa geométrica máquina del tiempo como construida por Stanley Kubrick, una lata rectangular con escasos botones ya que algunos se habían liberado, al cerrar la puerta de acero la emulación sarcófaga nos retornaba a vidas anteriores, donde los anfitriones de un funeral anacrónico éramos nosotros. Algo en mi me decía que todo era un inducción lúdica, y que estábamos pisando ladrillo sobre ladrillo apilado uno con otro en el aire, y que la placa sísmica más certera del mundo estaba parada justo en nuestras sombras, y que bajo nuestros pies si se abriera la gran cremallera de asfalto caeríamos para volver jamás, iríamos directo al sindicato de agujeros negros.

Al terminar el viaje, el ascensor siempre nos dejaba un piso abajo o en el mejor de los casos un piso arriba, nunca entendí por qué era impreciso el viaje en la gran máquina del tiempo, entonces subíamos o bajábamos el último tramo de escaleras hasta llegar al piso de mis tíos, subir o bajar por esas gradas de granito destinaban al mismo punto, el piso novecientos sesenta y nueve, ni más ni menos que la edad en que murió Matusalén, número diabólico con giros en sus componentes para hacerlo bíblico. Pero en el último tramo es decir, un par de metros antes de llegar a nuestro destino que era la puerta de mis tíos, había una enorme grieta que había que saltar, pero no era una rendija que separaba el piso del granito en los últimos escalones, o una cuarteadura, no, era una grieta que dividía el edificio en dos partes, casi una calle dentro de un mapa de guerra, un corte longitudinal que diseccionaba la piel del tabique desde los cimientos, como si hubiera caminado la punta de un escarpelo sujeto por la mano emborrachada de un cirujano con media licencia, y dividiera en dos un pastel cuadriforme, la consigna era no mirar abajo al caminar porque se veían las tripas del edificio, y los intestinos saltaban como gallos desmarañados a la calle, de niño sentía en el rostro el viento de la altura en mi cara, ese mismo viento que deben sentir los suicidas antes del salto final, así que daba un escandaloso brinco al otro lado de la división, y con el paso de los años eso se fue convirtiendo en una experiencia totalmente natural.

Al cruzar la puerta de mi tío nos recibían sonriendo, y mi tía Rosario a mentadas de madre; Hijos de su pinche madre los he estado esperando con este puto vestido que me incomoda hasta los huevos. Una voz aguardentosa como la de un taladro hidráulico rompiendo hojas gruesas de acero surgido de un pequeño cuerpo que no rebasaba el metro con cuarenta centímetros., ¿no mames pinche Alberto pues quien chingados crees que soy Mafrgaret Teacher? gritaba sonriendo, con un vaso lleno de brandy barcardi solera con hielo en una mano y en la otra un cigarro Marlboro, usaba un vestido rojo con grandes botones dorados., cabrón tus hijos se mueren de hambre, pinche huevón inconsciente, volvía a gritar y volvía a reír con su enorme carcajada graznante que se te metía por los poros como un tatuaje, un embutido de ruidos selváticos que se arrojaban al viento de golpe, un deslave de piedras en las autopistas con acantilados de la costa de Australia, donde en cada golpe de olas un millón de toneladas de roca se derrumba, era mi tía Rosario, con su morrocotudo nombre de novia de torero, y su enorme lengua que cada que se asomaba decía una maldición o una mentada de madre, al pasar uno por uno mis hermanos eran asaltados con jalones de cachetes y cogidas de pelo, mi mamá siempre se quedaba atrás vigilándome pues siempre estaba perdido pensando en no-se-que cosas, creo que me fascinaba ese edificio, me encantaba pararme en la casa de mi tío Carlos ahora que lo pienso, donde siempre olía fuertemente a vino y a cigarro en un ambiente penetrante, aun hoy cuando me paro en enormes edificios para ir a alguna fiesta, al oler el fuerte olor a brandy o a cigarro no puedo evitar sentirme como en casa., pinche cesar no te quedes atrás hijo, esta ciudad está llena de roba chicos, anda cruza la puerta guey, ciérrala hijo, mira nada más cada vez te veo más pinche alto, tu si vas a crecer no como tus pinches primos que están creciendo pa’ todos lados menos pa’ donde se debe, mira a Fabiola, ya ni cabe en la silla de tan pinche gorda, anda; ¡largo de aquí! vete a donde sea, ¿trajeron cocas? ¿no? No hay pedo ahorita mando al guevón de Gustavo o al inútil de tu tío, anda vete de aquí hijo, ve a jugar con tus primos. Me gustaban las manos de mi tía y me gustaba cuando tocaba mi cara con sus palmas llenas de cigarro, se inclinaba muy poco para darme besos en la mejilla y después me corría a mentadas de madre para que dejara solos a los adultos, mi tía Rosario era una tía única, me encantaba escucharla hablar del gobierno, toda su pasión estaba encolerizando sus entrañas y tengo la impresión, de que apenas veía unos oídos más o menos diligentes y soltaba toda su chorrada, hablaba sin ningún sentido llenando de palabrotas cada enunciado, saltando de un tema a otro anárquicamente, regañando a todo mundo, y es verdad que no sabía un carajo y era tremendamente estúpida, pero no necesitaba saber mucho, lo que decía para mí era significativísimo, mis demás tíos, los hermanos de mi mamá eran unos aburridos matarifes de oficina cortados por la misma tijera de miles de millones de mexicanos comunes y corrientes, peces ornamentales de localidad que flotan en manada, pero la tía rosario era en verdad un espécimen raro de pez reptil que habita en el fondo de una pecera colocada en la superficie de un satélite espacial de guerra. Había ido a Europa alguna vez y ningún París me pareció tan maravilloso como el que ella describía hasta que leí a Henry Miller, ni siquiera cuando pisé París personalmente tuve las sensaciones que de niño viví al escucharla describirla., cualquier idiota que pisaba Francia hablaba del arco del triunfo y de la torre Eiffel, pero mi tía hablaba del taxista árabe gritón, de las prostitutas en los callejones, del tipo de pan que vendían con queso en los cafés. De niño descubrí Europa a través de los ojos de la tía Rosario. Se levantaba a las doce del día, y como podía hacía la limpieza en el pequeño departamento, para después volver a la cama, lo que nunca dejaba de hacer era mentar madres, mentaba la madre como nadie, y con esa soltura de las palabras que en cada pausa se estremecía un placer como el que solo me han hecho vibrar algunos recitadores de poesía, o cantantes antiguos de folk americano, o como algunos juglares del Pont Neuf en películas de cine francés en blanco y negro; las groserías las decía tan deliciosamente que se antojaba pronunciarlas de vez en cuando, en silencio o a murmullos, porque en mi casa estaba prohibido decir malas palabras, el lenguaje era inmaculado, y existía un pena inquisitorial por nombrar alguna que otra palabrota, por eso quise tanto a la tía Rosario, por eso el escucharla era un agasajo enriquecedor, todo un concierto de abejas alteradas.

Probablemente fue por eso que años después consideré que el lenguaje debía ser violado y despedazado de manera formal, que cualquier tipo de anexo o invención fonética debía ser respetado, incluso cada ser humano debía proponer nuevas palabras a un pequeño juzgado formado por poetas, malabaristas y magos, para incluir diariamente nuevas que dieran sonido a las ya citadas que carecen de melodía constructiva, y mi tía creaba no su propio vocabulario pero con intriga observaba que cada día sus frases eran más y más creativas, a pesar de lo tremendamente coloquial de su fonética, y de su forma de enunciar cualquier palabra, porque cada grosería la decía con tanta dulzura: Mireya chingao pon la mesa, pinche Angélica ve con Fabiola que esta insoportable y tráiganme unos cigarros, Alberto chingao; ve a donde sea que habrá platica de adultos, Así les hablaba a mis hermanos.

Y de entre los eternos muebles Luis XV surgía Fabiola, como un gato gordo surgido de la maleza vociferando alguna canción de moda en su atuendo verde entallado, agitando las tetas de un lugar a otro brincaba de aquí para allá cantando; no controles mis vestidos, hasta poco a poco colgarse del cuello de mi papá, no controles mis vestidos y hacia un sonido de flatulencia con la boca, no controles mis sentidos y pisaba a mi tía Rosario: hija de tu puta madre te voy a dar un madrazo si no te quedas quieta, mira que pinches huevos tan azules, y ella hacia la que no escuchaba nada, luego se levantaba e iba de aquí para allá. También Fabiola aportaba discursos a la conversación, levantaba la voz tan fuerte que solo así se podía superar el bramido de mi tía Rosario, Fabiola mi prima estaba completamente loca, diez años después resultó embarazada de un vecino, no tenía un control ni siquiera especulativo de los sucesos ni de sus consecuencias, simplemente vivía al día dentro de un palacio interno donde reinaban reyes estúpidos y duendes eunucos, pero igual la quería mucho, estaba siempre corriendo por todos lados, picándole las costillas a mis hermanos, me gustaba verla jugar a las muñecas por que se inventaba personajes femeniles totalmente oligofrénicos, una vez recuerdo, tenía una Barbie sin una pierna y la saco a jugar con las impecables muñecas de mis hermanas, se había inventado una historia fantástica para su muñeca sin una pierna, inventó que tenía hermosas piernas largas hasta que un día pasó por un taller donde soldaban y trabajaban con metal. Cuando caminó por afuera; los hombres salieron a asomarse y le gritaron cualquier cantidad de vulgaridades, así que ella regresó y enfrentó con vehemencia y bravura a cada uno de ellos: a uno le arranque los brazos y a otros dos los colgué de una soga a la altura de un foco, en el enfrentamiento perdí una pierna, y no me fui sin antes quitar todos esos posters de mujeres desnudas. Menudo feminismo el de mi prima. Después tiraba su muñeca, salía corriendo y se levantaba la falda para mostrarles los calzones a mis otros primos, haciendo un chillido de tucán y gesticulando, como si bailara una serie de ruidos africanos tirándose después de los pelos y saliendo por la entrada principal azotando la puerta. Me gustaba esa casa, posiblemente Antonin Artaud hubiera creado ahí mismo el teatro de la crueldad, o viviéramos dentro de un filme de Federico Fellini, pero más bien era como estar dentro de algún cuadro de Aída Carballo o quizá de Leonora Carrington, como dentro de una masa multiforme y cambiante que genera olas de una magma plastilina, y se eleva por varios metros y al caer ahoga la pisadas de la personas reinventando el escenario, en cada movimiento uno debe de acordar un paso sobre otro sabiendo que lo impertinente y lo inesperado te espera en el más mínimo meneo de los ojos o en el movimiento más insignificante de un pelo rebelde en las pestañas. No importa una opinión rustica o completamente apropiada, enseguida se deforma para convertirse en un torrente de masa negra-rosada, que succiona cuanto dijiste y lo regresa al mundo en forma de una flema gigante, y la música en escena era un eco demencial donde mi tía rosario hace temblar el edificio (la gran torre de piza) de un lado al otro, y después del eco viene su verdadero grito, como cuando se manda a un pueblo de reservas a pelear una guerra y los soldados esperan, así mi tía reservaba hasta el final el último grito desproporcionado y patibulente para asfixiar con la soga sus gritos la poca vida que quedaba en la jaula de unos pájaros inocentes.

Después aparecía en escena mi primo Gustavo, un jifero pre adolecente que siempre sonreía con una especie de mueca fúnebre, siempre se quejaba de todo pero siempre reía, su sentido del humor era fino y elaborado, tenía una enorme colección de juguetes star wars y siempre los sacábamos para jugar, el problema de él es que siempre respetaba religiosamente las normas de la mitología de las guerras de las galaxias, por ejemplo si yo tomaba un Crab Droid y jugaba a que era una araña gigante que caminaba en el techo, él siempre se molestaba y empezaba a hablar de las Guerras Clon y toda esa estúpida mitología, sus reglas me parecían tan elaboradas y difíciles que finalmente optaba por seguir sus indicaciones, al final del juego cerrábamos la puerta y ojeábamos revistas pornográficas que escondía bajo la cama. En esencia podría decirse que Gustavo era un niño normal de la época, pero lo que más me agradaba de él era su manera simple de ver las cosas, salía de su cuarto y callaba a todos con un chiste intelectual de lo más inapropiado doblando a todos de la risa, un chico inteligente y dinamico, sin duda alguna representó mi primo favorito, a veces salíamos a la calle y me apuntaba con el dedo a una niña que le gustaba, una chica que trabajaba en unos helados a la vuelta dentro del barrio, no era una niña muy hermosa pero su cabello largo nos apantallaba tremendamente, llegaba un cliente o hasta nosotros mismos pedíamos un cono y ella se reclinaba para tomar con la pala de acero las bolas de helado, y dejaba suspendido todo ese cabello largo que nos impresionaba, después levantaba su cara y sonreía con ese rostro trigueño.

 

Y entre toda esta convulsión de ideas ahora brota la imagen de mi tío Carlos. Mi tío hablaba con serios temblores parpadeantes, era de esos hombres nerviosos que gritan para opacar la tartamudez, y daba la impresión de que todo lo sabía, la pasión al hablar era la misma en toda la casa pero mi tío representaba el discurso más o menos coherente, aunque saltaba de un tema a otro con demasiada facilidad igual que todos, en un momento hablaba de futbol y de inmediato rompía el tema con un discurso acerca de las líneas aéreas mexicanas, el metro de la ciudad, la policía, el encintado de los zapatos, los naufragios en el puerto de Tecolutla, los caminos que arruinan los amortiguadores del pedregal de san ángel , todo en un hilo, todo en una tarabilla súper dotada en una sola conversación, sin puntos que aparten palabras con otras, escucharlo era un alud lenguaraz como al leer a Ernesto Sabatos, pero mi tío escribía su discurso en el aire. Destornillaba a mi tía con un argumento más o menos responsable pero en el fondo el dialogo era increíblemente sonoro, por que los dos gritaban a todo esplendor tratando de aplastar al otro con la trompeta desafinada, y el otro a su vez respondía con tambores; viéndolo de forma más concreta es el típico y sombrío discurso de hombre capitalino, que trabaja y habla de impuestos y de temas diversos pero con una sabiduría masticable.

De inmediato el ruido es penetrante, y todos hablan en un continuo parloteo de selva, los ruidos son tan variados que enseguida se perciben los micos o los felinos, poderosos ruidos harapientos que se arrastran como reptiles en un camino de latas viejas, una orquesta de graznidos y timbales como el ascenso de un aeroplano, ahí entendí el verdadero sentido del sonido en su pura esencia, la melodía del ruido o la figura de la música donde no existe, porque no recuerdo el tocadiscos funcionando en esas reuniones, solo un coro de grillos industriales desafinados.

Aun hoy puedo dormir, a pesar de un descomunal ruido de punzones batiendo un trozo de cantera para fabricar mesas de billar echas de estalactita, los camiones urbanos rodando en las calles céntricas y las avenidas centrales donde los conductores rechinan su música de musgo estridente me parecen confortantes para la lectura, he escrito poemas en avalanchas de maquinaria dislocada funcionando, siempre y cuando me permita el exterior permanecer inmóvil, situarme en el momento exacto de la foto encapsulada, en un asiento donde pueda ordenar un par de palabras y estirarlas como chicle hasta hacer una composición o un verso preliminar o único. Justo en casa de mi tía Rosario comprendí; como el ruido nunca se desgaja en su totalidad, porque hasta de las montañas de basura nace vida orgánica y respira y siente, en su solo de chocar rocas que gritan hay espacio para estar solo, y en el eventual caso de tener que ordenar las ideas, renunciar a la humanidad y simplemente arrojarse al viento como un suicida, extender las alas y besar el concreto con todos los dientes. A pesar de ser un hombre que admira el silencio con todos los sentidos, también se coordinarme con el caos y alinear con mis propias manos mí signo zodiacal hasta darme un baño de espuma nuclear.

Mi tío Carlos era un sujeto verdaderamente ruidoso, su propia gesticulación ya generaba zumbidos, todo lo decía con su gran grito perpendicular que se expandía en el aire como fuegos artificiales, y cada tema que tocaba tenía una importancia fundamental en la historia de la humanidad desde mis ojos, daba un sentimiento de intriga desquiciada cuando soltaba sus gritos pausados en espasmos lentos, como si estuviera escogiendo las palabras más intensas sobre la tierra para desarmarla en la conversación y mirar silaba a silaba como un relojero que mira piezas diminutas con grandes lupas de escritorio, apretaba los ojos y la cara y disparaba gritando; Todos se visten horrible, el mundo ha perdido la clase, en mis tiempos salíamos con corbata y zapatos religiosamente limpios., naturalmente mi tía Rosario se desesperaba y lo interrumpía de tajo; En tus tiempos cabrón hijo de la chingada, aun gobernaba Porfirio Díaz o peor aún, los pinches aztecas., y soltaba una de sus carcajadas rechinantes que hacían vibrar el edificio, y yo también reía aunque no sabía quién era o había sido Porfirio Díaz.

La puerta del departamento siempre estaba abierta, y entraban y salían vecinos igual o incluso más fantásticos que los habitantes del departamento del piso novecientos sesenta y nueve, yo veía circular hombres sin un brazo, sacerdotes brahmanes montados en camellos sedientos, manadas de buitres marchando con las alas abiertas como si fuesen a abrazar algo moribundo, sultanes, mafiosos, cantantes de una sola nota, tahúres expertos, ex presidiarios, proxenetas, dictadores derrocados. Por ejemplo llegaban siempre sin tocar una niña de nombre María quien había crecido con la complexión de un caballo árabe y dientes puntiagudos salientes, cuando entraba alzaba sus enormes manos para saludar y sacudía una espantosa cabellera sedosa que se desparramaba para todos lados, y su hermano, un pequeño niño que no media más de una llanta de bicicleta y vestía siempre con chalecos de sastre, reía como un chacal en horas festivas, obviamente mi tía rosario gritaba desde donde se encontrara, levantando su mano derecha manchada sempiternamente de tabaco: Esta puta casa está llena de fenómenos. Recuerdo también a un hombre de nombre Wilfrido, que tenía una enorme cicatriz en la mano y en un costado de la cabeza, jugaba a las cartas como ningún otro, contaba un día que en una ocasión en un juego de cartas en Texas, al ganarle una mano millonaria a su rival; un rico petrolero mitad indio y mitad inglés sacó un enorme revolver y le disparó al rostro por la frustración, el enseguida según dijo, logró detener el balazo con la mano y echarla al bolsillo, naturalmente la bala atravesó su mano incrustándose en el rostro, pero aún estaba vivo y jugaba cartas con la genialidad de un científico artista, años después de ese incidente, vagó por las costas del golfo de México trabajando en grandes buques de petróleo, decía haber sido rico dos veces y en dos veces perdió todo cuanto tenía. En el piso de abajo una mujer cubana huyó en una balsa de la Cuba de Fidel, sorteando las balas de los soldados en la playa y los francotiradores del malecón de la Isla hasta llegar a Quintana Roo, después de prostituirse por varias semanas se unió a la guerrilla de Lucio Cabañas en los años setentas en Guerrero, ahora daba clases de francés y preparaba una tesis en la maestría acerca de Nicolás Guillen. Había otro sujeto, un anciano que en pisos más abajo acumulaba basura desde hace veinte años, juraba nunca haber tirado un solo cascaron abierto de huevo, por supuesto no salía de su casa más que de vez en cuando a visitar a mi tía, su olor era como a metal sumergido en acido, en las pocas ocasiones que lo vi tenia siempre un viejo saco de cilindrero y un bombín descolorido. Protección civil había dicho que su acumulación era tal que el edificio podría tener a mediano plazo daño estructural, el tipo tenía memoria fotográfica, podía recordar cualquier día y año y hablar de lo que estuviera haciendo en aquel momento, años después supe que la acumulación de basura le genero tal cantidad de ratas que un día lo atacaron sin piedad devorándole el rostro, días después el olor era tan espantoso que un grupo de policías tuvieron que irrumpir en el apartamento y enfrentarse a tiros a un grupo infernal de ratas gigantes, al terminar la batalla encontraron al anciano sin rostro encima de una enorme pila de periódicos, ese suceso fue muy sonado y hasta apareció en la revista alarma de esa semana con el rostro putrefacto asomándose entre los cubos de basura. A un costado de la casa de mi tía estaba un departamento abandonado de una pareja de hombres homosexuales, según contaba mi tía llegaron un día y compraron el departamento de un solo tajo, vivieron ahí muy tranquilos llevándola bien con todos los vecinos y tomando el café con mi tía de vez en cuando, vestían como el típico gringo de mediados de los noventa que deambula por Acapulco con bermudas café caqui y camisas floreadas, de un día para otro desaparecieron, la interpol los buscaba por tráfico de varones jóvenes de entre diez y seis y diez y ocho años, al parecer salían por las noches a reclutar jóvenes mexicanos bien parecidos, los conocían en los bares de la condesa y la zona rosa, los llevaban a un hotel ofreciéndoles grandes cantidades de dinero, después de tirárselos toda la noche la pareja los drogaba y por arte de magia aparecían amordazados y escondidos en un buque carguero de Veracruz con dirección a Inglaterra, donde se vendían a ricos amanerados como mercancía exótica, supimos por buena fuente que la interpol los había agarrado y ahora tragan cárcel en Almoloya, por supuesto mis tíos se quedaron con copia de la llave del departamento, hasta estaban pensando hacer una ampliación que conectara ambas cocinas. Mi tía Rosario los llamaba a todos; fenómenos, y ahora comprendo que de alguna forma nosotros también lo éramos, porque ¿quién se da cuenta de que es un ciudadano si no es en precisos momentos de inclusión, como una cuestión electoral, el derrocamiento de un dictador, el triunfo en una guerra o un juego de la selección mexicana de futbol? solo hasta esos momentos estúpidamente cívicos uno reacciona como un ciudadano de origen, y se siente orgulloso o decepcionado según sea el clima del desenlace, quizá fuésemos fenómenos peores, quizá ellos mismos se arrodillaban ante nuestra alma horadada y biósfera bruta, quizá fuésemos hechos para extender las alas si un peligroso sismo arrebatara todo cuanto espacio pueda ocupar para pararnos como gárgolas en la cimas de los postes de luz que quedan en pie, y observar como la ciudad agoniza para después buscar días después cadáveres semi descompuestos y tragarlos sonrientes como hienas con alas. Muchos años después en una entrevista se me preguntó el por qué escribía, y lo primero que se me vino a la mente fue el enorme capital surrealista que se vivía en ese sitio por llamarlo de alguna forma, surrealismo es una etiqueta aburrida, una acotación de idiotas, más bien yo diría la maravillosa acumulación de radios esquizofrénicos echa orquesta silvestre entonando en un cine abandonado. La maraña de arcoíris que abraza con sus espinas homosexuales la cara, un maravilloso tapiz de circo de oligofrénicos sueltos a kilómetros a la redonda.

 

veinticuatro de diciembre

veinticuatro de diciembre

la cena está servida en platos

pantanosos con enormes cerros de tripas ensalzadas,

las palas de acero trabajan arduamente,

suben y bajan hidráulicas como desalojando un país entero,

vaciando barnizas mientras parpadean los dientes

para sonreír y jadearse salivando,

e inmediatamente toneladas de comida

entran a la boca como un puñado de metal deshuesado

en un pequeño embudo cien veces por minuto.

 

se ha vaciado el plato del espíritu.,

hay que llenarlo de membranas asadas, espejos craquelados,

riñones con tomate y licuadoras con velocidades,

todo para no decir soledad y ser hoja de invierno

 

Mientras.,

todos lucen sus trajes de áridos ojos ebrios,

echando a volar los pichones a sus panzas entrenadas,

abriendo la boca como un gran globo que engorda e infla al mundo

y en el sístole sus corazones se llenan de soplos de aire congelado

hasta decir enero y graznan con sangrado rectal

 

ojos negros levantes

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En 2005 pasaba horas en las calles sombrías

tratando de tropezar con mujeres hábiles

de ojos negros levantes y escotes hasta la falda.

Un día de marzo bajé de un coche

lleno de escuálidos asnos de insensible anestesia

de esos que también beben entre los tragos

a robarme las flores amarillas sembradas

en los camellones de avenida convención,

las tomé entre los dedos

y como un juan diego babeante

recorrí de vuelta sin rastro a la policía

y las dejé afuera de tu casa,

una madrugada de sábado

coloqué flores hasta en las ventanas,

en la sombra de los cimientos

entre los dedos de los ladrillos.

El grupo de drogadictos que me acompañó a recolectarlas

se sumergía en ese pálido estigma de asombro y consuelo

que solo puede tener el drogadicto

recuerdo noches largas en el tejido de las miradas

que pasamos hablando con esas tasas enormes,

recuerdo, tus manos rígidas apuntarlo todo

con esa pasión de medusa instalada en la marea baja

después durante años me revisé el pecho

para quitar las hendiduras de dientes en la piel

que me desvencijaban

cuando te conocí te besé a la fuerza,

te tomé por la cara y te consumí de golpe,

uno de esos labios carnosos que se quedan exánimes,

una de esas bocas abiertas que todo lo niegan

pero con el gesto de recibir algo

dos veces te quitaste y dos veces te regresé a mi rostro

y al finalizar te quedaste inmóvil

como un maniquí de invierno londinense

y caminaste despacio hasta la puerta,

después me dijeron que lloraste.

Se te rayó de inmediato el rubor nupcial,

aquello sea sin ser más un rublo haciendo

cortada de alcancía en el vientre del alma.

Esa noche me cortaste el pelo

y pusiste ambas manos en mi rostro

al pagar la apuesta de un tres tres

era la época de Blanco del piojo López, de Kleber Boas de Aarón Padilla de Pavel Pardo de Guillermo Ochoa

luego salimos todos a otra fiesta,

donde en una terraza me pediste que no te besara más,

de repente, te fuiste al amontonadero a bailar merengue

me encanta ese agravio de mujer que se escurre

para repararse y volver a los labios intacta

y jugar a perseguirla en escaparates de machos

con pasos de tortugas rápidas

después vinieron las noches de sueltas charlas,

el guante de madrugada en los bordes de la ciudad

y sus espantosos ruidos de camiones de basura,

la música en las uñas de los senos,

la rafia de jade perpendicular de los besos horizontales,

la ropa dramáticamente disgregada como un severo naufragio,

la caricia tapando los poros fríos,

la memoria de toreros cornados en la plaza de tu pueblo,

la risa detrás de los labios que se encuentran,

los ojos brillosos que acarician, el amor equivoco y sus bemoles

torcidos en los solos de violines en llamas,

lo siguiente fue tu boda,

con aquel prójimo de licencia provinciana,

y yo que nombré, cada uno de tus dedos

con nombres de arrecifes de barrera y atolones

después se vino la gravedad y la resbaladilla de piedra,

en el azteca, la avalancha invalida por espantosos cero ceros

y las notas largas en los sonetos de servilleta y

la esdrújula mallugada en el oficio, las botellas de dos tragos,

el charco esternón vacío de las aburridas rockeras putas.

Durante años vestí de tu blusa con mi imaginario,

las puertas vacías del barrio de Guadalupe,

el muro de Berlín de tu casa cerraba sus poros con fiereza

después de mudarte.

Hoy vuelve a jugar el América en el azteca,

y clarito veo como las flores amarillas

rodean tu casa, abres la puerta y me abrazas semi enloquecida

y semi amedrentada, con los ojos volcánicos

ofreciendo la boca

el silencio terrestre del amor

pintura de Edward Hopper

el silencio terrestre del amor

Ya te esperaba ven y siéntate,

mejor deja el cabello en tus hombros,

deja las manos libres,

me gusta ver aletear todos tus peces

 

ordené por ti, ahora estoy bien

con este calor suave que se mete en los bolsillos

y sin permiso te exige desnudez

y carne y ojos y pelo desdoblado

 

el silencio terrestre del amor tiene dos caras

la que no está en el sexo es un río

desocupado de agua

donde ahogamos los hijos

que se desahucian

 

 

hay que lustrar el hueco de aire frío

hasta volverlo aliento

boca a boca y sorberte

con un suspiro eterno

y llevarte a casa

 

pero por ahora comamos…

 

La soledad es el país de la creación

La soledad es el país de la creación

Al salir de clases por alguna extraña razón las nubes se cerraban, y el tono de gris luctuoso bajaba hasta nuestros cabellos, las nubes negras son una imagen pulcra en mis recuerdos, era agradable mirar lo oblicuo de la escala de oscuros pintarse en el cielo, mucho que ver con los disformes cielos de Velázquez por ejemplo, los grajos piloteaban tarde hasta aterrizar en las nubes y según las luces se erguía un diferente gris en cada poro de la azotea, posiblemente sea porque la ciudad está tan alta que uno podría tener contacto personal con todo lo que se moviera encima de nuestras cabezas, los aviones volaban tan bajo que podía asomar mi lengua y escupir a las ventanillas laterales o saludar a los turistas con una sacudida asertiva de cabeza.

Las escuelas de mis hermanos estaban distribuidas por toda la ciudad, y al ser yo el último en ser recogido me quedaba alrededor de tres horas vagando por el colegio, como un velador de aeropuertos varados, un país desolado con sillas por dondequiera, un panteón que ha sido desvalijado. Ahí fue cuando empecé a estar solo, caminaba por los largos caminos vacíos, soltaba palabras al aire para sentir el eco en el paladar de mis oídos, iba a la dirección a pararme en el escritorio de la prefectura y junto a la bandera me tiraba un sonoro pedo cuando la directora se descuidaba, pude haber reaccionado en contra de ello, pude rechazar la soledad a galope como la mayoría de la muchedumbre lo practica, y aunque de niño siempre fui rebelde y discrepante me pareció haber encontrado una fórmula secreta para vivir con antonomasia en esta ciudad de palomas grises, pude quejarme pero el hecho de abrazar un pájaro desértico, espeso y de tantas plumas hechas obsidiana y plata me seducía, esa secuela tan temprana me rellenó hasta la medula, de pie en medio de la cancha de basquetbol me veo sintiendo un escalofrío temprano como aquel que acompaña a la eyaculación en medio de la exhalación de bichos al final de la rapsodia. Para mí fue una revelación sorprendente, un antídoto para ser capitán de barcos o ladrón llanero a doble revolver, una relación mar y cosmos que a los seis años se me fue expuesta, esa sensación de espasmo que deja un vacío parecido a un placentero estornudo o a una cagada hecha.

Hay una especie de soledad tan pura, tan blanca como talco de cocaína, de un color uniforme y perfecto que todo apunta con su dedo constelar a un punto de partida, al agujero negro por donde de inicio nos asomamos y donde muy probablemente vayamos cuando los estegosaurios regresen de la vulva por donde se fueron, a ese sitio donde solo se escucha un solo silbido multi sonoro y desafinado que lo musicaliza todo con sus acordes subterráneos, esa clase de soledad que solo se percibe al penetrar a una mujer y mirarle los ojos entre abiertos en el acto, un punto de esa miseria celestial donde todo un cielo se ancla ante los ojos de un hombre, esa sensación que debió poseer Santo Tomas al estar preso en el castillo de Roccasecca cuando se dedicó a memorizar la biblia y las Sententias de Pedro Lombardo, o cuando Rimbaud se perdía en los espesos bosques de Bélgica, creando una catacombe taumaturga en su cabeza, un crisol de centeno sumergido en un vaso de un vino con tres mil años de añejo, un rinoceronte con cuerno de unicornio penetrando la tierra con su gran falo hidráulico, Rimbaud, ese niño vidente logró crear el vocabulario o más bien el idioma para comunicarnos con el aire, sería interesantísimo avisarles a toda esa entidad eclesiástica de mierda que se necesita hablar ese idioma para cruzar las primeras palabras después de muertos, y que Rimbaud sea realmente el único santo verdadero entre nosotros, alguien que sabe hablar la lengua de los símbolos del silencio, así entonces la soledad es el margen de todo tipo de creación y de muerte, la gente crea o hace invenciones mediocres por su estúpido afán de estar siempre acompañados, de vivir conforme a los cánones del ruido donde se sienten enteramente cobijados, su simétrica estupidez los hace tan infelices que ante un suspiro de silencio o alejamiento residual de brisa seca en sus ojos maricas los hace evacuar intestinos como un parapléjico con disentería. El simple mirar hacia adentro de ellos mismos los aterra y el percibir un leve zumbido de silencio los hace orinarse párvulos y estériles, imagino el infierno interno que absorben a diario, la gente puede succionar lo que sea para no sentirse solitario, podrían salir a sus cocheras, entrar en sus automóviles y presionar con ambas manos el claxon para evitar el envolvente silencio en el caso más extremo. Callar el silencio es su principal ambición y de ahí parten a cualquier puerto estúpidamente tripulado, cuantas veces no hemos estado inmiscuidos en charlas sobre el clima, o el mejor precio de un taladro o que tan buena salud tiene un ochentón o el que vende tejidos en el mercado, platicas increíblemente vacuas que solo reflejan el eco detrás de las ropas de los interlocutores, peones que no toleran un gramo de eufemismo vacío y acusan a la soledad de estropear sus jugosos días con beligerantes huecos.

Estar solo es un apartado postal ubicado donde sea, un coagulo de directrices anárquicamente algebraicas, que disparadas como flechas abren todo camino, la soledad, en su dosis necesaria puede vaciarlo todo, para llenarse de verónicas de toreros, océanos de aire cromado, cárceles de hierba, sonidos de muchachas que ríen.

Pues entonces empecé a crear mis propios juegos, mis propias reglas y mis propios países aislados por murallas de municiones de volcanes, o mis propios dragones cruzados con cebras, o mis propios arquetipos feudales en cotas de malla muriendo con espadas atravesadas, a veces era una avispa gigante que recorría los desniveles de la escuela, o un guerrero con panoplia robótica, yo era un niño que no necesitaba juguetes, podía simular cualquier tipo de artefacto, misil o avión con mis propias manos, la soledad era una ciudad diáfana y purificada no apta para matachines ni enumeradores de cosas, un sitio donde se podía uno subir a la cima de una montaña no importa que fuse sembrada en la avenida más transitada del mundo, ya sea en los desiertos de Sonora o el tianguis de Tepito, el olor del mutismo puede gestar una instauración de óleo sobre el hormigón de manera sublime, una noche estrellada o un Hector y Andrómaca de Chirico, o un Tondo Doni de Miguel Angel o un Giacometti.

Tres horas diarias me sumergía en mí mismo, a las tres de la tarde todos subíamos al coche y por las ventanas se enmohecían los días, gran parte de mi infancia la recuerdo detrás de un cristal de automóvil, tengo viva la imagen de mujeres con blusas con hombreras y largos copetes, los años ochenta buscaban la imperfección en sus raíces contagiadas de escorbuto, todo era feo, los juicieros de cánones estaban catatónicos, los hombres vestían unos horribles pantalones de colores ruidosos y daba la impresión de que hasta los perros habían nacido incompletos, y desaparecían ciertos modelos de coches, ciertas embarcaciones hermosas que parecían invencibles, recuerdo cuando salió el ultimo phantom o el cutlass eurosport, o el century, mis papás tenían una dart guayín mil novecientos ochenta y dos, el modelo más largo, una especie de burbuja con tirantes y tumba burros, más parecido a un camión escolar que a una camioneta familiar evaporándose en plomo en la marcha, yo jugaba todos los días en la parte sobrante de la camioneta, un espacio de seis canchas de futbol donde veía las calles huir de mí, yo la llamaba el papamóvil, seguramente lo vislumbré en la televisión dentro del marco de alguno de los interminables viajes de Juan Pablo II, saliendo de clases nos subíamos a la casa cimentada en el propio movimiento, hasta que puntos de incredulidad podían dejarnos aislados del posmodernismo y dormíamos hasta llegar a casa.

Se busca una mujer

se busca una mujer

con tremendo flanco de sembrado risueño

para recibir a las palomas mensajeras

 

 

de exclamaciones intemperantes en los labios,

ingenuo licor en la sangre en los otoños,

y largas piernas que enreden en invierno

 

de loca mirada cuerda,

de culo alzado rompiendo la ciudad a bramidos

de baile que se crispe hasta con el claxon del trafico

 

 

con lindos medallones al tacto de la quiromancia

y redondos pechos de fija mirada alegre

que se asomen a mis palmas, mis uñas, mi paladar

 

con ojos que medio huyan de la carne que les persigue,

y poros que chupen en el abrazo de los organismos,

que se rompen como braguetas contra mi boca

 

 

flaca hasta perderse entre mis dedos,

pero con esa rodaja de constelación en tendencia,

de hermosos juguetes cósmicos hechos para nosotros los niños

 

se busca una mujer que se rocíe gasolina cuando hable,

que robe cuando deba de robar

y que se levante de cuando en cuando el resbalón la contenga

 

con un padre que me odie y con una estrecha

alberca de oleo para caer temprano al mar y enredarme

 

 

se busca una mujer de esas simples,

de las que no resumen nada y todo lo hacen pirotecnia,

con el clásico zumbido del tacón contra el asfalto en los ojos varones

 

con gran colección de vestidos con acento en las curvas

por si se me ocurre usar alguno y salir a comer aire

 

solicito que acaricie con la lentitud del peñasco

hasta romperme, ya sea por sus yemas o por sus rapacidades

 

pero solicito que acaricie ladrillos, playas,

medusas, niños, ancianos, perros, muebles, neumáticos,

mis manos, mi cara, mi torso, mi nuca, las nubes, mis rodillas,

la tierra, las plantas más feas, el espacio entre viento y viento

 

 

se busca una mujer para desvestir santos,

de cabello largo y oscuro y que en cada palpitar

de su corazón se oscile a los costados

un péndulo inquieto que rompa el espacio indolente

 

 

de redonda belleza expansiva y extraña,

venus desvergonzada que el domingo

rece por sus toreros y sus teatreros de guiñol,

no apta para Carlitos ni oficinistas

 

 

 

La espera

la espera

De niño recuerdo que hacíamos recorridos inconmensurables por la expansiva ciudad, eternos viajes tangenciales de continente a continente (así se sentía). navegar por esos largos acantilados plata fórmicos que son los puentes del periférico ya sea por arriba o por abajo, o las carreteras de Satélite, y al final todo desemboca en millones de contingencias posibles, en los bosques altos de la salida a Toluca o en en la zona de alimento de las cebras y los elefantes en el zoológico de Chapultepec, la selva de esta ciudad siempre se bifurca en cientos de miles de caminos, franjas de paso, guarniciones, cavernas, subterráneos, trincheras y a donde quiera que se quiera mirar siempre hay fauna hambrienta capaz de sacarte los ojos de un solo movimiento, humanos entrenados para la más espantosa de las batallas o finalizar en la más apocalíptica muerte, la preparación es redonda, no creo que exista otro lugar en la tierra que necesite tanto entrenamiento mitad autodidacta, mitad legado evolutivo por sobrevivencia, debería existir un curso especializado donde cualquier persona que desee ir a vivir a esta ciudad esté obligado a tomarlo. Es una especie de guerra fría donde todos son bandos contrarios y cada uno posee detonadores para sus propias bombas atómicas caseras, y todos son muñecos anfibios de guerra. Se necesita una caratula multiforme para sobrevivir, cada ser humano es un poliedro de incalculable número de rostros, una navaja suiza multifuncional, un toro mecánico que camina.

En cuanto a los trayectos recuerdo que las rutas eran crepusculares pues al llegar siempre era de noche, los destinos siempre eran nocturnos, alcanzabas a ver el día pero en cuanto tocabas tierra traías la luna de sombrero y un enjambre de estrellas merodeándote, el capitalino también tiene la capacidad de comportarse como murciélago, mirar de noche los riesgos. Justo en las avenidas el congestionamiento semejaba una pila enorme de helado de metal donde por cada lado de la carretera se escurría aceite, aluminio, vidrios y neumáticos, todas las maquinas unidas a una sola salida justo como un embudo de proporciones satelitales, era casi como viajar de un planeta al otro a través de ríos de lodo y hiervas que se embonan a los pies como calcetines. Conducir puede resultar el navegar dentro de una eyaculación echa de cera que lleva millones de años fosilizada, con espermas detenidos como esculturas, durmiendo en la roca.

Todo se estancaba en las avenidas, hasta oxidarse, hasta romper en desesperación las acumulaciones de plomo en el aire como un globo obeso de agua que necesita solo un suspiro de estornudo nulificante y lograr catástrofes ambientales severas.

La palabra más importante para el capitalino sin lugar a dudas es la espera, cualquiera que carezca de este artilugio está destinado a colgar de una soga o triturarse las venas con un trozo de espejo, la espera es el artefacto de mayor valor en esta ciudad, más que el valor o el arrojo, como en las planicies semi áridas del África donde los felinos con dientes largos esperan el momento justo de la ofensiva, sin la espera están totalmente desamparados, niños rotos y lisos como barras de mantequilla. Recuerdo un día en el cual dos camiones habían chocado de frente en el periférico unos diez kilómetros delante de nosotros y quedamos parados en una de tantas avenidas de cinco carriles, al principio el sentir inmediato es el de no apagar el coche hasta que terminas cediendo y giras la llave, la espera empieza a gritar con todas sus voces, la de la desesperación es la última pero también la que más perdura como el último nivel del contra 3, imagino ahora el horrible sonido de cuatro gritos de niños que debía soportar mi madre, de haber asesinado a alguno de nosotros en este momento lo justificaría irreprochablemente en caso de yo haber sobrevivido. Los automóviles parados a los costados dejaron de ser los del otro carril para convertirse en vecinos, y después de algunas horas empiezas a sentir una sensación de barrio, una reacción de pertenencia, supongo que fue el mismo sentimiento que tuvieron los gringos y los rusos al terminar la guerra fría, al pasar cinco horas los conductores empezaron a desesperarse y se abrieron poco a poco las puertas, el sol estaba erguido encima de todos como un policía tuerto en la ventanilla pidiendo las credenciales.

Las pesadas puertas de acero de los Ford falcon, los buik, los Mustang, las caribe, la inmensa cantidad de vochos o cualquier bola de cuero metálico concentrado que uno se pueda imaginar dejaba salir a su gente parcialmente. Tengo una imagen fiel de ese momento, miro un enorme dodge valiant 1979 y un Caprice 1977, o un Chevrolet Montecarlo 1982, los automóviles de entre mediados de los años setenta hasta mediados de los ochentas en lo particular son increíblemente imponentes, no puede dejar de sentir uno una mínima punzada de dolor al ver esas enormes defensas cromadas hechas como para chocar contra tanques rusos. Autos decididos a detener una guerra de frente.

Mi hermana y yo salimos a botar una mediana pelota de plástico en el asfalto con la condición de mi madre de no alejarnos demasiado, y en un pequeño hueco de calle entre una Ford f-100 y un VW Atlántic empezamos a pasar la bola de un lado al otro, a veces con los pies y a veces con las manos, en ocasiones teníamos que recoger la pelota debajo de los coches, y de repente un pequeño niño de pantalones cortos se acercó y pidió la pelota con su manos, al ser tres tuvimos que guardar mayor distancia, luego unos gemelos llegaron sonrientes mascando chicle hasta representar un juego cada vez más grande, de repente conté veinte niños, todos habíamos olvidado el creciente sol y los cláxones desafinados gritando y el horroroso charco de asfalto a cualquier costado que uno volteara, yo miré una pequeña niña de ojos negros quedarse dentro de un coche y mirarnos fijamente, aún recuerdo esos ojos trepárseme encima, yo golpee un poco el vidrio invitándola a jugar pero su rostro inmortalmente asombrado se quedaba inmóvil, ya todo era consorcio y fraternidad, había una fiesta en el bulevar, y vi a un hombre de una moto sonreírle a mi mamá y acercarse. Los adultos encendieron sus cigarros y empezaron a salir poco a poco a hablar con otros adultos estupideces de adultos, impuestos, clima y política. El sol súbitamente se escondió, ni nos dimos cuenta, y de repente ya todo estaba oscuro.

Ya en la noche se escucharon ruidos de silbatos y algunos autos empezaron a encender los motores hasta que todos lo hicieron, y poco a poco empezamos a avanzar, no tuve tiempo de despedirme de los gemelos o de un niño gordo que decía chistes acerca de su propia panza, nos subimos de inmediato al coche y nos fuimos para nunca volver a ese mismo sitio, es día conocí a algunos buenos amigos en la guarnición y a la orilla de la avenida, luego todos los coches se perdieron, a lo lejos pude ver a un match one amarillo dar vuelta en la lateral y perderse. Situaciones como esa son comunes dentro de cualquier avenida atiborrada de la ciudad de México. El cruzar una mirada, una mano, un silencio dentro de un vagón de metro, estar de pie junto a una mujer y agitar ambos una creciente respiración de mutua atracción hasta vivir un amorío en silencio, luego ella baja en la estación siguiente y se perdieron los hijos que no nacieron, el perro, la casa, el pago de coche, la navidad con los suegros. Los universos chocan con sus bocas triturándose los dientes y cada humano es tan insignificante que su universo mismo es un charco de carne y huesos para los otros.

Labios menonitas

Labios menonitas

Llegué justo a la luz roja

todavía sangrando de los dientes

de otros autos

 

 

rechinan las llantas contra los martillos,

el mundo hostil se detiene en seco

 

 

los traga fuego se asoman

a quemar las pestañas

a los transeúntes,

los dragones deberían tener grandes salarios…

pensaba mientras un limpia parabrisas

se abalanzo al coche haciendo vibrar

la lamina con su cuerpo

llenando de jabón el vidrio,

luego con su pala de caucho

recoge los restos de ciudad;

ojos de moscas kamikaze,

molares de narcotraficantes,

pelo de rascacielos.

 

 

Deberían de haber psicólogos

que también se abalancen sobre el coche,

bailarinas exóticas, contadores públicos,

Tarahumaras con peyote.

 

 

Me ahogo bajo un sol hirviente

que me respira en el oído

y entonces:

una larga cabellera dorada

se pasea entre los carriles

con un paquete de tortillas

hechas galleta,

se junta a mi ventanilla

a asomar sus labios menonitas

 

 

como el alemán es bajo,

también el español es muy pobre,

así que lo único que logra hacer

es levantar la tira de paquetes

y sonreír sin decir palabra alguna

 

 

y yo no puedo alejar la mirada

de esos ojos,

ventanas prolongadas

detrás de un mundo algebraico,

pájaros azules que se esconden

detrás de un sombrero de farrago,

chorros de metal a ambas manos,

catedrales Bálticas.

 

 

Traía un trapo sujetándole

aquellos fastuosos cabellos

de cebada;

 

 

puede ocultarse del diablo

detrás de esas coloridas faldas lagrimales,

pero no puede ocultar las flores

larvas trepidarías

que corren por su piel blanca señorita.

 

 

Después de decirle aquello

se quedó muda,

no se si dijo algo

pero sus ojos se abrieron tanto

que tuve miedo que escaparan corriendo

 

 

y me volvió a ofrecer sus galletas,

alzándolas con su mano

y sonriendo,

cuando la luz verde

me volteó a ver

Yuri Gagarin

Yuri Gagarin

Sentado en el palco del universo

mirando por encima del hombro

a los mosquitos que se suicidan en los faros

de los mercedes

 

Yuri Gagarin le da un giro al planeta

pisando el horizonte en su caverna giratoria,

en su electrodoméstico gigante

 

se sostiene del viento captando todo con sus ojos

solo tiene que mirar como las nubes rojas lo hacen,

pues los botones ya están presionados

 

mira el trabazón de nubes industriales de Detroit

mira cómo se rozan los labios los océanos al besarse

mira la alfombra verde del Brasil

y sus culturas ocultas entre el paladar de la jungla

mira un pedazo de cartón hecho África

mira los cubos de hielo en las tangentes de la pelota

 

mira como los rascacielos apenas rebasan las hormigas

y a través de su radio comunica que no ha visto a dios,

aunque después se dijo que posiblemente Kruschev lo dijo.

 

Al regresar a la tierra Gagarin se dedicó a beber

y a conquistar mujeres

la mejor de todas las vidas en una

como la del torero diría Hemingway

Si soy de aquí, si soy de allá (homenaje a Facundo Cabral)

Si soy de aquí, si soy de allá (mi homenaje a Facundo Cabral)

No me gustan las cosas concisas,

el amor vociferado por vacíos industriosos

el mail de la paloma blanca mensajera

el turismo de vivir entre la cumbia y el jabardo

 

las resacas del abstemio en la noche de copas

el yerro fundamentalista del vegano en su propia carne

la política feminista con un hueco entre las piernas

los lingotes de memoria forrados de alzhéimer

 

la falta de anforitas y suvenires en los velorios

la lengua del gusano con el caníbal en la baba

el mirar con cristo el surco de pasos pisados

la versión resumida del quijote de la mancha

 

me gusta el licor entero en vasos cerveceros

hundir la boca en la mujer de espesa cabellera

los hombres que sudan al hablar, los perros

el trozo de chorizo y la carne en un plato sin hiervas

 

las manos sucias de lodo al jugar con los niños

los coches con palancas, radios y cajuelas

el expreso triple en jarro a la hora del baño

la muchacha corriendo desnuda llena de saliva

 

los gatos escuálidos arañándome la espalda

la tormenta en los ojos al hablar de frente a la nube

los goles, el tiro de esquina y los saques de banda

el blues desafinado, el submarino amarillo, Elvis Presley

 

El rojo profundo de Tenochtitlan

El rojo profundo de Tenochtitlan

Ema Popova mi amiga búlgara vino a pasar una temporada a México, mujer pequeña y valiente que ha trotado mundos desde niña, huyendo de los brochazos post comunistas, con su mirada clásica de la Europa de Este, ojos hechos de resina de ámbar de los gigantes pinos en las montañas de hielo, esas mujeres particularmente tienen la misma mirada de los lobos que caminan desde Siberia hasta Sofía, cruzando las alambradas leninistas alimentándose de huesos y maquinaria de guerra, pero también con un fuego parpadeante, un fuego disciplinado que enciende su rostro sobrenatural de manera uniforme, un rostro pálido y simbólico en el cual se resumen tres mil años de ocupaciones, persecuciones y guerras.

 

Me escribe por WhatsApp y me anuncia que ha llegado a la ciudad de México, su avión llegó a medio día, tomó un taxi de esos seguros y se bajó en un sitio erróneo. Solo podía describir que tenía enfrente un enorme caballo de cobre y encima un jinete español mirando a un seven eleven con una de esas chaquetas militares de mil novecientos bla, bla, bla. Justo alado y en la esquina una rejilla vendiendo periódicos apoyada en un puesto de tacos, podía describirme el hermoso olor de la carne sobre un comal gigante y decenas de personas succionando tacos, atrapados en el humo de la parrilla y mirando a los costados del Serengueti para protegerse de quien quiera arrebatarles la comida de los labios. Me describe un perro muy flaco y un charco de agua verdinegra, el asfalto enmohecido con corcholatas fosilizadas y colillas de cigarros, la insipiente música de las bocinas de los autos, los gritos de guerra de los vendedores ambulantes. Le digo que aborde un turibus o que se acerque a uno de esos sitios seguros donde se puede tomar un taxi en fila, y una hora después me dice que se ha subido a un enorme camión rojo que se dirige a la casa de su conocida y tiene tanto miedo de bajar del autobús que siente escalofríos, tiene miedo de pisar esas calles de erupción penitente, de cruzar la vista con los grandes ojos de metal de sus habitantes que aun sostienen coloridos escudos aztecas y penachos de criaturas vivas desde sus pupilas, y me pide algunas desesperadas indicaciones, yo se poco de la vida práctica de la ciudad de México, el monstruo donde nací y donde aún hoy me pierdo al desconocer las referencias concretas, puedo estar en la colonia doctores y creer que me ubico en la calle Monterrey de la colonia Roma por ejemplo, por que la confusión reina en todos sus rincones, sus aristas son del tamaño de sus lados, puedes ver un edificio de 1550 donde posiblemente fusilaron a algunos soldados subversivos de Cuauhtémoc y años más tarde escribió un soneto Sor Juana Inés de la Cruz, y al costado inmediato una edificación innombrable donde venden los últimos modelos de Mercedes Benz, edificios que casi levitan en el aire con cimientos de un templo de sacrificios aztecas, pues la ciudad se les fue de las manos a los urbanistas encargados de rayar con hormigón los poros de la urbe, estoy seguro de que el cubismo nació en las primeras maquetas de la ciudad de México despuesito de la victoria de Carlos V. Y como no perderla si en el enfoque del planteamiento ya existe un error ineludible, en las mismas calles donde los niños venden periódicos los soldados de Cortez corrían descuartizados y embriagados de desesperanza por sus vidas hace quinientos años en la noche triste, algunas calles incluso conservan los mismos hermosos nombres de aquel día. Posiblemente en las plataformas donde fueron entregados cientos de corazones a Coatlicue hoy hay Oxxos, donde te venden pepto bismol, cerillos y talco para los pies. Así pues hay cuatro secreciones que preñaron la vagina de criptas cósmicas, que sembraron en el útero de las noche buenas malvas el parasito de la espina: el germen azteca, el estornudo español, el cromosoma gratinado francés y el nudo de solitaria norteamericano, y entonces siglos antes la ciudad creció literalmente en el agua en medio de la peor placa sísmica del mundo, como si los mexicas buscaran el execrable error para terminar desesperadamente de huir como los judíos y plantarse donde sea, no importa que alrededor existieran cien millones de árabes y egipcios apuntando con rifles sus cabezas, Tenochtitlan fue como diseñar un tatuaje en medio de una enorme cicatriz que a la vez esta erguida en una vagina, y cuando el clítoris se excita la rajada se abre y todo alrededor tambalea, hablamos de una abertura doblemente violada, un error cosmogónico que se desvaneció como migajas óseas (inevitablemente) y en sus restos hay una masa de gente rosándose, alimentándose de cuerpos, golpeándose, acariciándose, copulándose, asesinándose.

Entonces hoy la ciudad de México es un parapléjico con texana y bastón que usa tacones de señorita para correr inútilmente en patineta por las avenidas del agua, pero con rostro de roca olmeca, y alrededor siempre la mirilla de los volcanes, siempre apuntando con su grandes ojos nucleares como francotiradores, siempre mujeres celosas de ovarios enredados con vidrios en la caricia besando a sus hombres en los labios.

 

¿Cómo nació esa metrópoli? ¿Cómo saber de qué tamaño es esta gran rebanada de sombra y en que capa de la hierba se vive?, ¿en qué nivel dantesco cruza el tren subterráneo a la altura de Etiopia o Universidad o Tlatelolco? Las leyendas posiblemente son superadas por la realidad, quizá exista una conexión entre el núcleo del mundo y la ciudad de México, algo así como un pasadizo secreto del material de una arteria gigante, así entonces el palpitar del fuego centrifugo genera un espasmo atómico y se viene un sismo empapelado en cuero de carne humana y entonces todo baila al ritmo de un nudoso juego de pelota entre Jesucristo y Quetzalcóatl, el ir y venir de la pelota-planeta hace crujir los edificios, así la gran serpiente devuelve el balón con un terrible caderazo de escamas-mezquites y crujen los huesos de algunos squatters o paracaidistas en ciudad Netzahualcoyotl o de los ladrones con navaja del tianguis de la Merced, o de los abogados corruptos con espuma en la boca de los juzgados.

Quizá cada parte orgánica del planeta represente una función fisiológica y la ciudad sea digamos el páncreas o los intestinos, todo circula por este gran entronque de mierda fosilizada, por este cataclismo de lunas vectoriales que longitudinalmente se repartieron como napalm y nace la ciudad muralla invisible donde se unen los nutrientes con la flor en la caca y el cebo de las nubes, haciendo una especie de roca medular que se gangrenó hasta tal punto que al reventar nacieron esos seres de corta estatura y nariz toscamente afilada, siempre con una mirada perpendicular hacia un horizonte inexistente, (porque en el lago el horizonte es confuso, es como encontrar en la regadera un cabello largo arrumbado en los mosaicos y mentalmente asociarlo con una mujer, pero hay hombres que usan el pelo largo evidentemente, cinco hombres pudieron bañarse desnudos anteriormente) el cerebro es la maquinaria magnifica de una maquina estúpida.

Pero que es la ciudad de México, posiblemente una huella fosilizada poseedora de raíces cósmicas se hizo semilla, o tal vez un cristo embrutecido dando tumbos por el aguardiente se paró en el agua para construir su casa hecha de rio, o un demonio hinchado de hierba mala, o un duende feudal que bajó del Popocatépetl para cagar un ladrillo que después se hicieron dos y al minuto tres y a la hora mil millones, como la gestación de un hipopótamo, posiblemente la mitología se cierne en la memoria de lo impuro ¿porque se tuvo que elegir el camino romántico para nombrar la vida y la muerte? ¿Por qué no decir las cosas como se deben? Nadie cruza la vista con la muerte como los mismos aztecas, ningún rojo es tan profundo y contrastante como el de la sangre de la época de Chimalpopoca, ningún dolor es tan natural, ningún corazón que se detenga genera un silencio tan puro y tan honesto como el de los habitantes de Tenochtitlan en cualquiera de sus edades aunque sabemos que fue una historia corta pero ¿y entonces cual es la historia mala? Pues la que enumera los datos como si fueran una receta para crear un horrible pastel relleno de ordinaria pasta de bolillo, aquella historia que enumera muertos, que no olvida fechas exactas, que llama las cosas por un nombre sin eco, la que jala la naturaleza de la humanidad a su casa y la alimenta para verla crecer y así manipularla a su antojo. Las cosas tuvieron que ser por que fueron.

A mí me gustaría hablar de una historia diferente. Quizás un suspiro de buda viajó por kilómetros de sal y agua siguiendo la ruta del esperma hasta gestarse en la garganta del Iztaccíhuatl (un microbio que debió ser abortado) e incubó un monstruo que gateó hasta el valle siguiendo la ruta de un tridáctilo devorando una serpiente y colocar sus grandes posaderas para siempre a la altura de lo que más tarde sería el templo mayor. Quizá se tuvo que usar la crónica del culteranismo rimbombante de la palabra Quevediana o el legado en las calles con cruces blancas, lo recóndito para sumergir la verdadera historia de una ciudad espantosamente bella, lo recóndito para esconder a los últimos dinosaurios, lo recóndito para criar un tigre que en cada mancha guarda una vagina y sus preñeces y abortos deambulan por todos los rincones de una ciudad gallardete, quizás a un órgano al que le amputaron un tumor maligno naciente que lo mataría se arrojó al cebo de bichos en el lago y le crecieron escamas, hasta correrse como una enredadera, quizá un reloj a contra corriente que en cada molécula guardaba un detonador atómico decidió detenerse en la planicie para reinventarse, aunque sabemos que en cualquier momento estalla y no dejaría de pie ni un escarpelo clavado en una medula de algún paciente moribundo en el quirófano de un hospital del seguro social, un lente apuntando al sol de un extremo y en el otro al ojo de vidrio se le sandblasteó por si acaso, un muro de cartón que une un solo parapeto donde parados están veinticinco millones de calaveras, costales de grasa y huesos pisando la puerta del averno, la cual no se puede abrir pues el peso de la gente lo impide y todos guardan una llave en el bolsillo, todos tienen la respuesta en su bolsillo, tan solo hay que introducir la llave y girarla.

La jardín de Versalles

La jardín de Versalles

 

Cuando te estacionabas afuera de tu puerta

en la jardín de Versalles,

 

el escudriño de alas nos doblegaba con palomos,

que ponían sus plumas en nuestros rostros

para contagiarnos de viento,

 

tu padre espiaba regando sus girasoles

a través de su largo bigote

cuando tu escote se deslizaba

con el rosar de unos dedos

llenos de sabia y aliñas tus pechos,

 

el cableado y sus aguijones se enredaba

con tus risos,

y mis uñas te encontraban

deambulando en tu coche

la colecta de los gatos del barrio

echaba sus franelas

chamarileras al pavimento,

se tiraban a broncearse con la lluvia,

a vernos rociar con dientes la carne

 

y así llegaban los policías a limpiar el paño

del coche y vernos adentro

 

mientras los gallos cancionaban

alumbrándose con gargajos de faros de vehículos

 

el sufrir del placer nos sobraba en las arterias,

 

a los veinte años todo es de tres colores,

y el rincón de mis hombrezuelos

y la demencia algebraica de tu madre

se estrechaban como árbol que enferma

con la voz entre cortada de los besos

que se enfundan en otros besos

y así el amor, y los celos y la desnudez

hasta el fin del eterno brazo que te circula

y termina en la calle canarias

a unos centímetros de mi justo ahora

que te rememoro en braille

Navidad y Magda

navidad y magda

Son las diez de la noche, abro una cerveza, nadie me quiere en la cocina, hay exceso de cocineros actualmente, y justo van llegando el tío Pedro y el tío Ramón y la tía Carlota de Morelia, es navidad, todos traen platillos fabulosos que colocan al centro de la mesa rectangular del comedor: hay romeritos con guacamole, chiles en nogada, pipián, pollo con mole, tapioca, arroz con leche, el olor es increíble, es una rara mezcla de ciruela pasa y whisky. Las navidades en casa de mi tía siempre reúnen como entre treinta y cuarenta personas, el invierno se vuelve fervor, a las ventanas les nace paño salado que escurre, nunca cabemos realmente, y yo me sigo preguntando ¿porque seguimos festejando la noche buena en casa de la tía Cuca? y peor aún ¿porque sigo viniendo a Guadalajara?

A mí ni siquiera me gusta Guadalajara, cada año el tío Ramón empieza a joder al América con su Guadalajara, y el tío Chano a la una y media, recordará el último título del atlas hace 60 años. Y mi abuelo, sacará sus guantes firmados por el “tubo” Gómez y repetirá de memoria la alineación del campeonísimo, empezará por el «Bigotón» Jasso, «La Pina» Arellano, «Chava» Reyes y se le vendrá un rubor en el rostro de orgullo. El descontento de mi padre y mi hermano este año será evidente, el América va casi invicto y Chivas rumbo a la primera “A”.

Es imposible permanecer en esta casa tan pequeña, las celebraciones son tumultuosas, uno adopta un metro cuadrado donde no debe moverse, y si tiene que hacer un corto recorrido por ejemplo ir al baño, debe cruzar una multitud, así ustedes se darán cuenta, que a las doce de la noche es decir, a la hora de los abrazos hay un bailoteo imposible de ejercer en la pista, es una locura.

Justo ahora juego ajedrez con «Tabo», dos años menor que yo, nos vemos una vez al año, y jugamos dos o tres veces durante la noche, el año pasado lo aniquilé tremendamente con mi fila falsa de torres en dos ocasiones, su enroque fue de goma, estaba desconcentrado creo, aunque es justo, porque desde hace tres años solo me despeluca, y al final hacia su gracioso baile de la macarena mientras gesticulaba sacando la lengua, es un imbécil muy divertido, lo quiero al pendejo.

Por lo general bebemos cerveza, pero el tío Raúl siempre llega con un par de cajas de horrorosa sidra que le regalan en la universidad de Xalapa donde da clases de sociología, es comunista, estuvo preso unos meses en Lecumberri, en los años de Díaz Ordaz, y en ciertas horas de la noche, solo lo oímos hablar todos los años del materialismo dialectico y de Marx y de Hegel o de los camaradas rusos. Justo ahora habla de la falsa izquierda mexicana y del reaccionísmo burgués y el falso papa, entonces todos los años le gasto la misma broma diciéndole., Tío, hablas de la izquierda pero también la derecha es necesaria, ¿sino como tomarás ambos pechos de una mujer con ambas manos? Por supuesto todos ríen, y el aún me sigue frotando el pelo como si yo fuera un chiquillo.

De fondo suena la sonora dinamita y mi hermano saca a bailar a la abuela, todo es risas y rostros generosos. Los niños corren rompiendo aquí algo y allá lo otro. Y entonces pasa, el por qué año con año vengo a esta ciudad espejeada y ordinaria, pasa que Magda mi prima cruza la puerta, con su estúpido marido que fabrica bolsas de súper mercado.

Magda, aún sigue teniendo ese hermoso pelo largo, que en mi mente siempre llega a las rodillas desde niño, como cuando nos besábamos escondidos en el closet de mi abuela en la Roma de la ciudad de México, y entonces yo salía a recorrer los pasillos del edificio gritando: ¡Me ha besado una bruja! Para después correr detrás de ella, coger su pelo y llenarle de saliva la cara, y ella jugaba a que le disgustaba, y entonces corría detrás de mí para darme un bofetón, golpeaba duro, ¡que hermosos tiempos! O como cuando se cayó de la bicicleta y yo subí por alcohol para curarle las rodillas, así que tuve que levantar un poco su falda para conocer por accidente sus muslos y los detalles que esculpen a las niñas, mientras ella me acariciaba la cara con sus dos pequeñas manos, eso fue desde niños y hasta durante años fue nuestro secreto. Hasta la navidad de 1995, cuando al verla bajar de la camioneta de sus papás la llevé a la tienda y me arrojé a su boca como un toro saliendo de los toriles drogado ¡la extrañé tanto! y ella correspondió con ambas manos en mi cara y con los ojos cerrados, pero curiosamente su madre andaba por ahí, porque olvidó encargarnos unas coca colas y nos vio palpitando en una sola boca con mis manos alrededor de su vestido. El precio de que la tía María, su madre, no dijera nada, era que Magda y yo ya no nos volviéramos ver. Pero ahí estaba Magda, después de navidades de ausencia, detenida, un poco subida de peso según unas fotos que vi hace un par de años, pero con sus ojos que todo lo alumbran, hermosa, su cabello rociaba sus hombros y al sonreír lo agitaba un poco como en un ligero espasmo nervioso como de cuando niños, pero con su marido que fabrica bolsas para súper mercado sonriendo y saludando a todos el hijo de su pinche madre, ¡jaque! Dice el «Tabo» mientras empieza a bailar la macarena lentamente el muy pendejo.

El ganado jornalero

El ganado jornalero

Mi gato se quedó durmiendo y yo me fui a trabajar,

cuando la cama tiene más valor que nunca

es decir a las cinco de la mañana

 

la estampida de obreros empezaba a las siete

los camiones llegaban repletos del ganado jornalero

peones que erizaban cables y conversaban con maquinas

vigilantes que husmeaban dentro de las bocas y los sobacos

operarios repetitivos interpretando el infierno en sublimes obras,

ingenieros que fornicaban con cabrestantes, tornos y rauters,

limpiadores que hacían sangrar los muros de afinarlos militarmente.

 

Yo llegaba y me hacía un nescafé y encendiendo un monitor

veía los nueve círculos del infierno,

eran los departamentos en una pizarra de caucho

con sus rostros japoneses en una cadena de mando piramidal,

yo laboraba digamos que en el Sexto Círculo o en el departamento de la Herejía

donde los flamígeros sepulcros destapados eran evidentes desde mi ventana,

un mosaico de cráneos eran el azulejo del área de operaciones

 

todos éramos roedores flacos camino a un semi holocausto contravenido

la planta era un congelador desde la primavera

y en invierno podríamos hablar de Plutón posiblemente

 

cerraban las compuertas y sonaban las alarmas

quizá soltasen el gas en cualquier momento

o quizá solo fuese una vulgar pesadilla descarnada

y harían con nuestros cuerpos portafolios, volantes de mercedes, tractores, baldosas

 

la guerra es honesta, la sangre tiene un continuo flujo de rio que llora francamente,

la guerra es una plañidera gigante apagando el sol de una meada

las diferencias se dialogan con fuego frente a frente acercándose de apoco

hasta terminar en un beso o en la muerte como en el matrimonio por ejemplo,

la guerra y el amor son hijos del mismo padre,

y en cambio el obrero repite y repite y repite y repite y repite y repite

no hay guerra, no hay amor, todo es una fábrica febril de engranes incorpóreos

con máquinas cercioradas por sombras eternamente

 

esa mañana apagué la máquina, tiré mi bata al escritorio, renuncié,

atravesé un patio con japoneses en todos los extremos y uno a uno

les atravesé con una mirada de solemnidad de pájaro, mi alma sonreía,

salí corriendo, tome un autobús rumbo a mi casa

y al llegar mi gato orinaba en todos los rincones del departamento,

rompía zapatos y ronroneaba

y pensé, estoy en el lugar correcto

¿Que por qué escribo?

 

¿Que por qué escribo

porque mi brazo es un pistón

que se revela

y hace coro con los dedos

haciéndolos blandas cuerdas de guitarra,

y esgrima con una pluma de elefante

en mis papeles de muslo empastados

tributarias lanzas que se arrojan

velozmente al vientre de la noche

buscando rasgar con su uña un cráneo

una vértebra yugular, un prisma de luces.

Pero nunca dan con su objetivo

simplemente caen y envejecen

y siguen flotando

en el mar como satélites

en las avenidas del mar

entregando sus crímenes

al exilio que otorga el naufragio

hasta que alguien las regrese

a su botella, la selle con corcho

y las retorne al hongo nuclear,

al estornudo de napalm

donde viven pacíficas,

ahí, donde los abogados y los políticos

puedan usarlas sin escrúpulo

para trepanar el mundo.

 

Y porque bailo al ritmo de la melodía

que se desprende

de los verbos superlativos pronunciados,

y porque hay palabras

que me estremecen hasta el tuétano

de la espina dorsal hasta la uña más lejana

desde su sombra hasta su última silaba

y me gusta hundirles

la nariz en el cabello largo y cerrar los ojos

 

y desde mis tobillos

hasta el sombrero vibrar

con la música del rio

en un abrir y cerrar de labios

deteniendo mis oídos en el arcoíris

como por ejemplo palabras como:

pájaro o mujer, océano, viento,

esdrújula, ventilador, cartílago,

sinfonía, sístole, México, muchacha

caña, martillo, procesión, plañidera,

horizonte, neumático, boca.

 

 

Y porque mi corazón

es del mismo tejido de la selva

del mismo hilo verdoso,

y porque vivo en un barrio

hecho con paredes de arroyo y nubes

y porque el canto de las palabras

viene desde dentro como un feto construyéndose

para luego zarpar sol adentro,

palabras oscuras contempladas

negras como el unísono del cosmos

o como la mata de una entrepierna

 

por eso escribo

ahora que nos hemos largado

ahora que nos hemos largado

ahora que nos hemos largado,

las manchas de la hierba ya no tatúan nuestra ropa

ahora nos besaremos en silencio solos

detrás de nuestros propios dientes

frente a las luces rojas de los semáforos,

o junto a las cruces de las carreteras

o cuando nos detengamos frente al mar

a asomar tímidamente el llanto

dándole la espalda al mundo

cuando nadie nos mire

 

imagen tomada del sitio http://www.artedigitalhoy.com