La espera

la espera

De niño recuerdo que hacíamos recorridos inconmensurables por la expansiva ciudad, eternos viajes tangenciales de continente a continente (así se sentía). navegar por esos largos acantilados plata fórmicos que son los puentes del periférico ya sea por arriba o por abajo, o las carreteras de Satélite, y al final todo desemboca en millones de contingencias posibles, en los bosques altos de la salida a Toluca o en en la zona de alimento de las cebras y los elefantes en el zoológico de Chapultepec, la selva de esta ciudad siempre se bifurca en cientos de miles de caminos, franjas de paso, guarniciones, cavernas, subterráneos, trincheras y a donde quiera que se quiera mirar siempre hay fauna hambrienta capaz de sacarte los ojos de un solo movimiento, humanos entrenados para la más espantosa de las batallas o finalizar en la más apocalíptica muerte, la preparación es redonda, no creo que exista otro lugar en la tierra que necesite tanto entrenamiento mitad autodidacta, mitad legado evolutivo por sobrevivencia, debería existir un curso especializado donde cualquier persona que desee ir a vivir a esta ciudad esté obligado a tomarlo. Es una especie de guerra fría donde todos son bandos contrarios y cada uno posee detonadores para sus propias bombas atómicas caseras, y todos son muñecos anfibios de guerra. Se necesita una caratula multiforme para sobrevivir, cada ser humano es un poliedro de incalculable número de rostros, una navaja suiza multifuncional, un toro mecánico que camina.

En cuanto a los trayectos recuerdo que las rutas eran crepusculares pues al llegar siempre era de noche, los destinos siempre eran nocturnos, alcanzabas a ver el día pero en cuanto tocabas tierra traías la luna de sombrero y un enjambre de estrellas merodeándote, el capitalino también tiene la capacidad de comportarse como murciélago, mirar de noche los riesgos. Justo en las avenidas el congestionamiento semejaba una pila enorme de helado de metal donde por cada lado de la carretera se escurría aceite, aluminio, vidrios y neumáticos, todas las maquinas unidas a una sola salida justo como un embudo de proporciones satelitales, era casi como viajar de un planeta al otro a través de ríos de lodo y hiervas que se embonan a los pies como calcetines. Conducir puede resultar el navegar dentro de una eyaculación echa de cera que lleva millones de años fosilizada, con espermas detenidos como esculturas, durmiendo en la roca.

Todo se estancaba en las avenidas, hasta oxidarse, hasta romper en desesperación las acumulaciones de plomo en el aire como un globo obeso de agua que necesita solo un suspiro de estornudo nulificante y lograr catástrofes ambientales severas.

La palabra más importante para el capitalino sin lugar a dudas es la espera, cualquiera que carezca de este artilugio está destinado a colgar de una soga o triturarse las venas con un trozo de espejo, la espera es el artefacto de mayor valor en esta ciudad, más que el valor o el arrojo, como en las planicies semi áridas del África donde los felinos con dientes largos esperan el momento justo de la ofensiva, sin la espera están totalmente desamparados, niños rotos y lisos como barras de mantequilla. Recuerdo un día en el cual dos camiones habían chocado de frente en el periférico unos diez kilómetros delante de nosotros y quedamos parados en una de tantas avenidas de cinco carriles, al principio el sentir inmediato es el de no apagar el coche hasta que terminas cediendo y giras la llave, la espera empieza a gritar con todas sus voces, la de la desesperación es la última pero también la que más perdura como el último nivel del contra 3, imagino ahora el horrible sonido de cuatro gritos de niños que debía soportar mi madre, de haber asesinado a alguno de nosotros en este momento lo justificaría irreprochablemente en caso de yo haber sobrevivido. Los automóviles parados a los costados dejaron de ser los del otro carril para convertirse en vecinos, y después de algunas horas empiezas a sentir una sensación de barrio, una reacción de pertenencia, supongo que fue el mismo sentimiento que tuvieron los gringos y los rusos al terminar la guerra fría, al pasar cinco horas los conductores empezaron a desesperarse y se abrieron poco a poco las puertas, el sol estaba erguido encima de todos como un policía tuerto en la ventanilla pidiendo las credenciales.

Las pesadas puertas de acero de los Ford falcon, los buik, los Mustang, las caribe, la inmensa cantidad de vochos o cualquier bola de cuero metálico concentrado que uno se pueda imaginar dejaba salir a su gente parcialmente. Tengo una imagen fiel de ese momento, miro un enorme dodge valiant 1979 y un Caprice 1977, o un Chevrolet Montecarlo 1982, los automóviles de entre mediados de los años setenta hasta mediados de los ochentas en lo particular son increíblemente imponentes, no puede dejar de sentir uno una mínima punzada de dolor al ver esas enormes defensas cromadas hechas como para chocar contra tanques rusos. Autos decididos a detener una guerra de frente.

Mi hermana y yo salimos a botar una mediana pelota de plástico en el asfalto con la condición de mi madre de no alejarnos demasiado, y en un pequeño hueco de calle entre una Ford f-100 y un VW Atlántic empezamos a pasar la bola de un lado al otro, a veces con los pies y a veces con las manos, en ocasiones teníamos que recoger la pelota debajo de los coches, y de repente un pequeño niño de pantalones cortos se acercó y pidió la pelota con su manos, al ser tres tuvimos que guardar mayor distancia, luego unos gemelos llegaron sonrientes mascando chicle hasta representar un juego cada vez más grande, de repente conté veinte niños, todos habíamos olvidado el creciente sol y los cláxones desafinados gritando y el horroroso charco de asfalto a cualquier costado que uno volteara, yo miré una pequeña niña de ojos negros quedarse dentro de un coche y mirarnos fijamente, aún recuerdo esos ojos trepárseme encima, yo golpee un poco el vidrio invitándola a jugar pero su rostro inmortalmente asombrado se quedaba inmóvil, ya todo era consorcio y fraternidad, había una fiesta en el bulevar, y vi a un hombre de una moto sonreírle a mi mamá y acercarse. Los adultos encendieron sus cigarros y empezaron a salir poco a poco a hablar con otros adultos estupideces de adultos, impuestos, clima y política. El sol súbitamente se escondió, ni nos dimos cuenta, y de repente ya todo estaba oscuro.

Ya en la noche se escucharon ruidos de silbatos y algunos autos empezaron a encender los motores hasta que todos lo hicieron, y poco a poco empezamos a avanzar, no tuve tiempo de despedirme de los gemelos o de un niño gordo que decía chistes acerca de su propia panza, nos subimos de inmediato al coche y nos fuimos para nunca volver a ese mismo sitio, es día conocí a algunos buenos amigos en la guarnición y a la orilla de la avenida, luego todos los coches se perdieron, a lo lejos pude ver a un match one amarillo dar vuelta en la lateral y perderse. Situaciones como esa son comunes dentro de cualquier avenida atiborrada de la ciudad de México. El cruzar una mirada, una mano, un silencio dentro de un vagón de metro, estar de pie junto a una mujer y agitar ambos una creciente respiración de mutua atracción hasta vivir un amorío en silencio, luego ella baja en la estación siguiente y se perdieron los hijos que no nacieron, el perro, la casa, el pago de coche, la navidad con los suegros. Los universos chocan con sus bocas triturándose los dientes y cada humano es tan insignificante que su universo mismo es un charco de carne y huesos para los otros.

Labios menonitas

Labios menonitas

Llegué justo a la luz roja

todavía sangrando de los dientes

de otros autos

 

 

rechinan las llantas contra los martillos,

el mundo hostil se detiene en seco

 

 

los traga fuego se asoman

a quemar las pestañas

a los transeúntes,

los dragones deberían tener grandes salarios…

pensaba mientras un limpia parabrisas

se abalanzo al coche haciendo vibrar

la lamina con su cuerpo

llenando de jabón el vidrio,

luego con su pala de caucho

recoge los restos de ciudad;

ojos de moscas kamikaze,

molares de narcotraficantes,

pelo de rascacielos.

 

 

Deberían de haber psicólogos

que también se abalancen sobre el coche,

bailarinas exóticas, contadores públicos,

Tarahumaras con peyote.

 

 

Me ahogo bajo un sol hirviente

que me respira en el oído

y entonces:

una larga cabellera dorada

se pasea entre los carriles

con un paquete de tortillas

hechas galleta,

se junta a mi ventanilla

a asomar sus labios menonitas

 

 

como el alemán es bajo,

también el español es muy pobre,

así que lo único que logra hacer

es levantar la tira de paquetes

y sonreír sin decir palabra alguna

 

 

y yo no puedo alejar la mirada

de esos ojos,

ventanas prolongadas

detrás de un mundo algebraico,

pájaros azules que se esconden

detrás de un sombrero de farrago,

chorros de metal a ambas manos,

catedrales Bálticas.

 

 

Traía un trapo sujetándole

aquellos fastuosos cabellos

de cebada;

 

 

puede ocultarse del diablo

detrás de esas coloridas faldas lagrimales,

pero no puede ocultar las flores

larvas trepidarías

que corren por su piel blanca señorita.

 

 

Después de decirle aquello

se quedó muda,

no se si dijo algo

pero sus ojos se abrieron tanto

que tuve miedo que escaparan corriendo

 

 

y me volvió a ofrecer sus galletas,

alzándolas con su mano

y sonriendo,

cuando la luz verde

me volteó a ver

Yuri Gagarin

Yuri Gagarin

Sentado en el palco del universo

mirando por encima del hombro

a los mosquitos que se suicidan en los faros

de los mercedes

 

Yuri Gagarin le da un giro al planeta

pisando el horizonte en su caverna giratoria,

en su electrodoméstico gigante

 

se sostiene del viento captando todo con sus ojos

solo tiene que mirar como las nubes rojas lo hacen,

pues los botones ya están presionados

 

mira el trabazón de nubes industriales de Detroit

mira cómo se rozan los labios los océanos al besarse

mira la alfombra verde del Brasil

y sus culturas ocultas entre el paladar de la jungla

mira un pedazo de cartón hecho África

mira los cubos de hielo en las tangentes de la pelota

 

mira como los rascacielos apenas rebasan las hormigas

y a través de su radio comunica que no ha visto a dios,

aunque después se dijo que posiblemente Kruschev lo dijo.

 

Al regresar a la tierra Gagarin se dedicó a beber

y a conquistar mujeres

la mejor de todas las vidas en una

como la del torero diría Hemingway

Si soy de aquí, si soy de allá (homenaje a Facundo Cabral)

Si soy de aquí, si soy de allá (mi homenaje a Facundo Cabral)

No me gustan las cosas concisas,

el amor vociferado por vacíos industriosos

el mail de la paloma blanca mensajera

el turismo de vivir entre la cumbia y el jabardo

 

las resacas del abstemio en la noche de copas

el yerro fundamentalista del vegano en su propia carne

la política feminista con un hueco entre las piernas

los lingotes de memoria forrados de alzhéimer

 

la falta de anforitas y suvenires en los velorios

la lengua del gusano con el caníbal en la baba

el mirar con cristo el surco de pasos pisados

la versión resumida del quijote de la mancha

 

me gusta el licor entero en vasos cerveceros

hundir la boca en la mujer de espesa cabellera

los hombres que sudan al hablar, los perros

el trozo de chorizo y la carne en un plato sin hiervas

 

las manos sucias de lodo al jugar con los niños

los coches con palancas, radios y cajuelas

el expreso triple en jarro a la hora del baño

la muchacha corriendo desnuda llena de saliva

 

los gatos escuálidos arañándome la espalda

la tormenta en los ojos al hablar de frente a la nube

los goles, el tiro de esquina y los saques de banda

el blues desafinado, el submarino amarillo, Elvis Presley

 

El rojo profundo de Tenochtitlan

El rojo profundo de Tenochtitlan

Ema Popova mi amiga búlgara vino a pasar una temporada a México, mujer pequeña y valiente que ha trotado mundos desde niña, huyendo de los brochazos post comunistas, con su mirada clásica de la Europa de Este, ojos hechos de resina de ámbar de los gigantes pinos en las montañas de hielo, esas mujeres particularmente tienen la misma mirada de los lobos que caminan desde Siberia hasta Sofía, cruzando las alambradas leninistas alimentándose de huesos y maquinaria de guerra, pero también con un fuego parpadeante, un fuego disciplinado que enciende su rostro sobrenatural de manera uniforme, un rostro pálido y simbólico en el cual se resumen tres mil años de ocupaciones, persecuciones y guerras.

 

Me escribe por WhatsApp y me anuncia que ha llegado a la ciudad de México, su avión llegó a medio día, tomó un taxi de esos seguros y se bajó en un sitio erróneo. Solo podía describir que tenía enfrente un enorme caballo de cobre y encima un jinete español mirando a un seven eleven con una de esas chaquetas militares de mil novecientos bla, bla, bla. Justo alado y en la esquina una rejilla vendiendo periódicos apoyada en un puesto de tacos, podía describirme el hermoso olor de la carne sobre un comal gigante y decenas de personas succionando tacos, atrapados en el humo de la parrilla y mirando a los costados del Serengueti para protegerse de quien quiera arrebatarles la comida de los labios. Me describe un perro muy flaco y un charco de agua verdinegra, el asfalto enmohecido con corcholatas fosilizadas y colillas de cigarros, la insipiente música de las bocinas de los autos, los gritos de guerra de los vendedores ambulantes. Le digo que aborde un turibus o que se acerque a uno de esos sitios seguros donde se puede tomar un taxi en fila, y una hora después me dice que se ha subido a un enorme camión rojo que se dirige a la casa de su conocida y tiene tanto miedo de bajar del autobús que siente escalofríos, tiene miedo de pisar esas calles de erupción penitente, de cruzar la vista con los grandes ojos de metal de sus habitantes que aun sostienen coloridos escudos aztecas y penachos de criaturas vivas desde sus pupilas, y me pide algunas desesperadas indicaciones, yo se poco de la vida práctica de la ciudad de México, el monstruo donde nací y donde aún hoy me pierdo al desconocer las referencias concretas, puedo estar en la colonia doctores y creer que me ubico en la calle Monterrey de la colonia Roma por ejemplo, por que la confusión reina en todos sus rincones, sus aristas son del tamaño de sus lados, puedes ver un edificio de 1550 donde posiblemente fusilaron a algunos soldados subversivos de Cuauhtémoc y años más tarde escribió un soneto Sor Juana Inés de la Cruz, y al costado inmediato una edificación innombrable donde venden los últimos modelos de Mercedes Benz, edificios que casi levitan en el aire con cimientos de un templo de sacrificios aztecas, pues la ciudad se les fue de las manos a los urbanistas encargados de rayar con hormigón los poros de la urbe, estoy seguro de que el cubismo nació en las primeras maquetas de la ciudad de México despuesito de la victoria de Carlos V. Y como no perderla si en el enfoque del planteamiento ya existe un error ineludible, en las mismas calles donde los niños venden periódicos los soldados de Cortez corrían descuartizados y embriagados de desesperanza por sus vidas hace quinientos años en la noche triste, algunas calles incluso conservan los mismos hermosos nombres de aquel día. Posiblemente en las plataformas donde fueron entregados cientos de corazones a Coatlicue hoy hay Oxxos, donde te venden pepto bismol, cerillos y talco para los pies. Así pues hay cuatro secreciones que preñaron la vagina de criptas cósmicas, que sembraron en el útero de las noche buenas malvas el parasito de la espina: el germen azteca, el estornudo español, el cromosoma gratinado francés y el nudo de solitaria norteamericano, y entonces siglos antes la ciudad creció literalmente en el agua en medio de la peor placa sísmica del mundo, como si los mexicas buscaran el execrable error para terminar desesperadamente de huir como los judíos y plantarse donde sea, no importa que alrededor existieran cien millones de árabes y egipcios apuntando con rifles sus cabezas, Tenochtitlan fue como diseñar un tatuaje en medio de una enorme cicatriz que a la vez esta erguida en una vagina, y cuando el clítoris se excita la rajada se abre y todo alrededor tambalea, hablamos de una abertura doblemente violada, un error cosmogónico que se desvaneció como migajas óseas (inevitablemente) y en sus restos hay una masa de gente rosándose, alimentándose de cuerpos, golpeándose, acariciándose, copulándose, asesinándose.

Entonces hoy la ciudad de México es un parapléjico con texana y bastón que usa tacones de señorita para correr inútilmente en patineta por las avenidas del agua, pero con rostro de roca olmeca, y alrededor siempre la mirilla de los volcanes, siempre apuntando con su grandes ojos nucleares como francotiradores, siempre mujeres celosas de ovarios enredados con vidrios en la caricia besando a sus hombres en los labios.

 

¿Cómo nació esa metrópoli? ¿Cómo saber de qué tamaño es esta gran rebanada de sombra y en que capa de la hierba se vive?, ¿en qué nivel dantesco cruza el tren subterráneo a la altura de Etiopia o Universidad o Tlatelolco? Las leyendas posiblemente son superadas por la realidad, quizá exista una conexión entre el núcleo del mundo y la ciudad de México, algo así como un pasadizo secreto del material de una arteria gigante, así entonces el palpitar del fuego centrifugo genera un espasmo atómico y se viene un sismo empapelado en cuero de carne humana y entonces todo baila al ritmo de un nudoso juego de pelota entre Jesucristo y Quetzalcóatl, el ir y venir de la pelota-planeta hace crujir los edificios, así la gran serpiente devuelve el balón con un terrible caderazo de escamas-mezquites y crujen los huesos de algunos squatters o paracaidistas en ciudad Netzahualcoyotl o de los ladrones con navaja del tianguis de la Merced, o de los abogados corruptos con espuma en la boca de los juzgados.

Quizá cada parte orgánica del planeta represente una función fisiológica y la ciudad sea digamos el páncreas o los intestinos, todo circula por este gran entronque de mierda fosilizada, por este cataclismo de lunas vectoriales que longitudinalmente se repartieron como napalm y nace la ciudad muralla invisible donde se unen los nutrientes con la flor en la caca y el cebo de las nubes, haciendo una especie de roca medular que se gangrenó hasta tal punto que al reventar nacieron esos seres de corta estatura y nariz toscamente afilada, siempre con una mirada perpendicular hacia un horizonte inexistente, (porque en el lago el horizonte es confuso, es como encontrar en la regadera un cabello largo arrumbado en los mosaicos y mentalmente asociarlo con una mujer, pero hay hombres que usan el pelo largo evidentemente, cinco hombres pudieron bañarse desnudos anteriormente) el cerebro es la maquinaria magnifica de una maquina estúpida.

Pero que es la ciudad de México, posiblemente una huella fosilizada poseedora de raíces cósmicas se hizo semilla, o tal vez un cristo embrutecido dando tumbos por el aguardiente se paró en el agua para construir su casa hecha de rio, o un demonio hinchado de hierba mala, o un duende feudal que bajó del Popocatépetl para cagar un ladrillo que después se hicieron dos y al minuto tres y a la hora mil millones, como la gestación de un hipopótamo, posiblemente la mitología se cierne en la memoria de lo impuro ¿porque se tuvo que elegir el camino romántico para nombrar la vida y la muerte? ¿Por qué no decir las cosas como se deben? Nadie cruza la vista con la muerte como los mismos aztecas, ningún rojo es tan profundo y contrastante como el de la sangre de la época de Chimalpopoca, ningún dolor es tan natural, ningún corazón que se detenga genera un silencio tan puro y tan honesto como el de los habitantes de Tenochtitlan en cualquiera de sus edades aunque sabemos que fue una historia corta pero ¿y entonces cual es la historia mala? Pues la que enumera los datos como si fueran una receta para crear un horrible pastel relleno de ordinaria pasta de bolillo, aquella historia que enumera muertos, que no olvida fechas exactas, que llama las cosas por un nombre sin eco, la que jala la naturaleza de la humanidad a su casa y la alimenta para verla crecer y así manipularla a su antojo. Las cosas tuvieron que ser por que fueron.

A mí me gustaría hablar de una historia diferente. Quizás un suspiro de buda viajó por kilómetros de sal y agua siguiendo la ruta del esperma hasta gestarse en la garganta del Iztaccíhuatl (un microbio que debió ser abortado) e incubó un monstruo que gateó hasta el valle siguiendo la ruta de un tridáctilo devorando una serpiente y colocar sus grandes posaderas para siempre a la altura de lo que más tarde sería el templo mayor. Quizá se tuvo que usar la crónica del culteranismo rimbombante de la palabra Quevediana o el legado en las calles con cruces blancas, lo recóndito para sumergir la verdadera historia de una ciudad espantosamente bella, lo recóndito para esconder a los últimos dinosaurios, lo recóndito para criar un tigre que en cada mancha guarda una vagina y sus preñeces y abortos deambulan por todos los rincones de una ciudad gallardete, quizás a un órgano al que le amputaron un tumor maligno naciente que lo mataría se arrojó al cebo de bichos en el lago y le crecieron escamas, hasta correrse como una enredadera, quizá un reloj a contra corriente que en cada molécula guardaba un detonador atómico decidió detenerse en la planicie para reinventarse, aunque sabemos que en cualquier momento estalla y no dejaría de pie ni un escarpelo clavado en una medula de algún paciente moribundo en el quirófano de un hospital del seguro social, un lente apuntando al sol de un extremo y en el otro al ojo de vidrio se le sandblasteó por si acaso, un muro de cartón que une un solo parapeto donde parados están veinticinco millones de calaveras, costales de grasa y huesos pisando la puerta del averno, la cual no se puede abrir pues el peso de la gente lo impide y todos guardan una llave en el bolsillo, todos tienen la respuesta en su bolsillo, tan solo hay que introducir la llave y girarla.