Singladura

A veces no sé dónde o cuando amanezco redondo de melancolía
A unos minutos después de un estallido de semen, por ejemplo
o en el mantra de una sola ola frente al mar
El océano también es redondo como la belleza y como la tristeza
Una ola es la semblanza de la vida y la muerte
También el instante de un pecho en la memoria de una caricia

La belleza pletórica puede hacerse cotidiana
lo cotidiano aburrido
por eso no podría vivir en una playa

Hoy que ya no estás y como si la muerte fuera
el único extremo, el único exceso

Una sola muerte se repite como un millón de olas
El luto nos persigue la imaginación en medio de una sola cifra
Un hospital es la muerte de una multitud sin nombre
donde se hacinan los fantasmas en los pasillos

No hay plañidera que aguante un millón de funerales
“La vida es dura”, repetías constantemente

Tú has muerto tantas veces en mi cabeza
que tu recuerdo se ha convertido en una playa sin nombre
En un hospital cualquiera, eres todos los fantasmas
Tus ojos son la misma ola que se repite hasta el infinito

De niño me obsequiaste un Atlas
Hoy tengo la misma imaginación
que me llevaba a ver durante horas
las carreteras y los ríos. Que me hacía visitar
sobre los cartogramas ciudades impronunciables
Todo desde aquellas hojas donde brotaban
los cerros como si fueran dibujos de escamas

Conocí la selva por el color verde del papel
en casa siempre hubo carencias
Lo redimible en la pobreza es el tercer ojo de la imaginación
Un par de veces me llevaron al mar, pero muy lejos de hacerlo un recuerdo
Hasta que en un verano tú y yo fuimos a Puerto Vallarta
en un viejo ómnibus de México a mis catorce años
No se podía pegar el ojo por el ruido del motor
pero tu podías dormir bajo cualquier circunstancia
Y yo miraba la carretera
El camino ennegrecido por lo temible de una jungla noctámbula
Siempre tu talento fue dormir y morir rápido
dos cualidades que se practican despierto

De repente, el asombro de todo mi cuerpo
A lo lejos se vislumbra el mar con pequeñas
embarcaciones esparcidas en las primeras luces
de la mañana
Y al fondo el hilo del horizonte por donde
caían antiguamente los barcos medievales en su ignorancia
Para reunirse donde tú estás justo ahora
En esa orla de espacio tiempo ajeno al lenguaje
Un galeón, un barco mercante moderno
Las singladuras de un buque fantasma
El mar es atemporal, a donde van sus muertos
debe ser la isla del hoy, del mañana o del nunca

Caminamos por las calles empedradas
y a la vista el antiguo baño de teja en el centro del pueblo
Llegamos hasta el malecón para mirar los
primeros gringos de la mañana, para ti cualquier gabacho
tiene la ternura tan empatada con la ridiculez
Nunca les perdonaste la invasión de 1847

A solas con nosotros mismos y los cerros desiertos
esa mañana de verano con neblina

Tiemblo desde los hombros recordar tu brazo
rodearme al caminar viendo las gaviotas en la pesca
Y a un lado nuestro, los canadienses madrugadores vociferan
un inglés afrancesado. -Vienen de tan lejos-.
me murmuraste
Y sacas esa risa que se mezclaba con la tos
de un millón de cigarros

Nunca viajaste al extranjero padre.
Para ti la Ciudad de México fue el axis mundi
No tenías que ver nada externo si en tu calle
ya lo habías visto todo

El hotel estaba lleno de espejos juiciosos en los pasillos
y alfombras rojas en mal estado como sumergidas en un naufragio
Un pequeño edificio que cabía en la oteada de un vistazo
En su interior una vieja alberca cuadrada con hojas flotando
Teníamos vista al mar y te recuerdo asomarte por el balcón
haciendo un gesto como de centinela en un faro
un vigilante que se esfuerza en abarcar la playa entera
Después te tiraste en la cama a cerrar los ojos
y a respirar como un gato gordo que dormita

Como olvidar ese balcón, una ventana es un ojo
Como cualquier billón de ventanas
Pero esta da al mar, y es como si fuera la última del mundo

Por ella vemos un pedazo de calle húmeda
No como los de la ciudad donde son intransitables las reflexiones
Estas calles son misteriosas, tienen vida debajo de las piedras
Tienen selva creciendo en los rincones de los cuerpos desnudos
y olor a lluvia podrida en los cuerpos vestidos

Este planeta es un viaje, como este recuerdo
embarcado en esas calles que ya no existen
Pero viajar es aún viajar, y los padres e hijos los siguen siendo
La lejanía sigue estando donde mismo
y los fantasmas merodean las mismas necedades
¿Qué sería de Ulises de no haber partido y regresado?
Quizá el aburrimiento de Argos o el martirio de Penélope
Yo fui Telémaco el hijo de un padre viajero
Un padre ausente que no titubeó arrojarse a la
Isla de las sirenas cada que podía

Esas noches dormí inquieto, a lo lejos
las olas que me hablan, que repiten mi nombre
Entre silabas de espuma, decido levantarme
Mi padre arrojando sus ronquidos
a los pasillos del hotel

La siguiente tarde la plaza vieja y las esculturas
de ultramar en bronce
La metafísica perdida en los rincones húmedos
de los bares donde los borrachos van a morir
Los sombreros solitarios de vaqueros blancos
que vinieron a olvidar la guerra de vietnam
Seres que han llegado al fondo del mar de toda existencia humana
Ahí donde ya no hay vida y todo es penumbra
Que vinieron al mar a bucear en sus vasos de wiski
con mujeres blancas de vulgares escotes enrojecidos por el sol
Que se mueven con la música y ellos sonríen como calaveras

En aquel pasado de neblina yo usaba lentes
y hoy las lágrimas caen como lluvia en las ventanas
al acariciar este recuerdo

Otra vez vuelvo a verte padre
Capital de mi infancia donde todas
las calles desembocan en tu sonrisa
El cauce de tus manos que abrazan como ríos
El barco de tu pecho encallado en mi memoria
Hombre triste y alegre al cual no
vi llorar nunca
Porque vienes de aquel encierro donde
los hombres son buques acorazados
Porque eres una ciudad amurallada
que no ha pisado ni confía en la alta mar
en el océano que fue condenado a las galeras de la historia

No quiero ser Telémaco, quiero ser Argos
el perro que te espera sin esperarte
El perro que tiene la vista próxima de la muerte
más próxima que la tuya
El perro que escucha la palabra amor
repetirse siete veces, al ser pronunciada
cada instante humano

Cada que voy a al mar vuelvo a verte padre
Soy tu hijo el extranjero, el gabacho, el ave canadiense
que emigra cada año
Soy ese barco fantasma con un surco gigante
en la playa de tu nombre

Hace unas semanas busqué ese hotel donde
dormimos, para ver si aún se escuchan tus ronquidos
hacer latir los cimientos
A buscar tus quejidos en aquellos pasillos solitarios
Me adentré en la noche y me perdí en ella
como una misión rescatista
que no encuentra sobrevivientes

A veces no sé dónde o cuando me duermo redondo de melancolía

No volví a verme en el espejo de la recepción
donde mi rostro había envejecido cien años
y cien mil leguas
En mi búsqueda tropecé y cayeron mis lentes al piso
y en cada vidrio roto solo veía tristeza

Mi padre en la cama del hotel no es el mismo
que el que yace en la de un hospital
aunque en ambos casos se ha rendido
como si supiera el misterio del agua y la espuma

En las clínicas del seguro social
las mucamas no saben de atención al cliente
Pero nadie sabe más de la intimidad del mundo que ellas
Pero nadie trabaja más cerca del umbral que una enfermera

Ahora mi corazón está cansado como un nadador
al luchar a brazadas contra la marea del ahogo
Han pasado ocho años desde que solté tu mano inerte
pero muchos más desde que en el mar de Vallarta
logré ver la última de tus caladas de cigarro perderse en el mar.

 

La humedad del pasillo

Imagen propiedad de @mehaniq

Estoy ahora parado en la humedad del pasillo de la casa
El agua me cubre los pies descalzos, ha llovido durante días
De las grietas ha germinado el moho y el hierbajo en las paredes
Nadie ha venido a reparar los desperfectos
-Mañana le llamo a tal-. -Me pasaron el teléfono de aquel-.
Me gusta el musgo que empieza a envolver la pared
como si fuera un regalo

El que soy ahora es el cauce de una casa
por donde corren libre las lágrimas
Mirando este mosaico de 1920 que ha presenciado
múltiples nacimientos y muertes

Los tabiques han temblado a través
de las mujeres que han venido a regalarme su humedad
En este pasado hambriento que ha masticado
la boca y los dientes de sus visitantes
-Y que conmigo lo hará también-.

La mesa, la vajilla, los libros, nada sobrevivirá
a este gran desahucio llamado años y décadas
Solo habrá medio boleto de ida y vuelta
en el arca trasatlántica de Noé

Todos seremos el museo de un naufragio
La arqueología marina que dejó de latir
mucho antes de su abandono.

Singladuras

La mujer y el alcohol me han acompañado en cada momento de la vida
desde los trece o catorce años

Han crecido conmigo, me han ofrecido el piano rojo de su sonrisa

lo diáfano de su falsa transparencia

y el instrumento de viento que les surge al hablar

.

Mis besos han palpitado a la altura del pecho

donde se les ha sembrado el corazón

.

La última mujer me ha dejado un poco trastocado

como una de esas resacas inmisericordes

En las noches fuimos dos gatos reconociéndose

Dos gatos heridos que buscan la cortada del otro

para habitarla

Dos sombras en las azoteas

.

Fuimos también dos enfermedades

Dos ausencias que han sufrido como cualquier otra

¿Y pues que es una enfermedad si no una ciudad que se cae a pedazos?

Un éxodo también puede resultar una metástasis

Células exiliadas que le huyen a una guerra, para establecer otro problema

en otro sitio

.

Sé que ambos éramos un par de refugiados

Un par de heridas abiertas que en su memoria a futuro son cicatrices que cierran mal,

dos averías queloides que en su deformación está la belleza

Pero también dos licores destilándose entre saliva, sudor y sangre

.

Al apagar la luz dolores enredándose en la venda del otro

para sanar al unísono

Desde los ritmos del sexo

Desde la humedad en el aire hecha música

Desde un olor a hierbajo y a cauce de río que son la mujer y el whisky

.

Sobre mi buró siempre dejaba sus amuletos

a lado de cervezas medio vacías como los vasos de los pesimistas

Piedras y listones de la alquimia,

metales, pedazos de mar, polvo de hadas,

trozos de una vertiente de agua que ha esculpido una redondez

.

Sus curvas también trabajadas en el río como piedras

Sus muslos, sus nalgas

Pechos acostumbrados al agua que los transita

A la violencia del movimiento que la circunda para formarla

.

Pero su cuerpo es también un cauce

y mi boca embriagada la lluvia que busca la grieta donde el arroyo

habla para ahí vaciarse

La mujer y las botellas tienen cuello y boca para sostenerlas

y navegarles en singladuras

.

Ahora su cuerpo resulta el licor en la memoria

del alcoholismo de mi alma

Una acequia que es la rajada de la ciudad donde me baño

.

Una enfermedad a doce pasos de lo incurable

Nos recuerdo sin recordarme

La carretera estaba sola, y los coches con dirección contraria eran conducidos por hombres de portafolio y corbata a cualquier lado. Era un día lunes laboral de nescafé y escritorios. Nosotros decidimos salir de la ciudad. Fue en el huracán Nora que manejamos carretera adentro con dirección al mar, para nosotros era un viaje cotidiano a la playa, pero cuando vimos las noticas se veía la violencia centrifuga acercarse a la costa en forma de inmensa nube. Propuse viajar a otro lado, pero ella argumentó que nuestro equipaje era exclusivo para la playa y me pareció sensato. Justo finalizando Jalisco comenzó a lloviznar, conduje entre las fauces abiertas de las nubes oscurecidas, y con esa llovizna Londinense que apesta inmortalmente las ropas cuando te cae. No medimos el peligro hasta estar cerca de la playa, y para entonces el retorno ya era imposible, a la altura de Lo De Marcos nos enteramos de que un deslave había cerrado la carretera cincuenta o cien kilómetros atrás, de tal modo que de habernos venido antes pudimos quedar atrapados, o en el peor de los casos morir en el deslave, a veces la impuntualidad puede salvarte la vida. <<Los defectos a veces son virtudes>>, le dije mientras ella sonreía cambiando la música. Al llegar a Sayulita la gente bebía en las calles como si esperaran la muerte. Me estacioné en el centro del pueblo, a la altura de su pequeña plaza rebosante de árboles y verdes tropicales. Al bajarnos del coche, algo de nuestra alma se parecía al hotel donde entramos, con esas heridas de habitaciones abiertas y huellas de arena de los drogadictos desemplumados por la noche. Al subir las escaleras al cuarto piso, ella traía el desaire de los maizales secos que vimos en la carretera, esa hostilidad que no pueden ocultar las mujeres tres o cuatro veces al día. En el cuarto los rincones aburridos, las camas que son vidrios de museos, y en medio una biblia acuática que ha perdido hojas en las humedades de los diluvios. Un teléfono escafandra, un ventilador en movimiento como aspas de un barco en las singladuras, y un baño con el olor subcutáneo de una innumerable cantidad de cuerpos. Había una terraza con vista a la presidencia municipal, esa fue mi única petición a la agencia. Al salir de bañarse, con ese lujurioso humedal de cabello, con esas pisadas de agua, me acerqué a ella a desenrollar el espiral de su toalla. Bajé hasta su llaga abierta para perderme como flecha tendida en los campos. Nos recuerdo sin recordarme. Luego subo a su boca a palidecer en su rostro tan blanco y en el ámbar paleolítico de sus ojos. Para entonces Nora ya asomaba los dientes entre las nubes, al arribar esa misma tarde a un restaurante casi vacío, después de media hora de estar comiendo, las ventanas ya empezaban a rechinar atemorizadas por un viento fuerte pero soportable. El pueblo es pequeño, y la gente anda de prisa para resguardarse de lo que venía. Pedí más cervezas hasta lograr ver una mueca de desgano en el mesero. Luego la veo a ella, la luz del foco amarillo bajando hasta su cabeza, parecía un pequeño sol con ese oro resplandeciente, hasta que después de un fuerte relámpago nos quedamos en la penumbra. Al salir el viento nos hizo sujetarnos el sombrero, para entonces las gotas ya eran verticales y cegaban en la prisa. Compramos sin sed galones de agua, frituras sin hambre y velas sin luz. Al regresar al cuarto nuestra terraza nos recibía con un desaire maligno de platos y sartenes, estaba repleta de tejas rotas en el piso, la parvada de dos pájaros con el cuello roto, ahí en el arca de Noé donde tú y yo vinimos a naufragar. Desde nuestra ventana la plaza cubierta de un oscilar de hojas enormes. Las palmeras doblándose como sufriendo un dolor en el vientre, las calles como velorios y ríos de lágrimas. Habiendo madurado, Nora dejó el ojo de su huracán justo encima de nosotros. Para eso, salimos a la terraza, a bebernos una botella de tequila en dos caballitos, nos apretamos uno al otro en un rincón como dos golondrinas asustadas y con frio, ahí donde la brisa y el viento no podrían golpearnos, jugando a las escondidas con la muerte. Por la mañana el escampado de palmeras rotas en las calles. El saldo fue la pata fracturada de un perro, la campana suelta de la capilla, y un jeep arrastrado hasta quedarse encallado en la playa. Para nuestros ojos, habíamos sobrevivido a un huracán menor de tipo uno o dos, pero huracán a final de cuentas. A medio día vimos la tormenta despedirse con sus tétricas nubes, la vimos por el hilo de horizonte con dirección al norte. <<Ojalá suba a categoría 5 para que se caguen los putos gringos>> dije. Y ella rio entre el ruido del oleaje aún agreste y el volar de su cabello. En la arena un bullicio de ramas y sargazo. Recogí un palo para emular un bastón de minusválido y anduvimos algunas decenas de metros. La playa era un cementerio de peces muertos y albatros haciendo ochos en el cielo como buitres. Después de almorzar nos acompañamos en la cama, hasta que regresó la luz y los celulares comenzaron a sonar. Los turistas salieron de nueva cuenta a emborracharse a las calles, y más noche ya en la madrugada, una gringa loca vociferaba en voz alta el nombre de un perro, un novio, un hijo que quizá el viento se lo había llevado para siempre.

Viaje al mar

Ilustración sobre los vuelos de la muerte en la costa de Acapulco. FERNANDA CASTRO

<<Todo mal viaje termina>>. Eso decía su madre que también como él es doctora, cuando de niño viajaban a la playa con sus hermanos, y el mareo del viaje en coche le hacía vomitar constantemente. Además, su madre era también psicóloga. Aconsejaba con esa frase a los pacientes que presentaban fobia a viajar, tomar un avión o simplemente salir a carretera.

Cuando abrió los ojos supo perfectamente donde estaba. Hace unos instantes, se encontraba en una fila de seis o siete personas semi recargadas en un muro verde, semi vestidas, semi vivas. Sufrieron varios culetazos con rifles de alto asalto en la cara, en la cabeza, y en cualquier resquicio de dignidad humana aún convaleciente, golpes que los hicieron desfallecer y con los cuales supuestamente debieron haber muerto. Justo ahora escucha los motores de un pequeño avión, o quizá una avioneta, su cabeza arde, sus ojos luchan por no salirse de las cuencas, sabe que están volando porque ya ha volado antes, ya ha sentido esa sensación de suelo firme en el cielo, ya ha escuchado antes el ruido centrífugo de hélices volando. Supo antes que estuvieron en un campo militar, porque la venda que ellos querían que le cegara los ojos estaba mal amarrada o mal puesta. Y pudo mirar de igual forma un par de botas militares, pudo ver las rejillas casi herméticas de una camioneta que los trajo, a lo que al parecer fue el campo militar número uno. Lo supo, porque de niño pasaba por ahí en el Ford Hudson 47 de su padre, justo cuando iban camino a Toluca sobre avenida del Conscripto, lo supo porque justo en frente estaba el hipódromo y escuchaban a lo lejos los disparos de salida de los caballos, el galope y los gritos de aliento de los carreristas, los ludópatas, los borrachos y las mujeres de largas arracadas y peinados invencibles, y toda la gente que va en multitud a morir un poco una tarde a cualquier sitio donde se sienta viva. Y lo supo también porque un par de veces acompañó a su abuelo, al hipódromo. El viejo entusiasta trataba de ganar las apuestas con un sistema que había adoptado de tipo escalonado, en el cual según lo poco que logró entender a sus escasos diez años, fue que le apostaba al caballo que gradualmente iba en ascenso, nunca al ganador regular en las estadísticas, pues a ese todos le apostaban y el premio era más reducido

Es curioso que le dejen junto a la ventanilla del avión para gozar la oscuridad del paisaje, el paisaje de la venda negra que lo oculta. Ha escuchado acerca de esto, sabe que son prácticas exclusivas en Sudamérica y que se están llevando a cabo en México, no es tonto, esto es un vuelo de la muerte, el dolor en su rostro es agónico por los golpes, maldice las costas de México, se pregunta si arrojarán personas de los aviones en la dictadura de Paraguay donde no existe el mar.

A un lado suyo, hay un militar que habla con un acento de la costa tal vez de Guerrero o Oaxaca, con un fuerte aliento a agua ardiente y a ajo, junto a éste, pasajeros sollozan y entre ellos el ligero llanto de una mujer joven parecido a un aullido de gato asustado, todos tiene la boca tapada. <<Te dije que los mataras bien antes de subirlos al avión pinche Gómez pendejo, hay dos vivos>>. Dijo una voz aguda, cercana a la cabina del piloto. <<¿Achis, cuáles dice mi capitán?>>. <<Pinche Gómez pendejo pues el enfermero de la ventana y la puta de en medio>>. Es evidente que el enfermero es él, su ropa blanca lo delata, aunque en realidad es médico. Siente múltiples golpes en el cuerpo, supo que ya debería de estar muerto, prefirió hacerse el dormido, fingir una muerte, evidentemente en el umbral la gente recurre a los sustentos espirituales de pulsión congénita; los rezos, las pláticas con el dios que se nos ha asignado, pero en su caso la imaginación proyecta a su perro corriendo detrás de una botella de vidrio en el desierto de los leones, y siente su pesada respiración acercarse, siente el objeto lleno de baba recién suelto por su hocico, es curioso como en la agonía los humanos muchas veces recurren a los recuerdos más sencillos. De repente, al hombre a quien llaman el capitán, dio tres golpes duros a la puerta de la cabina, abrieron de golpe, ordenó con un acento chiapaneco o quizá tabasqueño <<vuele bajo y péguese lo más que pueda al mar>>. Sintió en el cuerpo a la altura del abdomen el descenso como si pasáramos por un vado. <<Ora si bola de culeros van a nadar pinches perros>> dice alguno de ellos y ríen tres o cuatro soldados al unísono. <<Ora si se van de vacaciones a la playa de premio putos>> volvieron a reír todos, sintió un fuerte olor a sudor de alguno de los militares, sintió también la sangre fresca escurrir de la venda y recorrer su rostro, por su mente pasan sus padres, ojalá nunca se enteren de esto, ojalá piensen que simplemente lo borraron del mapa y justo ahora está en un sitio donde no hay mar ni playa, quizá en Paraguay, pero en Paraguay también hay una dictadura, bueno en Canadá, ahí en medio del frio, lo más cerca que ha estado de la nieve es en el nevado de Toluca, cuando su papá y sus tíos los llevaban a hacer monos de nieve y al final derribarlos con una lluvia de bolas blancas, recuerda sus hermanos pequeños discutir para ver que rama quedaba como la mejor nariz posible. Ojalá que su Sara, su amada novia sepa cuanto la quiere, que no lo extrañe en las noches largas de verano donde las sabanas son casi desiertos, y la caricia de cuerpos que no se encuentran duele más que un golpe, el desamor duele tanto como ser arrojado en las aguas de la desesperación. Ojalá se resignara pronto a su partida, ojalá que Emilio su sobrino, le rompa la madre a ese niño que lo molesta en la primaria. Por eso lo enseñó a plantar guardia y a tirar el jab y el bolado de izquierda y el bending. Ojalá que México gane el mundial del 78´. Ojalá que los Pumas vuelvan a ser campeones. Ojalá que exista un dios que mire desde cerca o desde lejos a estos pequeños hombres verdes que los llevan al fin del mundo a desaparecerlos, ojalá que los juzgue mejor que un magistrado, un juez o un fiscal, la historia, ojalá que…

El soldado capitán golpea la puerta de la cabina una vez más, vuelven a abrir <<baja la velocidad cabrón>>. Y casi de inmediato abren la puerta trasera del avión. <<Hora de bajar los bultos>>. El aire de la costa entra de golpe y se propaga un tufillo a mar. Después de un par de minutos que parecen segundos el estruendo es enorme, y sabe que van tirando cuerpos al mar, al parecer es el último, no oye forcejeos, al parecer ya van casi todos muertos o como él fingen su muerte. Finalmente, lo jalan hasta la orilla del abismo con tremenda fuerza, entre dos o tres hombres pues es un hombre robusto, él sigue haciéndose el muerto como cuando fingía estar dormido en cama de mamá para que no lo enviaran al cuarto ya tarde. Siente que le amarran algo a la altura de las pantorrillas, es una soga, y entre los mismos hombres en un movimiento brusco lo arrojan de una altura indescifrable, en su esfuerzo se golpea la cabeza con el filo de la rampa, en el forcejeo la venda se le descubre y un ojo se asoma como testigo <<hora de nadar perro>> oye gritar ya en el aire a alguno de los suyos. Es arrojado a la nada, y mira a un soldado desde la puerta observarlo entretenido como se aleja en el tren de la gravedad. Va cayendo vertical, lo que le amarraron es una piedra, va envuelto en un saco verde, la caída es certera, el mar está cerca, recuerda un flashazo de niño la alegría de llegar a la playa y ver el mar de Acapulco desde la ventana del Ford Hudson de su padre. La caída es lacónica, estando tieso se abre la venda, mira el horizonte una fracción de segundo, el horizonte donde caen los barcos terraplanistas. Se precipita a galope, cae al agua en un clavado perfecto, sin perder la verticalidad como dirían en las transmisiones de las olimpiadas, sus manos y pies están completamente amarrados, sigue cayendo al fondo del agua, vuelve a mirar hacia arriba, los peces son como pájaros, han cavado una tumba en el mar donde nadie vendrá a rezarle, nadie vendrá a despedirle, no tendrá un luto geográfico para los días de muertos. Ve algunos caballitos de mar, no son los caballos de las carreras del hipódromo, no está su abuelo con su sistema de apuestas, la muerte siempre está acompañada de una soledad tan espesa. De repente una visión, un pensamiento, va de regreso a la matriz de su madre, en ese rincón donde no vendrá el estado mexicano a desaparecerle, un sitio donde escuchará eternamente las risas de sus padres, los ladridos de su perro. En un momento la presión es tanta que hay un tronido a la altura de sus oídos, ya no oye ni la espuma. Vuelve a mirar hacia arriba, hay una luz, es el sol de la tarde, o quizá es la luz de las experiencias cercanas a la muerte, esas que tantas veces ha oído en relatos de pacientes en el hospital del seguro social donde trabaja, minutos después no siente su cuerpo, hay una paz que le apremia, todo mal viaje termina diría su madre antes o después de haber perdido su cuerpo.

El primer llanto

Cerca de la una las mujeres ya son la noche

Cerca de mi mirada como espuma que viene y se aleja

Son las olas que no vinieron a tocar mi playa

son la espuma de la saliva que no me besa

Vienen de un ruido que las contonea

La música es la partera que las trajo al mundo

Y en su primer llanto ya eran todas piernas, nalgas y cabello

Negras

Son tan negras las noches en Cartagena
que aún se ven los galeones repletos de esclavos
sonreír con la calavera puesta en el mar de la noche

De esa sonrisa que es un llanto comprimido
que viene desde el estómago hasta la playa
De ese dolor que alcanza las vidas pasadas
las posteriores y las ajenas

Negros anclados a las murallas de la tristeza
frente a españoles empuñando armas tan blancas
como el sol

Españoles enlatados de esa generosidad
tan pura de dar muerte y dolor a todo

Yacen

A estas horas
Hay amigos míos que yacen en la tumba
Compañeros salvajes, artesanos de cicatrices
Tendidos en la nada con sus rostros inflados
de alcohol y humo
Ahí yacen clavados a la tierra como hormigas
atrapadas

Que será de las almas de mis amigos salvajes
¿A dónde mirarán sus ojos de fuego?
Si el mar de la aquiescencia sigue quemándoles
Corren sin frenos, vestidos de desnudes roja
como la de un feto
dejando un surco desde el sol

No fueron muy hábiles
para quitar la presencia de la vista
de la muerte en su sombra
Algunos dejaron la herida abierta
de huérfanos vestidos de flores en los festivales
de primavera
Siempre olvidaron una mujer de vulva queloide
abrazada a otro hombre
Todos se fueron dejando vidrios de tequila
encima del refrigerador ya rellenos de aire

Ahí yacen bajo el hierbajo con sus rostros de osamenta
sonriendo eternamente por dejar la prisión
de piel y huesos

Real de Catorce 4

Por esos días no sabría decir cuántos éramos en el pueblo, quizá cincuenta o setenta. Un puñado de gente encallada en este desierto de piedra y arena. Hubo un amanecer con una tormenta de polvo como si se tratase de despabilar las calles, te asomabas cinco minutos por el balcón y el rostro era golpeado por una ola de polvo. Sobre el escritorio de la habitación, el enorme cuaderno con una pluma blanca encima que justo en medio dice Manzanillo, y a un lado sobre el suelo, una computadora que no había ni siquiera revisado si seguía ahí metida en su funda tal y como la traje. Abro el cuaderno y escribo: La inspiración es un féretro de bronce donde yazgo. He escrito demasiado poco y las ideas no vienen a mi mente. Pronto se supo que había un brasileño de visita hospedado en alguna de las casas viejas que se alquilaban por noche, una más de las casas de piedra desnuda que circundaban el pueblo con dirección al viejo panteón, en el hotel decían que era un viajero de barbas roídas y zapatos negros sucios. Recordé que cuando estuve en Europa vi más brasileños que los que llegué a ver en Brasil. Joaquín el encargado del hotel, me comentó que una noche antes el hombre había bebido todo el día en la cantina de la plaza, masticando un español cortado y torpe con esa sensación de vinagre caliente que siempre emanan de los caribeños. Por la tarde caminé hacia la cantina y vi a un hombre sudamericano sentado en la barra con bermuda y shorts largos. En el viejo televisor del bar el equipo de Vasco da Gama le ganaba a Palmeiras dos a cero, el hombre gritaba a la tele como si estuviera en el estadio, dejando desnuda su enorme sonrisa y pelando sus enormes ojos tristes, de inmediato me agradó y me senté a su lado, pedí lo mismo que él tomaba, ron bacardí blanco con coca cola, tendí mis brazos sobre la barra y miré el televisor hasta ver terminar el juego. Brindamos por el triunfo de su equipo y empezamos a hablar de fútbol brasileño, pasábamos de Sócrates a Bauer, de Cafú a Zico, Tostao, Bebeto, Pelé el más grande desde luego. Pedimos dos rondas más y el hombre no pudo contenerse, me confesó que era nieto de Moacir Barbosa Nascimento, el portero de Brasil del maracanazo en 1950. <<Eso me puede traer mala suerte>> dije bromeando lo cual no le hizo ninguna gracia, su semblante cambio enseguida, noté que había dejado de sonreír. <<Discúlpame, Barbosa fue un gran portero>> dije tratando de salir del aprieto. <<En México solemos burlarnos de nuestras desgracias, pero en realidad como son tantas, perdemos el interés en las ajenas o las ninguneamos haciendo burla de ellas>>. Barbosa fue un gran portero, una leyenda del Vasco da Gama, posiblemente uno de los mejores porteros de Brasil en la historia. En el mundial de 1950 cayeron por dos goles a uno frente a Uruguay, en ambos goles culparon al arquero, era la final de la copa del mundo celebrada en el Maracaná, de ahí el mote de maracanazo. El hombre volvió a sonreír y entre otras cosas me confesó que aún conservaba un trozo de madera de la portería maldita, aquella portería que le regalaron al ex jugador como en una mala broma, aquellos palos que quemó personalmente casi en su totalidad como tratando de incinerar el recuerdo, esa pena que lo acompañaría hasta la muerte, la tradición dice que el hombre traía mala suerte, una vez lo corrieron de un entrenamiento de la selección brasileña previo a un partido mundialista en Estados Unidos 94 argumentando que traía mala suerte.

Me contó entre otras cosas que viajaba de un lado a otro en su vieja Toyota tundra y su perro buscando playas y olas, habló de surf, de tipos de tablas, hablamos de algunas bandas inglesas de la generación del 77. <<¿Tú que haces en este pueblo?>> me preguntó con su paño y su mirada cansados del sol de años de playa. <<Vine a escribir un libro>> me miró con intriga <<Nunca has escrito nada verdad?>> no. Respondí, <<¿Cómo lo sabes?>> <<Sé reconocer a los surfistas que nunca han tomado una tabla>>, <<Y eso que tiene que ver los libros?>> dije. <<No lo sé, pero imaginé por un momento que sería parecido>>. Bebimos hasta que cerraron el bar y al salir nos sentamos en la plaza, Barbosa sacó un ron en botella de plástico que venía cargando desde La Habana, servimos hasta terminar la botella en dos vasos rojos de fiesta, hablamos de La Habana, después de Moacir el portero y de la maldición que se le adjudicaba, Moacir el hombre que le dio mala suerte a un país entero. <<Me gustaba el Vasco de Romario>>. Le dije en una pausa. <<¿Tu de que torcida eres?>> preguntó. <<Yo soy del Atlante, ni chivas ni América, Atlante, el equipo de mi padre y el de mi abuelo, el equipo de las legendarias derrotas>>. <<Me gusta ese nombre, Atlante, ¿Qué significa?>> <<Un Atlante es un ser legendario>> <<¿Qué viniste a escribir en este pueblo olvidado?>> <<No lo sé, quizá sea el Moacir de la escritura>> y ambos reímos en un instante de camaradería.

26 de Enero de 2021

por la mañana me quedé dormido, el despertador enmudeció de espanto,
el sol es la única luz, después de eso ningún refrigerador enfría en el barrio
la leche se descompone, la carne vuelve a ser cadáver

encima de espesas nubes, el sol es una antorcha que alumbra este abismo,
miro el celular con quince por ciento de batería, ayer 475 muertos,
antier 118, las cifras son industriales

en la página roja de noticias…
Aguascalientes Ags. 26 Enero 2021
MUJER ESPERO PACIENTE LA LLEGADA DEL TREN, CUANDO LO HIZO EXTENDIÓ LOS BRAZOS EN MEDIO DE LA VÍAS Y TRAS EL IMPACTO FUE DECAPITADA.

Una mujer pájaro abriendo las alas a la muerte,
la luz de metal abriendo sus ojos al túnel
Quizá morir sea despertar, buscar en la arqueología de nuestro propio cadáver
la respuesta de las ruinas que nos dejaron enterradas
¿Quién las dejo enterradas? ¿y a los huesos, el páncreas y el corazón?

Desde mi ventana el escampado es un golpe de claridad,
por la noche las aguas sitiaron las calles,
la lluvia cesa y vuelve, cesa y vuelve como el ritmo de las olas.
El agua es musical hasta en el desastre.
Huele a tierra y agua, huele a una pareja después del último espasmo erótico,
huele a hocico de cachorro, huele a lo que debe ser la vida después de llevarla al límite

sigo encerrado ya son ocho meses, los muebles ya casi tienen nombre,
a lo largo de la sala las sillas han sido capaces de tejer nalgas y brazos de polvo,
las puertas dialogan entre ellas abriéndose ante la posibilidad de una sombra,
ante el recuerdo de una presencia ajena a nosotros,
la mesa también se olvida y se agota, ha perdido pintura en el único lugar donde me siento,
el resto intacto se sostiene a sí mismo como un santo sobre la hornacina

las baldosas andan a susurros fantasmales para no asustarme,
con sus suelas de cerámica pisando los viejos espíritus.
Mis perros son madrugada de pájaros echados en sus ramas,
por la ventana los rostros cubiertos de tela,
en la antigua Grecia los actores usaban máscaras, el cubre bocas es una de ellas
somos la gran representación de una obra monumental,
de este performance epiléptico que llamamos mundo

por la noche salgo a pasear a los perros, la ciudad es una sombra,
algunas velas encendidas se difuminan en las ventanas de las calles,
andar dos pasos es perderse, mis perros conservan la energía de semanas,
al mirar a la gente ven ojos asustados, huelen un miedo espeso de seres que casi levitan,
que andan rápido como si se fueran cagando,
seres que cuidan los huesos que enterraron y ahora los vigila nadie,
que orinan donde al parecer ya nadie ha orinado en meses,
si pudiéramos nos oleríamos el esfínter para evitar saludarnos entre los vecinos

llego a López Mateos, la avenida que alguna vez fue un río,
la memoria del mantra en la lluvia horizontal sobre las piedras,
la calle que parte la ciudad en dos.
Ya desde hace cien años era incruzable,
dicen que era habitual ver cadáveres flotar de impotencia,
el agua era el papel diáfano donde se anotan las tumbas de sus ahogados,
de esas posibilidades que no lograron cruzar nunca

yo cruzo de un lado a otro con mis dos perros, Boiler y Úrsula,
el agua quizá ahora son los coches, una corriente de metal y vidrio en ambos sentidos de la calle,
a la mente me viene la señora que se arrojó al tren con los brazos abiertos,
nosotros somos trenes que caminan sobre el cadáver de lo que alguna vez fue un rio,
un fantasma que revive en las temporadas de lluvia.

el rio estuvo mucho antes de ser fundada la ciudad como una villa.
Mucho antes incluso que cristo sus espejos ya reflejaban los límites de un desierto frente a otro

la lluvia fue debido a que hace unos días un huracán golpeo la costa con el vórtice de su tercer ojo,
en la resaca nos dejó una lluvia de días, pero no como la de Macondo,
el agua vino a limpiar las calles de un virus, pero nos dejó sin luz,
hoy amanecimos con 850 muertos en la ciudad,
hay desaparecidos que se esfumaron como el polvo, morir te bautiza como una cifra,
un numero sin alma, un dato, cientos de humanos abriendo los brazos para emprender el viaje en el tren de la muerte

el rio suena pues agua lleva, toda grieta busca un cauce, todo cauce tiene una sed infinita,
como lo pretende una vulva con el agua de la caricia,
la boca también es un cauce, la lluvia busca las calles que alguna vez fueron arroyos,
el beso busca la herida abierta de la boca
el planeta suda como un gran trozo de hielo junto a nuestras lágrimas fantasmales,
el planeta se calienta en este vaso, una mano nos abraza con su calor para ahogarnos en el fondo,
quizá seamos el último trago de un dios que ha perdido los estribos en su alcoholismo

¿o a dónde van los ríos con tanta prisa?

Ahí estaba tirado el cuerpo de la mujer entre la hierba.
El perdón de la tundra que vino a visitarla, que vino a perdonar sus hijos quizá también ya muertos,
las plantas de los durmientes en las vías con los brazos de madera extendidos, planeando con las palmas su deceso

Vuelve a llover por la noche y mis perros me jalan como a un trineo,
me recuerdan a cerbero el perro del inframundo, el perro de dos cabezas de Hades.
Camino por la avenida con el agua a las rodillas, aguantando las rompientes de mis recuerdos,
siendo acantilado que espera un grito para ausentarse entre el ruido como un fantasma,
siendo un clavadista de Acapulco abriendo los brazos y tirándose al mar,
abriendo las alas al diluvio como la mujer del tren a la muerte,

en la avenida un saliente de concreto nos protege de la lluvia
haciendo de techumbre, nos sentamos a ver nuestros rostros tan mojados
que sonrío y ellos mueven la cola de alegría.

Real de catorce 3

Desde niño al mirar los arboles deshojados en otoño -los enfermos o los muertos-, en mi mente suenan pianos, en la ensoñación de mirarlos me viene la melancolía, un piano es triste si nadie lo acompaña, si los demás instrumentos enmudecen deprimidos. La muerte de un árbol que sigue de pie es emblemática, un cadáver que en su orgullo no pisa el suelo, casi como si un ave falleciera en el vuelo y se quedara suspendida por los aires eternamente. Aquí hay bastantes árboles, parecen soldados de terracota de hace miles de años mostrando su fidelidad china. Debajo de uno de esos árboles camina la mujer negra, entre las ramas desnudas se mira su piel de tierra, su mini falda roja, su cabello largo y rizado. La raza negra también ha enfermado de pie, es el árbol convaleciente del planeta, nuestra realidad más próxima a la naturaleza. Sube las escaleras, el viejo ascensor lleva descompuesto desde la mañana, se cruza con la mucama de una sola pierna, intercambian frases inentendibles. Se acerca, toca la puerta, abro. Ansioso por su desnudez la jalo del brazo, azoto la puerta y le quito la ropa con violencia, las cortinas herméticas no dejan entrar un rayo de luz, mis manos no la pierden para evitar que se difumine con la oscuridad, no existe sombra más pura que la de una mujer prieta. La puta de diario, pájara de las calles que le huyen, rosa nocturna de pétalos negros. Se dejó caer sobre las sabanas extendiendo sus brazos y sus piernas, derramándose como chocolate derretido, descansa un instante, se incorpora, gatea hacia mi viniendo los jadeos, las maldiciones, los dientes en su cuello, las uñas en los muslos, todo para hundirnos en el vacío de la especie. Ella es una tormenta de tierra y sal. Al terminar de vestirse se fue, clareó el cielo y ya todo es blanco como la nieve, suenan los pianos de la nostalgia, me columpio entre las ramas muertas de la tarde nublada, con mis ojos desde la ventana siento clarear como lo haría la muerte.

Real de catorce 2

Ayer no pude escribir nada, el blanco del papel se me arrojaba a los ojos como una ola de sargazo, después de comer salí por las calles empedradas, arruinadas por bestias de tiro que jalaban toneladas de plata hace cien años, y las aceras erosionadas por los recuerdos de las despedidas, por los muertos sin nombre que alguna vez se detuvieron para cruzar al otro lado.  En el café de la pequeña plaza, justo en la esquina encuentro un corro de señores fumando, hombres vulnerables de una edad donde la muerte amenaza de manera abierta, una reunión parecida a la de un grupo de palomas que han venido a envejecer dentro de una hornacina. Entro <<buenas tardes>> no hay respuesta, uno de ellos parece gringo europeo, lee un libro de Dante con pastas rojas y paginas amarillentas, otro en la barra muestra su muñón y explica al cantinero como un torno enardecido le arrancó hasta el último tendón en una fábrica hace cuarenta años. Me siento, un muchacho con rasgos huicholes se acerca, le pido un americano y saco la libreta y una pequeña pluma de la bolsa en mi camisa, garabateo algunas frases sueltas, regresa el muchacho con una taza amarillenta por el uso, mi mente se fuga con dos señoras que en sus cabezas llevan cestos repletos de flores, el hombre del muñón suelta una enorme carcajada al aire de esas que vienen desde los intestinos. Logro mirar unas cuantas palabras indigestas en la pequeña hoja blanca:

«Tu rostro el germen abierto que corona
la mirada de piedra en la medusa
que nos busca

Tu belleza duele
en el tezontle de mis ojos»

LOS CELOS, LAS SOMBRAS Y EL SALT LAKE DE UTAH

-Hijo no le pongas tanta sal a la comida-. Me decía mi madre de pequeño siempre que me sentaba en la mesa, la misma frase sonaba por lo menos una vez al día. Frente al comedor en casa siempre había un televisor, al sentarnos todos a desayunar la caja hablaba por todos nosotros. Un día cenando solo frente a un vaso de leche y un salero vi transmitir un documental acerca del Salt Lake de Utah, el lago más salado del mundo. Un sitio donde no puede haber vida debido a esta condición, decía que por la salinidad uno podría tirarse a sus aguas y flotar sin hundirse eternamente como la sombra de una montaña. Desde entonces yo ya tenía fijación con dos cosas, una de ellas el amor, la otra mi sombra, ese charco gris que siempre me acompaña.

El sol del medio día nos señala
me hablas de frente.
Miro como el aire choca contra ti
derrama tu cabello en el vacío;
el mismo viento que esparce cadáveres
colocados bajo las narco mantas,
el mismo viento que comparten
las gaviotas y los aeroplanos.
Con la pulsión de los hombres te abrazo
te rodeo como a una glorieta,
inmediatamente me sumerjo en el ensueño
y arrojo la mirada a las molduras de un portón.
Me saltan las interrogantes:
¿Es un soplo la felicidad?
¿Una sospecha de muerte?
¿Un abrazo es una huida de mí mismo?

Mírate mecida bajo la tarde
tranquila y rítmica como una sábana en el tendedero
eres agua que se cuela por mis dedos de madera,
somos dos piezas de rompecabezas
que embonan perfectamente.
Tocar tu piel es empalmar dos caricias
una palpitación sobre otra
haciendo una pequeña orquesta.
Pero no todo es pan sobre hojuelas,
el amor florece en un tallo de espinas oxidadas.
De repente siento un puño a la altura de la garganta
un ansia ridícula como la que impera en los hospitales psiquiátricos,
tengo un coraje sordo mudo que avanza
desde mi pecho hasta las extremidades,
y de las extremidades a mi pecho
como ondas de un lago golpeado por una roca.

Aún hoy tengo frente a la mesa un televisor. A veces sintonizo el canal cristiano como simple ejercicio de comicidad. A un sacerdote en una entrevista le preguntaron su opinión acerca de los celos. -Los celos son como la sal-. Responde. -En pequeñas dosis le da sabor a la comida, en grandes cantidades lo echa a perder todo-.

Yo siento celos de todo lo que se te acerca, soy un pez que habita el Salt Lake de Utah, no conozco más que la sal como condimento, siento unos celos enfermizos de todo lo que te mira, de los objetos que aprisionan tus manos, de los paisajes que te estremecen, de los sabores que pasean por tu boca, ¿cómo es posible que todo ello sea un sin mí?
Toco tus manos con la sensación de palpar caricias antepasadas, beso la boca de otros hombres en los tuyos, podría seguir la ruta de tu espalda siguiendo huellas de uñas como marcas de neumáticos en el desierto.

Si he de escribir todo sobre ti también
haré alusión al no ti,
al no tú, al no nosotros.
Hablaré de los detalles
no venales que te encarnan dentro y fuera de la piel,
de los átomos etcéteras
que bombean energía en tu cabello por ejemplo,
de la diáspora de tus ciudades
que parten digamos del ulterior de un muslo,
de un hombro,
de una uña ligeramente enterrada,
de una vértebra que palpita,
de las catedrales alzadas
en cada nodo, en cada vértice.
A cada una de las silabas que emergen de tu boca,
chocando con tu paladar,
lubricadas como engranes hasta resbalar
por mis tímpanos.
Al nácar de tus huesos tragados
por un mar de sangre como barcos hundidos.

Que si he de nombrarte como se describen
a todos los arietes de un transbordador
también debo hacer alusión a todo aquello que no despega,
al trabajo que se ejerce en el suelo,
a la herramienta,
desde el ingeniero en jefe del proyecto
hasta el más sencillo de los remaches.

Así pues tu sombra,
el más claro enigma.
Gato negro que rebota en mis dos ojos de vidrio.
Suvenir del material de la noche que te cuelga
como llavero.
Te detienes parada entre el pasto y el hormigón
y un traje urgido de vestirte te arremeda
como un eco, te mira como transeúnte fetichista
que no para de observar unos zapatos,
o como un escoptofílico husmeando
desde la ventana.

Es una envidia malsana la que me cierra los puños, piedras de sal lagrimeando por mis ojos, como puede ser que algo te siga a todos lados, no importa si es materia incorpórea, no deja de tocarte, no te suelta el pie ni la mano. ¿Cómo es posible que un duende se adhiera a ti como si te poseyera? En el abrazo no dejo de pensar en la triada que formamos, mi psicólogo me dice que estoy enfermo de celos, que tengo algo crónico en términos patológicos, que tengo sal bajo las uñas, entre los sobacos, en las muelas del juicio, en el pubis. Me pesa la presencia de un tercero, de un lóbrego intruso que no suelta la liga a tu cuerpo, pero aquí hay que hacer una anotación importante, yo también tengo sombra, ella a veces también te toca y eso igualmente me molesta. Si decido arrojarme al Salt Lake de Utah mi sombra navegaría conmigo, flotaríamos ambos como tripulantes de un barco, y aún si decido ahogarme, seguiría conmigo, a un lado, viviendo a costa de mi cadáver. Debo pensar en otra solución. Las cenizas mantienen una sombra muerta, al ras del piso, pero aun así la sombra viviría.

Ayer me enervó la sombra de mis caricias en tu cuerpo desnudo ¿que se cree ese intruso? ¿Cómo puede alojarse en tus pechos cual si fuera a un muro cualquiera? Sigo pensando seriamente en una solución. Matarnos como ya he visto mantendría a esos seres vigentes, pero por otro lado ya no tendríamos conciencia de su existencia. Si, eso haré, acabar con nuestras conciencias de tajo, no pertenecer más al mundo de las sombras, olvidarlos en el mundo de los vivos hasta que la indiferencia los mate de aburrimiento, o mantener bajo llave a nuestros esqueletos sin que la luz pueda servirles de cómplice. O hundirlos, si, ahogarlos en lagos dulces de donde nunca más escapen, y tú y yo florecer juntos en lo más solitario del mundo, donde nadie voltee a verte y tus ojos sean presa de ninguna imagen más que la mía, la de mi alma, donde ya no sea un soplo la felicidad ni una sospecha de muerte, y un abrazo eterno sea la huida de nosotros mismos.

decir libertad

Vandal-ism, homenaje a Édouard Manet por el artista español Pejac, 2014

decir libertad es escindir la palabra,

es convulsionar la letra hasta verla afilarse,

es corroerse en la tinta de un sin destino,

es hablar lo que dicen los pájaros

del otro lado de su canto y del viento

Real de catorce día 1

Llevo días viendo entrar y salir el polvo desde mi cuarto, el polvo como un huésped libre que empaniza los marcos de las puertas, que con esa sensación de antigüedad se burla de los relojes colocándoles una capa encima. Se fue la muchacha que cobra y se desnuda que se desnuda y cobra, sufro la ausencia de un cuerpo negro, de ojos entristecidos por siglos de esclavismo, una muchacha negra como un chocolate, dice que viene de Jamaica <<si no sonríes no te encuentro>> y ella asoma una risa melancólica como la de un cadáver. Al cumplirse la hora se para y busca desnuda su corpiño apurada con sus senos de flechas. No somos muchos huéspedes, de día un tipo baja a la recepción para saber cuál es su nombre, hay otro que duerme con la tele encendida en el canal de las noticias, y se de una mucama que tiene una sola pierna pues deambula martillando sobre la vieja alfombra su presencia de pirata por los pasillos, los demás son fantasmas que habitan con su diáfana presencia, las sombras entre sombras que asaltan las puertas buscando una guija para hablarnos.

El suicida

Luis Duro «suicidio da alma» Portugal 2008

Aquí el reloj menoscabo
y sus pasitos agrestes,
el espejo sin marco
despostillado en su esquina;
Agua de piedra por donde logro
ver mis ojos endurecidos,
mis ojos asustados como gaviotas.
La tele encendida con dos banderillas
como antenas clavadas en su lomo,
sintonizo en cualquier canal
por ejemplo, un América vs Pumas
Subo el volumen para evitar sospechas
cero a cero.
A mi espalda,
la boca abierta de una ventana
por donde se cuelan los penúltimos rayos,
lo retraído de los hilos del sol
muriendo en la alfombra,
pequeños charcos de luz
que entibian la tarde,
cabellos diáfanos que acarician
las cosas para el braille de mis ojos.

Al centro una mesa,
debajo otra y hasta arriba mis pies sobre una tabla
Mi cuerpo formando un edificio
de madera y carne con cimientos de humo.
Miro a las muñecas matrioshkas
que coloqué en el suelo,
que me observan por estaturas
con su mirada negra a base de plomo
y mis pies hasta arriba de la montaña;
Débiles como raíces de una planta
sembrada en un frasco.
Afuera el bullicio,
lo degenerado de una multitud que se aglutina,
que se sofoca haciéndose
un enjambre entre las fachadas sucias,
y yo, volteando hacia adentro de mis parpados,
persuadiendo la oscuridad a las sombras.
Dormir no es simplemente cerrar los ojos,
tampoco pensar.
Pienso en la gente que camina por las aceras
pienso en sus sombras.
La sombra es un tatuaje sastre en movimiento.
Los ruidos de la calle me distraen
sería un lujo poder parpadear los oídos,
poder cerrarle la puerta al bullicio.
Los oídos siempre despiertos
como ojos de un pescado.

Inflo mis pulmones con el polvo
ahorrado en la casa,
con el tictac descontrolado
de un corazón un metro más alto,
siento las falanges de un insecto
pisar ocasionalmente mis oídos,
y sus alas de libélula chillar
con su cantito de aullido de gato alrededor de mi cara,
quizá los insectos presienten mi muerte
y me merodean como tecolotes.

Algo en mí ya está muerto debo confesar,
apesta como a un circo de animales
abandonado en sus jaulas
-Gol de Pumas-.
Algo dentro de mí ha fallecido
hace semanas y quiere consumarse.
Algo que no es la tristeza
ni la imaginación ni las palabras.
La muerte a crédito no brinda intereses
para nadie.
A veces hay que acabar las cosas de golpe.
Los grupos de auto ayuda y los psicólogos
están llenos de muertos a medias,
almas que levantan medio cuerpo a la luz del sol
y lo transportan por la calle
como a un pesado órgano en un desfile de músicos.

Por el espejo observo
mis brazos alzados y mis manos
sosteniéndose de una soga.
Que incomoda es la cuerda alrededor de un cuello.
Un tutorial en Internet me dijo
que es menester dejar de dudar,
como cobrar un penalti,
encerrarse bajo llave uno mismo,
no pensar en lo de afuera.
Adentro está la fuga
lo que va a incendiarse,
las bombillas que habrán de romperse.

Mi corazón se inquieta
con este fluir de pensamientos,
su palpitar nervioso como un pájaro
encerrado en una jaula,
dando giros en las paredes de cárcel,
golpeando con sus alas la alambrada.
Debo ser paciente, intuitivo,
cegar los instintos de a poco.
Soy del tipo puntual
de los obsesivos compulsivos;

en la agenda hoy martes 17 de julio del 2017 escribí:
• 8:00am Oficina
• 2:00pm Comida con Mauricio –mi mejor amigo-
• 5:00pm Ejercicio en el parque.
• 6:00pm Pasear a mi perra.
• 7:00pm Suicidio.

He cubierto todos los detalles.
Hace quince minutos dejé a Camila con el vecino
y terminé mis tareas en la oficina.
¡Listo ya son las siete!
La soga se ha entibiado alrededor de mi cuello.
En la agenda,
el siguiente día es una página en blanco,
una flecha que se ha desvanecido en su viaje,
un balón filtrado a ninguna parte.

Siete uno… espera un momento…
siete y dos… nada… siete y tres…
siete y diez… siete y veinte.
Mi corazón parece
que va a salir por las costillas,
el sudor de mi cabeza llega hasta el cuello
y la soga hace la tarea de presa,
el agua salta el tope
y sigue hasta colarse bajo la camisa,
la mesa desnivelada que detiene
mis pies danzan como un bailarín de tap arrítmico,
en lugar de saltar me hinco
con agresividad en la madera;
una, dos, tres veces
y accidentalmente tiro el banco
por un costado y las estructuras caen al piso,
ya nada me sostiene…
supuestamente el latigazo debió dislocarme el cuello
pero sigo más vivo que nunca,
mi cuerpo pelea contra mi
con sus movimientos involuntarios,
la cuerda me gira con dirección
a la puerta del departamento,
y después al otro lado
hasta oscilar en círculos perfectos,
soy un péndulo que busca
desesperadamente aterrizar
en la palma de una mano,
alguien toca, quizás mi vecino escuchó el estruendo
¡cállense por favor!
déjenme morir tranquilo…
Gol del América.

Ninguna mujer ha venido a despedirse.

No siento dolor,
más bien me surge una melancolía.
No es aquella de quien se despide del mar.
Es la ternura del loco
que mira los ojos cuerdos de su familia.
Es la del agua escurriendo
los monos de nieve en primavera,
son los muñones sin la vergüenza
de su aplauso fantasma.

Me imagino que un color blanco
inunda mis ojos negros,
como la luz con sus dedos en la piel de la luna.
Imagino que mis pupilas se han ido a perseguir el horizonte.
Que mi lengua empieza a asomarse,
que un tono malva me cubre como una máscara.
Todo lo que pierdo de vista
se va sumergiendo en humo.
Todo es un túnel de niebla en carretera matutina.
No veo la luz de los cristianos, no veo familiares
que vengan a recibirme.

La tele en silencio, la ventana, mis miembros,
todo empieza a difuminarse.
A hacerse neblina entre las nubes de cigarro,
pero mi cuerpo está duro
como un trozo de madera.
De pronto adopto inconscientemente una postura
como la de un perro disecado,
como la de un maniquí detrás de la vitrina.
Ya solo mis brazos luchan.
Mis manos que ya no domino tratan
de abrir el nudo de la cuerda
desesperadamente,
como un escapista bajo el agua,
como si mi traje de hombre
tuviera vida propia.

Cumplo segundos
tal vez minutos o décadas sin respirar.
Un calor helado me inicia desde la nuca
rodeando mi cabeza,
baja hasta mi pecho
y de ahí de golpe hasta los pies.
Alguien susurra: -Me quemo

  • ¿Quién es? ¿Es dios?
    Nadie contesta.
    Aun siento el correr de mi sangre por las venas.
    Soy un país embarazado de ríos salvajes,
    desde mis pantorrillas hasta mis cabellos,
    soy Macondo cumpliendo
    los cien años o las 560 páginas.
    Por un instante me arrepiento,
    ¡deténganse por favor!
    quiero bajarme del tren del suicidio.
    Es tarde para lamentaciones.
    Tal vez ya estoy muerto
    y en mi cabeza ninguna mujer vino a despedirme.

Nadie contesta, pero finalmente
alguien ha venido.
En medio de un silencio de campo santo.
Ya paralitico como un espantapájaros,
ya un viento penetrante que seca mis ojos,
ya mi corazón que se extingue poco a poco
como una delgada flama de cerillo.
Siguen en sincronía los pasos
-por favor bájenme de aquí.
Siento pudor.
Aun en el umbral de la muerte me importa
Como luce mi cadáver.

Pasan los minutos y vivo un trance como de ensueño,
mis pulmones se han rendido finalmente,
mi cuerpo pesa ya una tonelada.
De nuevo una voz de mujer se escucha con un eco penetrante:
– descansa.
– ¿quién eres?
– descansa.
– no puedo descansar quiero ver mi muerte.

El tiempo no termina,
pareciera que apenas
he parpadeado un par de veces.
El mundo se ha quitado la máscara del tiempo
aunque el reloj gire en su redondo infinito.
El tiempo es un perro persiguiéndosela cola,
los metros cúbicos, los centímetros los segundos
todo está cuantificado solo el tiempo no envejece,
no existe un asa para coger el tiempo con las manos.
.

-Todo va mejor. La voz murmura en mis oídos.
Ya no logro entender en que idioma me habla.
Un sendero de luz me ciega.
¿Será el camino que nombran
hasta el cansancio los cristianos?
Tal vez solo dormía y es el sol quien se asoma.

Vacío, ya te he visto antes en desvelos,
con su Inconfundible halo de luz negra.
Anda cógeme entre tus brazos de metal
ya no siento el peso de los pies.
Mi cuerpo es una pluma
que ha escapado de un cuervo.
He dejado amputadas
mis raíces en el tezontle.
Quedarán mis semillas
estériles sembradas en un cementerio.

Dejo atrás el dolor que aún persiste,
la nostalgia, el mundo sumergido en una flema,
la angustia dejó de trepanar mis sienes.
Aun un aliento me sobrevive en los pulmones
¿Cómo es posible si la muerte ya me extendió su mano?
¿Acaso estoy detenido en un oasis?
¿En la muralla que divide quien vive y quien fallece?
Oh dulce muerte te reconozco a medias.

Avanzas hacia mí con tu sombra nublada,
con la mirada que se afina con mis últimos pensamientos,
O tal vez los primeros en otro sitio.
Ya no veo la luz que dios monta a horcajadas
ni el camino de arpas y alfombra de luciérnagas.
No veo las revelaciones cristianas cantándome al oído.
No los veo bailar como duendes bajo el arcoíris.
Levita hasta mí una mujer de vestido negro
quizá de su boca venían las voces poliglotas.
No la conozco, ninguna musa vino a despedirme.
Viste una túnica blanca como la de un cura
con cabellos tan largos que se suspenden.
Como colibríes en el aire, dando la impresión de largas pinceladas.
Ya no siento temor, mis sentidos se han apagado.
Una sensación de noche me abraza.
¿O es tu cabello rodeándome los hombros?
Se han vaciado mis pulmones, es la última sensación que tengo.
De pronto miro a un cuerpo sostenido de una soga
Gol de Pumas.

La realidad incorpórea

Fui con un tanatólogo para poder superar la muerte de mi padre

<<Pase, siéntese, hábleme de su perdida>>

Su fantasma es recurrente doctor;
Más que sorprenderme los ruidos siniestros en la casa,
Me estremece ya en su mayoría la ausencia de los mismos.

Además sueño con él, con mi padre
Se pasea por mi sala, escucha mis discos
Los viejos discos de Ray Charles y de Richard Clayderman

Envidio a los objetos porque han logrado
Estrecharle la mano

Envidio a los muros del viento
Donde se esconde como un billete

Donde se difumina con los pensamientos…

Ayer encontré fundas de cartón desperdigadas por la sala
Creí haber sido robado, llamé a la policía

Llegaron y colocaron tiza blanca por todos lados
Mancharon de nieve los muebles para encontrar huellas

El color de la nieve es el de una pureza que mata
Como la paz de un cadáver que ha sido
Apaleado por el cáncer
Como la cocaína y lo sereno de su planta

Entre la tormenta y la calma
Entre la tundra y el agua…

Señor tanatólogo justamente ahora se me viene a la mente
El cáncer en la palma de la mano de un médico
Un ser vivo recién extirpado, un nacimiento

<<Usted debe de dejar de emplear la palabra muerte en su vocabulario>>

El cáncer señor tanatólogo.
Con quietud casi tierna, indefensa
¿Cómo algo que mata puede estar tan vivo?
La muerte que avanza rápido pero en apariencia
Con la velocidad de la piedra

Hay extensas zonas de Siberia
Donde no hay presencia humana

Donde el blanco palpita
Sin las penosas huellas de los zapatos

Hay partes de nuestros cuerpos
Donde las células cancerígenas no llegan

<<Hábleme de los objetos que movió su padre>>

La policía puso tiza blanca en la cocina, en las sillas
En el excusado del baño
En las chapas de las puertas

El blanco es un color que nos impacta
Con la entelequia de la voz de su silencio

Silencio como el de la espuma de seda
Cayendo, escapando de un cuerpo desnudo

Silencio como el del semen que ha avanzado
Por los puentes de la matriz

Silencio como el sigiloso actuar de los ladrones
Que entran a las casas y las transitan como gatos

Silencio como el del árbol que cae en el bosque
Y no hay un oído a la redonda que lo escuche

Quizá el blanco más puro es el transparente
El límite de un color que viaja a la velocidad del sonido

<<Los fantasmas no existen, los relatos sobre ellos son muy cuestionables>>

Dicen que no vemos a los fantasmas
Porque viajan a una velocidad
Imperceptible para nuestra mirada,
Los indios yaquis tenían técnicas
Para poder atrapar imágenes de espíritus
Con los ojos

Quizá el aire sería aún más blanco
Que el de la nieve de los polos,
Si los fantasmas de bosques
Que hemos asesinado
Se mostraran extrovertidamente,
Quizá lo hacen todo el tiempo pero no lo sabemos

Me pregunto si el cáncer
Tendrá fantasma después de ser extirpado
¿Y cuál será su velocidad viajera?

<<Vuélvame a hablar de su padre>>

Mi papá nos llevaba de niños al nevado de Toluca
Decía que era demasiado caliente para ser el polo norte
Mis primos ricos viajaban a Alaska
Supe después que uno de ellos viajó a Siberia
Dos años después un Linfoma le quitó la vida

<<Usted debe empezar a modificar sus pensamientos, en lugar de pensar en la muerte, piense en algo vivo>>

No podría ir a Siberia señor tanatólogo
En mi habitan células malignas,
Acariciar un árbol seria irremediable.
Dicen que hay largos tramos aún inexplorados

Me quebraría en llanto
Al exhalar los fantasmas
De bosques asesinados

Al presentar, la cicatera alma
De la raza que porto

¿Cómo podría mirar a los animales
A los ojos?

En el blanco perfecto de la nieve
Yo desentono

Soy la mezcla pura de milenios
De esclavitud, oscurantismo, tortura
Miedo, intransigencia, codicia

Soy el éxodo de una mancha
Que vino a emigrar a la nieve

Soy las huellas digitales
De los ladrones que han
Venido a manchar la tiza

Señor tanatólogo…

En un sueño recurrente
Mi propio fantasma se detiene.
Puedo verlo a los ojos,
Eligió la velocidad de un bosque
Para poder verlo a los ojos

Que sueño más raro…
¿Cómo es que estando vivo puedo verlo?

Me mira como a un demonio
Ahora sé que mi velocidad es demasiado lenta
Para poder ser visto por el

Quizá usted y yo seamos
Los fantasmas que viajan
A una velocidad imperceptible
Para la realidad incorpórea

Nuestros ojos también son perros

Pintura anónima

La dulzura es una impaciencia del ensueño,
los ladridos mojados, las uñas, los dientes,
la noche es un perro que nos mira crecer
mi entre pierna entre tus yemas.

Se ignora y se lanza desnuda al miedo como un puño,
la noche es violenta y noble como un perro
Nos rememoramos a gruñidos palpándonos
con ese braille desesperado en su angustia

¿Dónde estás?

-Aquí junto a ti toda pechos y muslos,
tomando impulso en el agua como una medusa,
buscando emerger sin conseguirlo.

El espasmo del sexo es un diástole en el vuelo
bajo el agua, y un sístole en el aterrizaje de los cuerpos.
Dos corazones que bailan entre espinas y rosas.

Esta sabana de llamas buscándonos con los dientes
entre la marea de tela que apenas nos cubre,
en el sexo se improvisa desde la pulsión
de una ola que busca las floraciones del espíritu

Como el ladrido de dos perros que se miran,
que se huelen los rincones buscándose en el otro

Así tu y yo, sembrados en la cama como hierbajos,
soy el paisaje donde has venido a pintarte
con tus frutas arrojadas sobre el colchón,
Somos un bodegón impresionista,
la navegación a golpe de remo entre
un archipiélago de almohadas.

El silencio de la madrugada ensordece,
mis perros la callan a ladridos desde la ventana,
haciendo de otros perros el vecindario
de un ladrido interminable

Nuestros ojos también son perros,
Un solo hocico tirándose
con dirección uno del otro

El gruñir es un gemido que sonríe,
no sabe si ser violencia o estallido,
o algo dulce para sonreír desde la sangre que hierve

Amanecemos, olemos nuestras colas
con la inspección de una fiscalía,
persigo tu orina para ser tu mientas me miras

Hablan a ciegas


La sin magia de la caricia. Humberto de Jesús Viñas García

hablan a ciegas
las oscuras caricias
condenadas al ardor
del braille de sus gatos

 
uñas que son ramas
sobre piel que ahora es espuma
en medio de un bosque
que se ahoga en el mar

 
y el silencio del cauce
de dos barcos en llamas
ahí, sobre la marea roja de la sangre
y un torrente de cabello

 
cabello azabache que nos viste
como un mar nocturno
como si la noche fuera
nuestro sombrero

SOLO SÉ NADAR EN LA REGADERA CUANDO CANTO

Neal Cassady

En un bar de la noche
Entre las calles vacías por el pánico
Un hombre de Texas inicia una conversación
diciendo:
Neal Cassady vino a San Miguel de Allende a morir
junto a las vías del tren

En la televisión hay imágenes de una Italia que se desmorona

Siempre he vivido en la esperanza
Tengo una Yamaha acústica en el departamento
mi optimismo cree que algún día
aprenderé a tocar esa guitarra
Justo ahora pienso:
El virus se contagió del hombre
y la enfermedad agoniza
Soy un hombre de esperanzas

Tan solo en las últimas 24 horas
hubo 743 muertes en Italia
Las ciudades están tristes porque
miran al fantasma de la muerte a los ojos

Antes vivíamos encerrados en nosotros mismos
Ahora nos cierran las paredes de las puertas
como en un enroque carcelario

En la biblia la plaga de las ranas en Egipto, la de los piojos
La de las moscas
La peste bubónica fue causada por una rata
La influenza por un puerco
El virus de hoy por un murciélago frito
El animal que somos terminará por estrangularnos
Cazando nuestras almas con las propias garras
Masticando nuestra lengua hasta saciar el hambre

Somos un arca de Noé que golpeó un iceberg
Un tempano de hielo que derretiremos
con nuestra magia ecocída
Somos el inhundible Titánic

En canal cinco, es una tradición ver Titánic
los veinticinco de diciembre

En la película
un grupo de hombres toca hasta que el agua
le hace mutis a la música
Yo sería de esos hombres que saltan
al vacío ya ahogados en el pánico
La Yamaha que tengo no serviría
ni para flotar encima de ella

En San Miguel hay que estrechar los muros invisibles
Saludar con la mano de la desconfianza
Los animales no saludan
Ellos ya mueren con el virus
de nuestra testosterona

El hombre de Texas no para de hablar
Se lo que dice, pero no le escucho
Detrás de ese pedazo de tela (tapa bocas)
me habla a la distancia
como por las vibraciones de los arboles

Nadie piensa
cuál es la superficie que se siente
al estirar la pata
¿Ya muerto quien debe
usar guantes para tocar
la luz al final del pasillo?

Afuera de las fábricas de mi pueblo
están los hermosos
indios andróginos
de Saturnino Herrán

Por las mañanas los
cajeros de los bancos
se pierden los olores
del café y el pan recién horneado

Se nos olvidó vivir
dentro de las tribulaciones
de las fábricas y las oficinas

Hoy todos están reposando en casa
Quejándose por no ser explotados

En este mundo los barcos mercantes
golpearon los icebergs y estos se hunden
Pero se nos olvidó una cosa
Nosotros somos el barco y el iceberg
Somos Di Caprio, el diamante azul, el océano

En San Miguel de Allende los restaurantes
y los cafés han cerrado
Nuestro bar nos corrió dejándonos
el brandy de la casa sobre la barra

Al salir
En las calles desiertas, justo en medio del jardín principal
un grupo de mariachi toca la de hermoso cariño
En medio de los árboles, sobresalen
las luces de sus trajes
Son los últimos pasajeros del Titánic
Un barco llamado mundo que sufre encima
las horcajadas de sus errores

Primero la proa luego el casco
Nadie puede arrojarse al éter
Los astronautas nunca nos enseñaron
a nadar en el espacio

Neal Cassady vino a San Miguel
a morir junto a las vías

Cassady y Kerouac viajaron por Estados Unidos
en un Ford Hudson 47, Bonnie y Clyde también
amaban los Ford

Yo no vine a morir a San Miguel
pero tuve un Ford Focus 2001
que me dejaba en cada esquina
No habría podido escapar jamás de la policía
Montado en un iceberg habría
podido desaparecer más fácilmente
a la velocidad del deshielo

De haber sido pasajero del Titánic
me habría hecho pasar por mujer o niño
Solo sé nadar en la regadera cuando canto

El mariachi sigue tocando, el agua del desahucio les llega a las rodillas

En algunos siglos
Entre las capas de tierra bajarán los arqueólogos
a mirar mi cráneo de ojos vacíos
Sería todo un detalle que encontraran a los músicos
empuñando sus instrumentos

Para mí, la mejor de las muertes
seria viajando en el Ford Hudson de Neal Cassady
A bordo de este barco soy un pasajero sin nombre
Un número, un código de barras
como los 743 cadáveres de Italia

Ya es media noche y los músicos no paran
Sobre salen las trompetas
en medio de la basura espacial
Los astronautas no nos enseñaron
a vivir en el espacio

Yo sigo cantando en las regaderas
con la ilusión de que el músico
que llevo dentro se sumerja hasta el último
Y el animal que también me viste
se domestique en la cuarentena

Jamás aprendí a tocar la Yamaha
que tengo en casa
No tendré el acto heroico
de tocar hasta el final de los días
En lo que termino este poema
otros 30 italianos habrán perecido

Junto a las vías del tren a Neal Cassady
por lo menos se le recuerda por su nombre

La mujer que olía a pan y a leche

imagen tomada de Anna María Iglesia @AnnaMIglesia

Regreso, no hay leche ni pan
solo mi gusto por una casa abandonada,
pelo de perro en los sillones,
la amenaza de una avalancha de trastes,
restos de todo esparcidos en el suelo.

Mi casa representa lo que le sigue
a un accidente;
pedazos rotos de coches por el camino,
manchas permanentes en el asfalto,
perros buscando sobrevivientes.
El inmovilizado espectáculo del movimiento
de la muerte.

Salgo a la calle y deambulo
por las aceras nocturnas,
por las banquetas siniestras como
dunas lunares.

Es viernes en la noche,
los borrachos son como heridos
que retornan, las mujeres son besos
con piernas largas.

Una puerta se abre, y se asoma
un baño de cabello mojando
los hombros de una chica.

Brazos desnudos mostrando
una cicatriz de vacuna.
Su ombligo perfecto es otra mirada
que me mira como un cíclope.
A unos centímetros
un pájaro tatuado
queriendo emigrar a su esternón,
así el vuelo de su cintura
se detiene en la rama
de mis ojos.

Caminó hacia mi casi
levitando, con ese gravitar
sobre el agua que mantienen
las mujeres en tacones,
con ese talento de colibrí
suspendido en la nada.

La mujer olía a pan y a leche,
mi instinto fue querer llevarla a casa.
Yo también soy un pájaro que ha anidado
en su esternón.

Todo mi coraje se centró en dejarla pasar,
en dejarla ser como se hace con los atardeceres rojos.

Toda la noche el golpeteo de sus carnes
carcomió mi ensueño,
aplané las sabanas como un rodillo
calculando la temperatura de su espalda.

Pasé por donde mismo lunes, martes, miércoles.
La mujer ya no salía a pasear los pájaros
de sus tatuajes

pero su imagen trazó una zanja inmortal
desde su puerta hasta mis ojos.

Penélope Guanajuato

En el despertar del 1 de julio de 1905
la Presa de la Olla abrió
los ojos siendo un océano

Los edificios desde los cerros
se divisaban como islas griegas
que asomaban desesperados
su respiración

Las fosas abiertas del mar
inhalaron 54 vidas humanas
Entre el bramido de las tormentas
me recuerda a la Creta minoica
y sus toros gigantes naufragando (Uros)
Entre la niebla mortal de un volcán
que ahogaba el mar egeo

Pero en Guanajuato las bestias
fueron mitad hombres
La única especie capaz de temerle
a la muerte y vivir muchas
vidas

Guanajuato es un acantilado
amarrado a un galeón español
Un cuenco de manos rebosando de plata

Según mi terapia de vidas pasadas
el barco me palpita dentro
del corazón churrigueresco
Mi corazón de madera
es un bosque de sangre
que se seca entre
los árboles enfermos
Árboles que mueren de pie
como condenados numantinos
Como rascacielos sin hombres

Y así la ciudad también de madera
que no deja de ser nunca
huida y despojo
Tatuaje barroco y pañuelo
enlagrimado que espera
entre las vías borradas del tranvía

Una parte de mí ya estuvo aquí
quizá esta ciudad sea una Ítaca
O quizás un Ulises que me visita
después de un largo viaje de
siglos

Quizá yo sea el barco de Odiseo
navegando en un cauce de historia
O quizá mi corazón de ciudad
me condene a ser una isla
que asomaba desesperado
su respiración ahogándose

O quizá yo sea Penélope que espera
y esta ciudad mi esposo navegando
leguas adentro el olvido

Soy la bella mujer
que enseñó a cantar a las olas
Soy la presa desbordada
que abraza a la ciudad
con su tierna sabana de muerte

Olvidé que Troya me separó
del amor al ver en los ojos
cervantinos las arterias rojas
de mi melancolía
La memoria de las lágrimas
en un nudo gordiano de garganta
por siglos
Y cuando los ríos de sudor
de los indios picando piedra
en las minas de plata
Se filtraron hasta el suelo
ignorando las catacumbas
Crearon los cauces de los ríos
que igual ahogaron 54 mexicanos

Ya olvidados quien
puede tener llanto
No hay funerales para las fosas comunes
Un desahuciado no puede pagarse
plañideras expertas

Pero también los cerros inauguraron
las penínsulas donde los trirremes
vencieron a Jerjes

Porque Guanajuato
también es Salamina
Y también soy un hoplita a punto
de dejar caer su escudo al mar
También soy un soldado de Cortés
bajando de su caballo
para fundar esta tierra
También soy un ahogado
en la presa de la olla

En 1905 por el cerro del cubilete
donde la vida no vale nada
Va bajando un agua amoratada
como si el dolor pudiera caminar

Y ahí estaba posiblemente yo
en una vida pasada frente a Guanajuato
y sus dedos de cantera
Sus ojos de pérgolas erosionadas
Soy el mar egeo que ha venido hacia ti
soy la Penélope troyana con cuerpo
de madera que nadó hasta el barco de Ulises
Soy el galeón español, el trirreme ateniense
que trajo su caballo al cauce de tus manos
Un caballo relleno de muerte
Vine a poner mi cauce en tu entrepierna
para gestar un futuro entre ruinas
Un hijo que nazca momia y sea exhibida

Y Guanajuato llorando
me suplica salve su cuerpo
Y al oído le digo susurrando
-ahora yo soy tu cuerpo-

Vaticinio


Mujer de espalda de Emilio Moreno

Tu desnudez es blanca
Cielo de nubes estancadas
con azules de la tarde
La profecía de una estrella
que a millones de años luz dibuja
su muerte

De cuando en cuando
vuelvo a ser virgen
Hasta que el sueño de una
patria recordada me empantana
de caricias

Hasta que la mirada de un
espejo al otro lado de la quimera
me grita (alguien)

Tu espalda nevada como mi abuela
cantando viejos himnos franquistas
Cierro los ojos al océano dorado
de tus pupilas en la espuma

¿Vamos a morir?

Si mujer, pero quizá hoy no sea el día
Quien recluta para la muerte aún
no ha soñado nuestro parpadeo eterno

Ya habías entre abierto
en mi cabeza la zanja de tus labios
La herida que abre todo tu cuerpo
El sexo es un vaticinio resuelto
El desacuerdo de un cuerpo con la soledad
Un bautismo donde felices nos sumergimos
a mojarnos las nucas

MAR DE CORTÉS

Yo soy un hombre común
dentro del largo inventario
de mirones
Con el faro
encendido de su departamento
para divisar los barcos

Alumbrado por el deseo
Con el clima tropical de la
lujuria navegándole

Tu esposo es un militar de la marina
Que pasa largas temporadas
en un buque interceptando
las rutas mercantiles de los cárteles

Lo sé porque cuando no está
tus ventanas se abren como
un río de cabello que deja
al descubierto un rostro

Lo sé porque la patria
de tu cuerpo le otorga visado
al morbo interminable
de los navegantes que miran

-tu edificio frente al mío-

Dos ríos paralelos que al
llegar al mar se pierden

La charla erótica detrás
de un eterno cristal de prisión

Dos continentes divididos
por un mar de vidrio

Dos aceras de dos perros
que se miran ensortijados
tirando de sus cadenas

Entre tu ventana y la mía
hay rendijas
Desde tu balcón al mío
una celosía de metales, de ojos
y manos de concreto que nos
separan

-tomándonos de las solapas
para evitar el encuentro-

Cables que son dedos deteniendo
nuestros cuerpos para no tirarnos

al vacío en busca del otro
Para no cruzar el mar de asfalto
en busca del otro
Para no ser la boca del otro en
los labios de uno

Divididos por la corriente
de un rio de coches y el
ruido de los cláxones

-el ladrido de nuestros perros
que se huelen desde las terrazas-

Un agua, más bien hecha un
témpano, donde los automóviles
líquidos, son muros donde posan
los pájaros de nuestros ojos
para disimular nuestros encuentros
Te paseas con las cortinas abiertas
Con la ropa interior negra
Como si las sombras de la ansiedad
que persiguen mi mente te arroparan

-la lujuria que cuajó en nuestro
atolón un mar de miradas-

Miradas que chocan de golpe
y pierden su blanco como
en un duelo de sables

No es nuestra culpa que la
geografía pusiera en este
archipiélago tu isla frente a la mía

Recuerdo una tarde
en que mis caricias eran fantasmas
de gaviotas que merodeaban por tu cuarto

Tus pechos dos mantos acuíferos echados
al viento
Las olas de un tsunami
que van más allá de mi playa
Dentro del sostén de sombras
que ya no puede contenerlos
Que con la subida en la marea
del deshielo inundan Acapulco
de cuando en cuando

Tus pechos que son dos gotas de tortura china
que caen en mi frente

Y entre nosotros el mar de Cortés
dividiendo tu país y mi península

Yo soy los caminos del desierto
de una Baja California empolvada
Tu una Sinaloa palpitando la sangre
que te quema

Entre nosotros la sal y el agua
de tu esternón que mata de sed
A nuestros pensamientos con tragos de vacío

Era agosto, con un café desde mi puerto
La lluvia se posa sobre nosotros
Me asomo para verte pasear
de un lado a otro

Te ocultas entre los delfines
y la ingenuidad de sus saltos
De repente, entre habitación y habitación
Se conecta tu desnudez como el
tránsito de un barco fantasma
El hábito de una hermosa
piel detenida sobre una mujer
Como una gaviota parada
en el muelle que saluda

El pelo en el sexo como la espuma
de tus olas que llegan hasta mi costa

Nos quedamos de pie mirándonos a
la distancia
Quince metros resultan
quince leguas

Como la sincronía de dos electrones
parpadeábamos al unísono
Tu desnudez y mis manos son
tres piezas de rompecabezas
que embonan, pero no podrán
encontrarse nunca

Al final, desvías la mirada
y te pierdes en el horizonte
de la bahía
Cuando llega tu marido las ventanas
se cierran como en una gran marea roja
Y las ventanas son espejos que reflejan
la silueta de mi indiscreción a la distancia

Tendríamos que dejar pasar algunos
millones de años, para que tu continente
se una al mío en uno solo, y así poner la tierra
de mi boca en la selva de tu esternón

Un día tu marido y yo nos miramos
de una ventana a la otra
Él vestido de militar y yo en chanclas
con una camiseta
de letras vacacionales que dicen: Mazatlán

Él lo sabe, lo veo en su rostro duro
Soy un cártel que trata de pasar la
droga frente a su buque
Mi edificio es una mula cargada de labios
Un barco pirata que espera

Eres


Pintura al Óleo a Mano
mujer en un terraza ( mujer joven e ibis ), 1857 de Edgar Degas (1834-1917, France) |


Los jardines de amatista
donde la eternidad no te cambia

Donde floreces en mi pecho
hasta que mi hierbajo te ancla

Eres la respuesta de la carne
ante el agravio de una idea que me esculpe

El abismo deslumbrado

La ruta en la costa de los bergantines en llamas

LA CAJA NEGRA POR EL LUTO

Caballos de Federico Cantú en Museo Blaisten

Hace unos días un ex alcalde
de la ciudad chocó su avioneta en la selva
de Puerto Vallarta
Cinco muertos, ningún herido
La prensa roja dice que este señor vivió
algunas horas antes de fallecer
Antes de que el verde de la jungla lo viera irse
Antes del amanecer y su último sístole

¿Qué fue primero el diástole o el sístole?
¿Qué fue primero el huevo o la hormiga?

Lo imagino tirado en la maleza
con su propio cadáver en las manos
cargándolo en medio de la oscuridad y los grillos

Anoche una cucaracha pasaba junto a mi cama
Busqué el momento oportuno
para acertarle un duro golpe con el zapato
Fue un solo disparo, un tiro de gracia
El impactó fue tan fuerte que mi perro
en un sobresalto se puso de pie

Por la mañana logré ver que había
desaparecido el cadáver del sitio
Ni siquiera un surco de entrañas había
Como si hubiese sido borrada del mundo
Como si su cuerpo de polvo se hubiera
difuminado en el aplauso mágico del viento

El misterio llamó tanto mi atención
que metros a la redonda busqué
el cuerpo con la curiosidad de una fiscalía

Busqué en los pliegues de los muros
Debajo del sillón rojo
Entre los zapatos esparcidos
como cadáveres de avionetas

Entre las bolas de pelo que deambulan
por la casa como ruedas de cardo en el desierto

Más tarde cerca, un rio de hormigas
palpita en una columna que mide metros
Supe que por ese camino se había perdido un cuerpo

Por la ventana del edificio veo otro tipo de hormigas
Son la gente
Cada ser busca desaparecer
la idea de la muerte desde su traje de cadáver
Los cubre bocas son para evitar que maten
al planeta de aburrimiento con su palabrería

¿Cuantas hormigas se necesitan
para arrastrar a un hombre muerto?

El cauce de la muerte son las hormigas
que nos arrastran por las calles
Que se ven desde la ventana de mi edificio
Que nos llevan de un lado a otro
haciéndonos perder la voluntad propia

No quiero ser el moribundo que pierde
su cadáver en la noche
ni en medio de la selva de Puerto Vallarta
También las hormigas muertas son arrastradas

Anoche leí que un millón de hormigas podría
arrastrar un caballo, la idea de un caballo montado
en otros seres me desgarra

¿Cuantos caballos se necesitan para arrastrar
el planeta fallecido por un virus?

Una vez quise montar un caballo
y me rechazó de inmediato
Dicen que es una cuestión de confianza

Mi perro es un pequeño caballo negro
Todas las noches salimos a las calles
a cabalgar los pasillos de la oscuridad

Había pedazos de la avioneta esparcidos
a kilómetros y cuatro cuerpos mutilados
Cuatro seres que murieron de un solo zapatazo
Pero faltaba un cadáver
el cuerpo ausente de una cucaracha
al pie de la cama
y la caja negra por el luto
Dos días después un par de campesinos
a caballo encontraron al político siendo
devorado por cientos de hormigas rojas
Se arrastró por casi cien metros
con dirección a la costa

Apenas dos semanas antes lo vi en su escritorio
de caoba al frente de su notaria
Y alrededor de él decenas de estatuillas de caballos en la mesa
en el librero sosteniendo estúpidos libros de derecho
en los muros pintados al óleo y acuarelas

también en los muros retratos del Quijote
y Sancho Panza

¿Por qué son tan predecibles los abogados?
Son hormigas jalando el cadáver propio

Soy la flor

Cada vez que vengo al mundo tiemblo
Amanezco a la sombra de mis vértebras
preparando un café fúnebre de actuario en su velorio

Soy la flor que crece sola entre atonías
de emociones
Palidezco un poco en medio
de la lágrima del desencanto
Me escupo unos ojos
perdidos en el horizonte del infierno

Sonrío a los leones y llego al desierto
a florecer en la nada

Y mañana cada vez que vengo al mundo
tiemblo…

UNO EN LA OSCURIDAD DEL OTRO

Escribo a la luz del faro de la ventana
Ensortijado como una salamandra que espera

Los labios de mis cortinas se entreabren
Mis perros revolotean en el balcón
los ojos de su coche nos miran a lo lejos

Se estaciona frente al edificio
Vestida con una falda negra y una sonrisa
dentro de un luto redondo
Enmarcada por la noche
como un gato que anda

Abro la puerta y la miro enrojecida
del rostro y el cuello
Son esas solemnidades de la
gente muy blanca
Miro el golpe de cebada en los ojos
agrestes que la adornan
Miro el rojo de su pelo como
si trajera puesto un incendio
Miro la constelación de los lunares
en su escote

La mujer es el resumen de todos
los dioses, pero con pelo largo
y piernas para abrazarte a la vida

Dios es el silencio, el sudario
de viento que cubre el rostro
del mundo

Y afuera
por la pandemia
mueren a diario millones
Dios es una salamandra ensortijada
que espera

El mundo hoy es un foco
de infección

El cubre bocas invisible del
planeta también es el silencio, como
el de los muertos, y el de
los amantes

Ella es el luto y el amor en una
sola imagen silenciada

Y la palabra
La palabra es un polín que me erige
La astilla dentro de mis ojos de vidrio
Yo no soy sin la palabra
Jamás un cubre bocas logrará callarme
ni impedir que la bese

Sus ojos son la constelación que se hunde
en el agujero negro de mi amígdala
en mi sensibilidad de violinista de posguerra

Mi abuelo era carpintero. Mi abuela
entre sus nombres también era María
Ninguno de mis tíos llevaba de nombre Jesús
Yo también entre mis tantos oficios soy
carpintero

La religión y dios no son mi tema

Mi abuelo era de Gómez Palacio
el hogar de las tolvaneras
Un hombre creyente que mataba a los gatos
como los cristianos antes de la gran peste

Mi madre vino al mundo con polvo en sus ojos
saliendo de la matriz de mi abuela
Hizo a un lado al partero y empezó a trabajar
para ayudar a mantener a sus hermanos

Subimos los 33 escalones antes de llegar a la puerta de roble
Mi mano derecha la llevo a su nuca para besarla
Y con la otra la registro debajo de la falda
Cierra la puerta
Está húmeda y transparente como una pequeña medusa

Muevo los sillones para ponerla en la mesa del centro
Se pone a girar sobre la madera como
un taladro de velocidad parsimoniosa
Mis besos son niños que coloco en la fauna
circular del carrusel de su cuerpo

La acaricio con el muñón del erotismo
En las yemas de mis dedos
su corazón es un colibrí suspendido
Que a diástoles me vibra a la distancia
como música lejana

La giro con mis manos, aquí y allá
mi saliva es un suvenir que muere
con la siguiente vuelta

Sus pechos fluyen tranquilos en mis manos
como dos caricias en un rio que anda
Su pelo carmesí es la corriente de sangre
que nos baña

Gira pálida alrededor de mis besos
Es un carrusel donde ahora monto sus
caballos a horcajadas con mi boca

Construí unas carabelas con los árboles
que le surgen, con la selva de sus rincones
para pisar sus costas más lejanas

Soy Cristóbal Colón en su quinto viaje
Soy un hombre de casi cuarenta
En el renacimiento podría pasar por anciano

Ella es el Japón para herir mis recuerdos en la distancia
El Japón que nunca piso Cristóbal por un error geométrico
La redondez de sus nalgas son la geometría perfecta
que me falla
No existen instrumentos de navegación
para perderse en una mujer
Solo saliva e instintos

Ella es un horizonte eterno
El verbo mujer es interminable

La savia que llora entre las piernas
es para ver resbalar mis barcos
Mis dedos navíos

Dicen que los perros pueden oler el agua
Mis perros
son peces que la traspasan al golpearle
Ella es el cauce de una desnudez que humedece mi cuerpo
Un rio que me desborda

Desde que la conozco escribo poco
vivo mucho, ahora soy la hoja blanca
y su piel la pluma que me redacta
El cuenco de una constelación que me
mira desde lejos con telescopios
Hasta con años luz tocar con mi olfato
sus pechos de río

De niño los arboles me enseñaron a hablar solo
Quizá yo sea un árbol enfermo de hueso y carne
que les habla a los humanos de madera

La tercera carabela que se hundió en las Antillas

La madera que acaricias cuando te pones supersticiosa
soy el amuleto que te falta

No puedo ser José, ya he traído muchos pecados
al mundo
No importa si eres el padre de dios, Jesús
o un simple ebanista, los tres usaron clavos
Al final todos arrastramos en la muerte
la madera de una cruz o un ataúd hasta Gólgota
Al final todos fuimos traicionados en vida
Al final tendremos de vecinos dos ladrones en la agonía
Al final un judas clava en nuestro corazón roto
la escarpia de una traición que nos mata

Dicen que el hueso es tan duro como la madera
Yo siento tu madera entre mis dedos artesanos
La muchacha se desliza como un trozo de música
para el laudero

La mujer es música y mar

Arriba y abajo, ella es una ola moviéndose
Sus besos son la espuma del agua que me llega
hasta la boca

Los besos de judas entre mis abuelos
que inició con nueve hijos y terminó en divorcio

Dicen que mi abuelo bebía mucho
quizá ambos buscábamos a dios en el lente
que lo mira a uno al final de las botellas

Quizá el fondo de los vasos
sea el grano angular del tercer ojo
de Jesucristo que nos guía

O quizá a nuestro astrolabio perdido

Dicen que mi abuelo odiaba a los gatos
yo también los deprecié hasta que tuve uno

Ella tiene un ligero ronquido de gato
al rodearla con mis brazos
Dormita como una luciérnaga
a punto de fundirse

Mi gata se llamaba Gorda, así
genérica, un simple gato gris que emerge
de cualquier baldío
Gorda vivía asustada bajo mis cobijas
Nadie podía besarla más que yo

La chica viene de un lugar llamado Belén
a inicios del poniente de Jalisco
Mi abuelo también era de allá
El carpintero de Belén padre de Jesús
El que le regaló una cruz para su muerte
hecha con sus manos
La misma madera de los ataúdes
en la pandemia
La misma madera en los huesos
de los santos y de los nazis
La misma madera de Gorda
que se esconde bajo mis cobijas
para que no hayan Josés matándola
con palos y crucifixiones

Al final somos dos trozos de carbón
ceñidos por las brasas
Ya no somos madera, pero quizá
un día nuestro cariño sea diamante

Quizá seamos los dos ladrones
que murieron en la cruz a los costados
de cristo

Quizá seamos dos gatos negros
que se esconden uno en la oscuridad
del otro

Descalza

En tu bikini negro
Como una noche deteniendo
sus constelaciones
Entre la sal y el medio día tu
piel roja hace una sonrisa
del tamaño de tu cuerpo

Te rodeo por los hombros para
atraparte con mi labio, para
envolverte como la espuma

Ahí detenidos, donde la arena
respira como un pecho, las olas
nos ensordecen

Ríes te escapas, lanzas una
piedra esperando hacer ondas
en el mar
Soy la marea misma que se
acerca

Tenemos por lenguaje
el aleteo propio de las caricias
Somos dos gaviotas que
haciendo agujeros en el agua
miramos dentro de nuestras bocas
la búsqueda de un beso

El surco de tu olor lleva una
crema que me guía como un
velero

El golpe de tus pasos crean
ondas en la carne, soy la
piedra arrojada al vaso de tu cuerpo

Soy cielo, mapa y testigo pisando tus
huellas en la playa
Eres el castillo de arena que hice
para mudarme con mi cadaver

Los amantes

Al horizonte me dijiste las torres de calles son vestidos
Nudos de metal donde se hunde el sur hasta comer la tarde

Te vi enrojecida, con el golpe de cebada en los ojos que te visten

Con la noche que se hunde en el agujero negro de mi amígdala

Y yo te acaricio con el muñón atado al cariño mío
Con las yemas de mis ojos te leo en braille
La vista es el último sentido de los amantes al desvestirse

Tu corazón un colibrí
que a diástoles se cuela entre mis manos como agua

Ya no quiero escribir demasiado
tu piel es la pluma que me redacta
El cuenco de una constelación que me mira hasta tocarme
Desde el olor hasta el tacto
Hasta la cárcel de la sapiencia extinguida
de una agalla sembrada en el desierto

Temo hablar con mi propia voz al ponerme en tu nuca
Temo el eco de las piedras me respondan
Temo ser la lengua materna que alimenta tu garganta

El verdadero silencio solo lo conocen los muertos y los amantes
Dios también es el silencio, el sudario de vacío que cubre el rostro del mundo

Hombres de mirada triste

La mirada de los hombres es triste en la cantina

Anclados a la barra con los codos

para no abrir las alas a la tristeza

*

Alguno manotea parafraseando alguna anécdota de borrachos

como si fuera una proeza de ave rota

algo inconmensurable parecido a una remontada deportiva

*

El cantinero calla con esos ojos que lo saben todo

pero a la vez todo lo ignoran

Un cantinero es una especie de sabio

que ya lo ha visto todo y no sabe qué hacer con ello

*

En su huida de las mujeres los señores se han aislado

en esta comarca expugnando a la realidad misma

Aquí ellas no son bienvenidas, ni siquiera tienen un sanitario

*

Yo me empino a mi vaso burlando la brutalidad

de un mundo inhabitable y frio

Mucho más frio que un montón de hielo en vasos de licor

*

Ellos otean la soledad en silencio traspasando las miradas

con sus ojos de cerveza oscura y vidrio

Yo levanto mi vaso y los saludo con un brindis

que condecora a la nada, al vacío

Todos entre nausea y sorbo dibujamos una sonrisa

perfecta como la de un cráneo desnudo

Somos la cofradía de un silencio que quema

Los tragos de la tormenta en su paseo

La biblia cerrada a la altura del diluvio

Los solitarios pasajeros del arca aparejados

con un vaso de vino y hielos

190121

Bruce lee decía
sé como agua

Ya hemos llorado
sobre esta tierra el
deshielo de nuestras
propias lagrimas

Ya hemos labrado
la tierra que después
nos sepultaría

Ya fuimos placenta
y boca de mujer
hasta reconocer
el lugar donde fuimos
felices

151220

Murió el obispo de la ciudad

.

Al principio de la pandemia dijo

a sus fieles que no había pretexto

para no ir a misa

.

Como cuando el clero pidió

asesinar gatos en Europa por

ser enviados del diablo

Y luego la peste bubónica

por exceso de ratas

.

Al parecer la iglesia carga

la cruz de la estupidez

aun perdiendo sus siete vidas

141220

Los estadios están vacíos

la pelota gira como una

luna que no tiene quien

la observe

.

Como la belleza de un

foco fundido

.

Anoche la final de futbol

León-Pumas, tenía la animosidad

de un juego de dominó

.

Cada gol era más triste

que una tienda de animales

Triste como un turno

nocturno, como un beso

al espejo, como la rubrica

de un nombre en una playa

desierta

101220

Suena un tango en la rockola del café

Al fondo un viejo asoma su tristeza a vendavales

.

En el suelo un cubre bocas arrumbado

dejó un rostro desnudo

.

Se desprenden nuestras mascaras

para dar paso a otras

.

El hombre bebe de su café yo bebo del mío

.

Durante un segundo nuestras miradas se encuentran

Ambos con el cubre bocas en la barbilla

Parecemos dos médicos saliendo de cirugía

.

En la soledad inmensa el mesero deja caer un vaso

Somos los tristes héroes de una mitología futura

091220

Son las once

.

El barrio se duerme temprano

.

La gente camina detrás del

cubre bocas, gime y farfulla

desesperanzada

.

Mis perros y yo somos una jauría

que deambula entre los fresnos

.

La gente en silencio llora

A pesar del hambre en la ciudad

nosotros tenemos menudencias en mente

.

Somos un trineo motivado por la

sombra de la carne

.

De vez en cuando el lengüetazo

anda por nuestros propios huesos

Como meter la mano al espejo

y sacar nuestro gemelo del lago

.

Como buitres que llegan

demasiado temprano a la

repartición de la muerte

y su plato aun palpita

pájaro incendiado

El 75% de nuestro cuerpo es agua

.

.

Digamos que la vida lleva

el agua a su molino.

Yo soy hierbajo con agua que se evapora.

La cosecha de un alma en un florero.

Una flor que se ha tragado su semilla

junto a mi propia descendencia.

.

Digamos que una noche de lluvia

fui hasta su casa y dejé el coche lejos.

Ella bajó las escaleras regando

la estela roja de su pelo

como un pájaro incendiado.

Blusa negra, tacones.

.

Esa hembra.

Pequeña dosis de agua

me abrazó, y mis manos

de lluvia se detuvieron en su espalda.

Su espalda un golpe certero de vida.

.

Como agua estancada

quise ser iceberg que no avanza nunca.

Para congelar el tiempo.

Para ser polo que sólo se derrite

con el calentamiento global de su cuerpo.

Quise ser los litros de mi humanidad

para bañarla.

Verterme en su piel.

Viento y agua sobre sus alas de gaviota.

.

“Tienes un fuerte olor a lagrimas

Dulces”. Quise decirle.

Pero ella solo hablaba  

haciendo bailar sus hombros desnudos.

.

En la ciudad se vive una pandemia.

Yo tengo un beso detrás de mi cubre bocas.

Una boca que es un arma en una funda.

La bala perdida de unos labios que la buscan.

.

Digamos que la ciudad abandonada

nos mostraba sus cerrojos.

Digamos que las calles

fueron hímenes herméticos de monjas.

Digamos que los restaurantes

nos cerraban las puertas en las narices

por la hora.

.

Al llegar al último bistro del pueblo

ella le dijo a la mesera que faltaban

pesebres para José y María que éramos nosotros.

Los arqueólogos han desenterrado

en restaurantes de Pompeya

comensales que murieron en su silla apoyados en la mesa.

De morir esa noche bajo las cenizas

del Vesubio nos hubieran encontrado

buscando restaurantes.

Con mis ojos quemándose en su pelo eternamente.

No ahogados en agua sino en cenizas.

Los revolucionarios piden libertades de lujo

nosotros solo un sitio abierto para cenar

es todo.

.

Ella habló de un hombre viejo

que amó al tener quince años.

Yo no hubiera podido besarla entonces.

A los quince yo aún veía caricaturas

y jugaba a las canicas.

De haberla conocido a los quince

habría sido un joven espantapájaros,

entrenado para asustar las aves viejas

de rapiña que se parasen en su pelo.

.

Pero hoy soy todo labios como una quinceañera.

En el coche ella canta, el aliento de mis dedos

acarician su boca, la tomo de la mano al caminar.

.

Digamos que la lluvia lleva

el agua a su arroyo

hoy somos dos ríos en un solo cauce.

La historia de dos continentes opuestos

que se miran con ojos inundados de historia

.

Así que dejemos que el 75% de nuestros cuerpos

se evapore uno junto al otro.

Aurora

aurora

 

Todas las plantas que llegan a mi casa mueren, así
ha sido durante años
Demasiada agua o demasiado poca, ambas
son causas de defunción dice mi madre

Un político de esos que generalmente nacen
estúpidos, dice en televisión nacional
que en mi ciudad las playas estaban
vacías por la pandemia

En Aguascalientes no hay mar

Pero no ha parado de llover
en seis días y las calles se inundan
El mar ha venido a visitarme
la ciudad es una maceta que recibe
un abuso de agua

Vivo en una Patagonia también infectada
por el coronavirus
Un pezón de tierra endurecida
Un oasis hecho polvo, y esta noche todo es lodazal
Demasiada agua, demasiado poca
no hay un punto medio en la vida

Mi hermana Mireya dice que mi edificio
es el arca de Noé, los calcetines tienen pareja,
los zapatos, las sillas vienen en pares,
mis ojos, mis manos
Siempre hablo solo, mi pareja me habita
Somos dos buzos dentro de este traje de hombre

Me gusta a veces subir a la azotea
Mi silencio asciende al cielo y saluda
a los astronautas que flotan como
basura espacial
Desde la cubierta del barco
miro al diluvio bíblico castigar
nuestros pecados

Un día mientras miraba en la oscuridad
sentí una respiración fantasmal en la cara
Un aliento, un suspiro
Al abrir los ojos
solo vi el techo

Supuse que era un fantasma
y decidí llamarlo Aurora
Con el deseo ferviente de que
aquella presencia fuese femenina

No sé si Aurora tenga pareja
para subirse al arca
O solo
sea una sombra que pasea
de un lado al otro

Una noche meses después
soñé con ella
Un fantasma
se aparecía súbitamente
en la cocina
Era una chica de poca estatura
Descalza con una camisa
de mezclilla y unos ojos
tan negros y vacíos como el espacio

Bebía café con un cabello que le
llegaba a las rodillas
Sus piernas estaban desnudas

Mi perro pasa horas junto a la ventana
del departamento
Ladrando
a las patinetas y odiando
a los perros que no conoce

A veces lo veo bajar la cabeza
noblemente a los muros
Como si una caricia imaginaria
le pasara por encima

Siempre quise una novia
que amara a los perros

Mi amigo Ricardo se mudó del edificio
porque aseguraba que se le aparecía
una mujer por los pasillos
Con un rostro dividido entre
el enojo y el misterio
Al platicarle me dijo que rezara
por ella el rosario y la invitara
a salir de inmediato

Pero ella nunca me ha causado
ningún susto
En cuatro años hemos aprendido
a vivir juntos como un matrimonio
de esos que no se hablan

Una vez leí el rosario con mi abuela
de ciento tres años
Por alguna razón no estaba
consciente de que diario
rezaba los misterios gozosos

Había olvidado el dolor del mundo
quizá su espíritu se fue sin ella

Otra noche en un sueño
profundo sentí una respiración
femenina apoyándose en mi cara

Ricardo dice que los fantasmas
buscan consuelo
Que creen que la verdadera
realidad es la suya

No creo que existan los fantasmas
malignos, solo son trozos de éter
que perdieron la ruta

Quizá buscan bailar la balada
de un amor desaparecido
Quizá estén incompletos dentro
de las arcas de Noé que abundan

El amor fantasma de un fantasma
Pulmones de aire que encierran más viento

Otra noche me despertó
Su boca en mis labios sonámbulos
Llevé mis manos hacia
sus pechos de mezclilla
Sus pechos dos plantas que
emergen con demasiada agua
Su entre pierna el lodazal de la tormenta
La mujer es una planta ahogada
en agua que respira
Esa contradicción lucha contra
las indicaciones de mi madre

Ricardo vivió una temporada en el edificio
Me dijo una vez que vio
marcas de agua en forma de
pisadas saliendo de su baño
Un día que nadie había usado la
regadera en horas

Los fantasmas son marcas de agua
que se desprenden de los cuerpos,
en videos de cadáveres que recién
encontraron la muerte

Quizá abandonó el mar buscando
un abrazo donde secarse
Y como en Aguascalientes
no hay playas, debió caminar
durante kilómetros

¿Y si yo soy la isla donde camina
el aliento de Aurora por las noches?
¿Y si yo soy la playa que acaricia
la espuma de sus olas?

Quizá yo soy la pareja de aurora
para viajar en el arca
Aunque dos fantasmas
no pueden dejar descendencia

Quizá su realidad sea la verdadera
y yo me paseo por el departamento
como una marca de agua
solo visible ante una cámara

Quizá el hueco de mi enorme
cama le pertenezca a Aurora por las noches
No hablamos entre nosotros
pero en realidad no hay mucha
diferencia con los matrimonios
convencionales

Ricardo dice que la mujer de
Pedro abortó en el departamento
conjunto
porque una fantasma la hizo enloquecer

Si alguna vez te miro aurora
Si nos encontramos entre los mosaicos
grises de los pasillos
Te preguntaré por los fantasmas
de las plantas que mueren
solitarias en la casa

Aunque seas impermeable
te abrazaré con una toalla
Rodeando tu camisa de mezclilla
para cuidar el mar que te has traído
Reconociéndote por tu respiración
en mis noches
Tu respiración en mi cara como el amor
de dos ciegos
Imaginando la temperatura
de tus pechos descansando en mi rostro
Como el braille de los invidentes
en el espacio agitaremos caricias
lentas por los aires
En tu realidad o la mía
subiremos al arca
traspasando el casco de madera
Para evitar el diluvio
y no volver nunca

Vendo sillón viejo a solo un millón de pesos

Vendo sillón viejo a solo un millón de pesos

Estoy sentado en la habitación oscura,
a la orilla de la cama como asomándome
en un acantilado

La ventana son los ojos de vidrio
que me faltan para poder mirar
en definitiva a los fantasmas

para nacer adulto con ese
súper poder

de repente

Miro a otro lado y está
mi viejo sillón rojo que aparenta
estar aquí desde el inicio de la historia

Un asiento encima de cuatro
columnas dóricas que lo sostienen
De cuatro pesuñas, cuatro Atlas
Mi sillón mezcla de animal y mueble
Mitológico e inmortal
Fauna de la isla de mi departamento

Sus cuatro pesuñas me soportan
y su vientre de espuma me resiste

Una vez alguien quiso comprarlo
en su visita
¿En cuánto me lo dejas?
No supe responderle

¿Cuánto cotiza en la bolsa hoy
el apego del corazón a las cosas?

¿Cuánto vale un minotauro de tela?
Es viejo, pero en buen estado

Confieso que por largos instantes
olvido su presencia
En las noches me estorba
cuando voy al baño
Lo rodeo y solo así me
fio de su aspecto

Aunque para los estándares de
madrugada, con el sueño
tambaleándose en mis ojos,
por los pasillos de la casa,
resulta ser un obstáculo
más a esquivar, un estorbo

Lo miro ahora colarse en la
habitación con los últimos
sucesos de la luz del día
que lo subrayan

Con una pila de ropa encima
y una mordedura de perro
de alguna pelea de nuestra jauría

Un sillón que detiene la cabecera
de la cama para que ésta
no se me venga encima
Un sillón centinela que cuida
de mi vida como lo haría un perro
de guardia

Sostiene mi vida entre sus garras
de historia, olvido lavarlo,
no lo considero en el inventario
y me ha salvado la vida cientos
de veces
Con solo detener un gran
trozo de madera que apunta
a mi cabeza como una guillotina

Un mueble donde se sienta
el olvido de mujeres que ahí
he desnudado

Donde el color atardecer
de su tela, la da un rubor
a las mejillas que se asoman
a través de litros de cabello
Donde cabalgo al horizonte
mirando al sol como a unos labios
para cegado cerrar los ojos
Que soporta como un vaso
la aquiescencia de la mujer
que me mira a centímetros
con la ligereza de su agua de rio

Presiona ambos cuerpos entre
su estructura y la gravedad

En otros casos nos sirve para
abandonar ahí la ropa
Como el mar a los restos
de guijarros en la playa

Un sitio donde Verónica
se sentaba en mis piernas
colocándose en la cima
Y así dos colegas se presionan
en un abrazo, el sillón y yo
Dos socios sosteniendo
un cuerpo de mujer
esbozado en la penumbra.

Pondré mañana un anuncio
en el periódico local:
“Vendo sillón que me mira
desnudo por las mañanas
Que ha sostenido corpiños con
el peso de su nobleza

que me salva la vida por las noches

Vendo un trozo de sombra anclado
a mi casa
Donde se sentaría mi fantasma
en caso de merodear
eternamente mi duelo

A solo un millón de pesos

año 2055

los cadáveres humanos con el tiempo
han espesado el mar

algunos huesos se mantienen a la deriva
como hielos que flotan en
un vaso de wiski

en Europa las ruinas romanas sobresalen
en un imperio Romano que perdió
su última diástole

los edificios europeos de dos milenios
siempre han sido vendas que embalsaman
huellas cubiertas de sangre,
huellas de manos amarillas, negras
y azules

la columna de Trajano luce inmóvil;
Pompeya, el coliseo, el jinete
de bronce de Marco Aurelio,
todos cadáveres de vidrio

las cenizas de Hitler se perdieron
entre el polvo
de una Europa erosionada
dos mil años más tarde

por el desahucio la marea roja
es nuestra sangre haciendo bulto
en las arterias del océano

no hemos aprendido a vivir
en diez mil años,
aun nos arrancamos el
corazón para comerlo
ya sin hambre

llevo el traje de cadáver
puesto para quitármelo
en la playa

flotaré en el mar hasta que
mis pensamientos se hagan
pescados

no hay un ataúd del
tamaño del mundo,
la fosa común se llama
firmamento

el parque del barrio

el parque del barrio
por la pandemia la
ciudad está inmóvil,
descansa con la peligrosidad
de un oso que rechina
los dientes hibernando

vine al parque del barrio a
oír aullar los arboles
con el viento

desfilan tranquilas las ratas,
los tlacuaches, los gatos
pelean sin pudor de día
las parvadas se encogen y
se estiran como acordeones,
los perros giran en la hierva
babeando de hermosa rabia

no hay parejas de novios
rosándose las humedades con las yemas,
el paso del parque da
vestigios de enamorados
que quizá ya no estén juntos

las caricias y los besos
fueron seres vivientes

los sucesos enterrados
en la memoria de un sitio
también son tumbas

a veces recorro lugares donde
he estado enamorado,
la mujer me falta y
sollozo dentro de un escalofrío
que me traspasa

pero los muros parecen
inmortales
y la ciudad es un cementerio

más bien una fosa común,
un pájaro gigante de recuerdos
desplumados

me siento en la lápida donde
alguna vez te agarré el cabello.
Una banca de metal que guarda
el entierro de muchos otros
encuentros

tu cabello ahora emana de otros
dedos como agua,
y un fantasma que me habita
a la altura de la garganta

caricias ahorradas

me hinchó la boca el
beso que ya no me
diste
también lo que no
sucede deja heridas
abiertas
como el viento que
no lleva hojas pero
igual pone la piel de
gallina
muchas historias de
amor son restos de
caricias ahorradas y
queman

las suelas de los barcos

las suelas de los barcos

Ten cuidado en la ropa que usas hoy
Tu cadáver podría usarla eternamente

Quisiera que mi espíritu
habite en el fondo del océano
Mirar las suelas de los barcos
como a aviones

Yo siempre visto con ropa cómoda
No se cuanto tenga que caminar
mi fantasma para aparecerse
en la playa

Las ciudad está vacía por la pandemia
los espíritus creerán que son
una extensión del cementerio

No me gustan los panteones
Le dije a mi hermana Mireya
que de morir, después de la incineración
regaran mis restos por el mar de Cortez

Marco el tendero se me
apareció hoy al ir a tirar la basura
Con su eterna playera del Atlante
y los pantalones sucios
que decidió usar una tarde
en que lo sorprendió un infarto
fulminante

No quiero que la muerte
me coja desnudo
Mi pudor es monumental
Me baño rápido con la ansiedad
de un preso
Mi alma no andará sin
ropa hasta el mar

Las calles desahuciadas
entre fantasmas de zapatos
Las aguas a lo lejos del asfalto
en realidad, son espejismo de lagrimas

Cada perro es una jauría
en la noche
Cada árbol un bosque
Cada murmullo un alarido

Cada banca sin besos
es un glacial que se derrite

La mirada de las estatuas
es la del maniquí desnudo
Los murales de los palacios
parpadean sin ser vistos

¿Quién puede ser
atropellado
en una ciudad sin coches?

Ya no hay autos fantasmas
que arrollen ciclistas

¿En qué rostro de los transeúntes
buscaremos a nuestro padre
si el mundo figura detrás
de estanterías de piedra?

¿Qué frase será prudente
ahorrarme si el amor de mi vida
que aún desconozco está
en casa erosionándose
como una pirámide?

El mundo fue arrasado
por el silencio
Somos un árbol en el
viento que se contonea

¿Dónde gasto este
abrazo en el perchero?
¿Y estos besos que se desfiguran
apilados en mi lengua?

La madera se ha tragado
los humores en los bares
Que tristes son las botellas sin
manos que hacer pedazos
Sin corazones que llevar al limite
Sin amores que traer de la distancia
y el olvido

Si no pueden traerme al mar
escriban mi nombre y póngame
dentro de una botella para
viajar por los mares siendo letra
Siendo palabra

Lobos blancos

Lobos blancos

La tarde del sábado pasado en una cafetería de la calle Madero, bebo un americano y hojeo unas revistas, la tranquilidad aparente era la de un sábado cualquiera al medio día, de repente, un enjambre de motociclistas retumba con sus motores a lo lejos, como una guarnición de guerreros encapuchados, cada metro cúbico del silencio era carcomido poco a poco, hasta que el estruendo era tan grave que decidí observarlos con la compasión con la que se trata a un niño. En el ojo del desastre, me sentía en medio de una inundación de aguas que gruñen. Justo al pararse enfrente, nefastos hacían rugir sus máquinas, eran unos cincuenta hombres montados como en una estampida chichimeca, sus caballos con llantas, su indumentaria de guerra con lobos bordados en las espaldas, su tipografía en letras góticas diciendo, Lobos Blancos. Vestidos de miedo bajo un sol resplandeciente de media tarde, traicionando la noche, sin flechas que disparar parecen ridículas esferas navideñas que se sacan a lucir una vez al año. Qué triste debiera ser para las antiguas tribus vernos vestir con pinta de matar, y no saber ni empuñar un arco. Vi que algunos pararon en la acera estropeando el paso de los transeúntes, entraron a una tienda y cinco minutos después salieron con cervezas, las destaparon en la calle, encararon de forma nefasta a los ciclistas que les reclamaron por estropearles el paso, y luego con aire amenazador vociferaron cortes de mangas y también los lucieron. De repente, todos empezaron a arrancar sus caballos de acero y avanzaron, todos menos uno. Un sujeto estaba batallando para encender su Harley-Davidson. Al alejarse la jauría, se dio cuenta de que fue abandonado en el viaje con su moto a su suerte, el soldado sufría la peor de las heridas en la guerra, la traición. Y así, como una verdadera manada de lobos que deja atrás a su compañero lastimado, lo vi mas solo que una silla de montar en medio de una tienda de antigüedades. Pero lo peor para el aún no había llegado, intento una, cinco, cien veces arrancar y la marcha moría poco a poco como un pájaro herido. Sin éxito, de pronto, una nube de humo emanaba del motor como una tolvanera celestial en medio del firmamento, además de que una tímida llama a la altura de sus pies se encendía, hasta que el guerrero, no pudo contener el ardor y salió corriendo a resguardarse en la distancia, y la moto empezó a encenderse, como un bosque sin lobos ni chichimecas, con la soledad de un iceberg, ardiendo erróneamente con las llamas inquisitoriales del odio, como el pelo de una rubia agitándose al cabalgar, como una enorme fogata chichimeca en un ritual de sacrificio.

Regresó con una escueta cubeta con agua a enfrentar la hoguera, su nave de corsario ardía como Juana de Arco, la flama con sus dedos buscaba tocar el cielo, y yo en medio del espanto le doy un trago al café, leo en la revista acerca del arresto de Emilio Lozoya, el alto funcionario de Pemex detenido en España por peculado, veo la repugnante ortografía de una narco manta, colocada en un puente, en una de esas genéricas ciudades del norte, viendo arder la moto, viendo arder la tarde, viendo arder el mundo, y por pulsión se me viene una frase
Yo también soy un lobo lastimado, al cual su mandada dejó atrás ya hace mucho tiempo

Y sonrió…

Troya

Troya
Empezó una en el librero una tarde. En el lugar más alejado de cualquier atisbo de sol. Alargada como una mano extendida y unas alas arrogantemente negras. Y en el centro de ellas unos ojos falsos de camuflaje, dos monedas azules que miran el mar desde las sombras, un disfraz perfecto para difuminarse en la estantería de los murciélagos, la sangre en las olas escurriendo los acantilados de la marea roja. Justamente por estos días estudio el reino de Hades, el lugar donde fueron a parar los muertos de la Grecia antigua, se me viene a la cabeza Caronte, el balsero que transporta las almas para cruzar el río Aqueronte, pero rodeado de mariposas negras, de ojos falsos que miran a la muerte como a un espejo. Mi perro, a estas alturas me recuerda a Cerbero, la mascota de Hades, un perro de tres cabezas alguna vez seducido por el carisma de Hércules o la lira de Orfeo. Mi perro también negro, no se inmuta ante la visitante, Cerbero la mira pasear por el departamento ensortijado, meditabundo como la mirada puesta en un péndulo, la acepta, la reivindica, y yo le doy la bienvenida con un respeto fabulario. Me preocupa el hecho de saber que está atrapada, abro las ventanas y dejo pasar la noche mientras arrojo el grueso de mi vacío a las calles. Al día siguiente me levanto, hojeo los libros acerca de Grecia, un tabique de historia sobre un montón de documentos encima de la mesa de centro, además otro de ensayos del helénico Alfonso Reyes, y hasta la cima la Odisea. Esa mañana de sábado, al dar un trago al café, miro alrededor y encima de mí, sobre el techo, dos mariposas negras detenidas como manchas de salitre, me inquieta el hecho de verlas traicionar su camuflaje en la pintura blanca, de mirarlas sin raciones de alimento ni agua cerca. Ya son tres las visitantes contando la del baño, esta última con un dejo aterrador en medio del eco en la bañera, como el canto intrépido dentro de una caverna, y los pequeños ruidos de murciélagos amenazando, solo que la mariposa no dice nada, grita con su silencio el negro abrupto de su misterio. Por ser las más grande, ignorando su sexo, me propuse fuese la madre que llegó preñada a deshojar sus crías por mi departamento, así que decidí nombrarla “el caballo de Troya”. Durante días, la vi en un mismo sitio hasta pensar que estaba muerta, hasta que una noche al levantarme al baño, los ruidos de sus alas me despertaron de una forma insospechada, creí que un pájaro había penetrado en mi casa para alimentarse de las mariposas, pero no, era “el caballo de Troya” cambiando de posición, quizá avisándome que tenía vida. Así pues, con los días le agarré cariño hasta el punto de llamarla únicamente “Troya”. A sus hijos que deambulaban entre la sala, el comedor y la cocina les nombré Héctor y Aquiles, porque una vez las vi pelear, aunque dentro de mi ignorancia en la entomología, tal vez confundí un simple juego de alas con un conflicto, las distinguía porque Héctor tenía una presencia menos imponente, y tenía una pequeña mordedura en el ala izquierda, considerando que Aquiles era inmortal e invicto llamé a la otra con ese nombre. Pasaron los días, y los cinco vivíamos de manera armoniosa. Una noche con la televisión encendida, un presentador de noticias argumentaba que dos de cada cinco personas en el mundo eran de origen chino, bromeando en la cocina grité al interior del departamento <>. Nunca las veía comer, pero intuía que se alimentaban de los insectos que las esquinas ahorran en los descuidos de la escoba, o las moscas intrépidas que en solitario se azotan contra el viento y merodean los trastes sucios, o de las arañas que en enroque, se aislaban en lo más alto del techo, dominando con la vista el horizonte egeo del interior de mi casa. El lunes siguiente al regresar del trabajo, enciendo la luz y descubro un aumento en la población, al menos tres nuevos huéspedes navegaron como argonautas hasta descubrir el refugio que ostentaba mi techo, al día siguiente por la mañana, ya eran al menos diez patrullando ociosamente, pero la mayor parte del tiempo ostentaban la altivez de su pereza postrados en algún muro, en el canto de algún cuadro, en algún libro, y Troya, la reina de la casa, seguía encuartelada en el baño desde donde dirigía su imperio, el baño se había convertido en su acrópolis. Al seguir siendo la más grande, no podía ya confundirla con las demás, además de una infinita mirada de dos bosques endurecidos por la noche, y su brillo inconfundible que me hacia identificarla con poco esfuerzo. A la siguiente luna otras veinte se habían mudado, y noche tras noche un ejército de diez o quince entraban por las ventanas. Ya preocupado decidí cerrar todos los espacios, cualquier rendija, ventana o puerta que pudiera comprometernos a tener más exilios, quería detener el éxodo con un muro parecido al que planean los americanos en la frontera norte, pero respetar a las nacionalizadas otorgándoles la residencia definitiva. Tuve que colocar una cubeta con agua para la que deseara beber, las plantas empezaron a perder hojas, ningún insecto ya se atrevía a deambular entre los mosaicos, poco a poco el blanco de los muros se iba convirtiendo en un entrepiso, las baldosas negras tapizaban los techos y las paredes del apartamento, en el piso yacían los cadáveres de las que habían terminado el viaje de su vida. Al bañarme, encendía la regadera y una enorme parvada despegaba como si hubieran oído un disparo, al abrir el refrigerador, algunas quedaban atrapadas en el hielo de la escarcha, como criaturas prehistóricas congeladas en los lúgubres témpanos, con la mirada de maniquí perdida en la lontananza. En los siguientes días, el número de las visitantes se fue incrementando, hasta que tomaron por asalto la camita de Cerbero, y por un temor matemático, el prefería evitar acostarse ahí por miedo a que en número le atacaran con la superioridad del peligro misterioso de sus alas, así la ciudad sitiada de mi departamento se pobló de miles, quizá decenas de miles de mariposas que habían convertido los muros en un santuario.

Una noche, sentí el estrepito de unas pisadas indiscretas tronar contra la vieja duela de madera de la sala, me desperté de golpe, tomé un antiguo bate de béisbol para salir rodeado de mariposas a la estancia y ver a nadie, y ahí estaba yo en medio de la sala en posición de bateador, rodeado de alas negras como si fuera Mauricio babilonia en Macondo. Otro día por la mañana, ya con la insoportable y cuantiosa parvada merodeando como meteoros confusos, a punto de salir a trabajar, abro la puerta e inmediatamente escucho al excusado vaciarse, caminé de prisa, abrí la puerta del baño y vi a nadie, pero en el disparar de cientos de alas, vi salir una manada a toda prisa, como una parvada dentro de otra parvada, desacomodándome los anteojos en mi reacción de protegerme con los brazos, y hasta arriba, junto al foco, como una isla desierta, Troya, inmutable, invicta, perfecta. Las cosas se salieron aún más de control cuando una tarde de domingo, llegando a casa, descubro que la llave que antes abría la puerta ya no funcionaba, la llave entraba con dificultad, pero al no ser reconocida, la misma puerta se tensaba como una gran roca, al pegar el oído a la madera escuchaba un aleteo profundo, como el despegar constante de palomas en las bóvedas abandonadas de los templos. Increíblemente la televisión y la radio estaban encendidas, preocupado por Cerbero di fuertes puñetazos a la puerta, y los golpes pasaron a ser patadas secas sobre la espesa madera antigua, una, dos, tres punta pies y la puerta se abre dejando salir un golpe de alas negras sobre mi rostro, como una larga sombra endurecida salir de un ataúd profanado, y yo dando manotazos de niño al viento y cubriéndome el rostro al mismo tiempo, avanzando como entre la humareda de un incendio, y al caminar hasta el centro de la sala, entre la espuma cegadora, miro a un hombre sentado sobre el sofá individual, la bruma me impide fijar la vista y de reojo lo miro relajado, mirando hacia la ventana con la posición firme, como la de una estatua de Fidias en el Partenón, alzo la vista y mi perro levita sostenido por miles de mariposas, pasea de aquí para allá bruscamente como un barco en medio de la tormenta, sus ojos en un sopor de asombro y susto. Aquel hombre, totalmente oscurecido, se mueve como dentro de una pintura impresionista, cambiando severamente las formas de su estampa, como el reflejo del rostro que se mira en el agua. Parpadeé bruscamente, y espanté de un manotazo a un centenar de alas, al clarear un poco la vista pude ver que ese ser, de mi estatura y mi complexión, no era más que un montón de mariposas imitándome en un vuelo sistémico increíblemente coordinado, sus movimientos humanos me inspeccionaban como un espejo, y repetían mis movimientos de manera asombrosa, cien mil mariposas edificando la estructura de un cuerpo humano. La conmoción no me dejaba moverme, hasta que la reacción involuntaria de mi cuerpo fue soltarle un golpe con todas mis fuerzas en medio del rostro, justo en el vórtice que unía sus ojos, lo que suscitó que las mariposas a la altura de su cabeza, emergieran como una gran explosión y me rodearan como moscas gigantes, con una hostilidad resuelta, que me hizo caminar hacia atrás soltando golpes a diestra y siniestra, a arriba y abajo hasta ser empujado fuera del departamento a través la puerta abierta, fuera del pasillo, hasta topar con el barandal y dar un paso erróneo por la escalera y caer por los escalones golpeándome los brazos y la cabeza y terminar en el descanso aturdido, con el frescor que da la sangre en la frente que recién baña la cabeza. Inmediatamente, un tronido de vidrios al interior del departamento se escuchó de forma estrepitosa, al levantar la vista, todavía tendido en el descanso de las escaleras, después de ser derrotado por un ejército griego, por una falange Tebana perfecta, después de que las pitonisas de los oráculos confirmaran el fin de la guerra en mi contra, después de que mi poder persa no tuviera mayor tenacidad, vi que de manera gradual el número de atacantes iba reduciéndose, al levantarme como pude, logré observar que la ventana rota de la sala, se había convertido en un agujero por donde el cauce de un mar negro se iba perdiendo con destino a la nada, las mariposas abandonaban mi casa después de ejercerme una sencilla derrota. Al mirar alrededor, descubro que se han llevado a cerbero, no hay rastro de él por los rincones de la casa, tristemente me tiro en el sillón para arrojar un llanto espeso, seguido de lamentaciones.
A la mañana siguiente, recorro un departamento desolado de mariposas, no quedaba una sola ala negra perdida en la casa, miro en la sala el enorme agujero negro en la ventana, y en la oteada observo el libro de Alfonso Reyes sobre la mesa de centro y pienso: <<Claro, los griegos nunca fueron conquistadores, es por eso que no dejaron habitante alguno, pero partieron con Cerbero>> ¿Para que quieren a Cerbero? Quizá más que la mascota de Hades resultara el símbolo del minotauro minoico. Luego camino al baño, miro hacia el techo e inmaculada e invicta una mancha negra me dice: Troya. La gran jefa decidió quedarse, el primer arconte femenino en la historia tiene un esclavo capturado en la guerra ganada, y ese esclavo soy yo.